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Su lema era: «Venta máxima, utilidad mínima». Y desde luego que máximas fueron sus ventas y espléndida utilidad dio a su fortuna. Porque Joaquín Cerdá Vidal, uno de los más grandes comerciantes murcianos de todos los tiempos, habría de levantar un emporio llamado 'La Alegría de la Huerta'. Y otro de edificios en el corazón de la capital. Uno de ellos, la Casa Cerdá, Bien de Interés Cultural y símbolo de la plaza de Santo Domingo donde se alza. Y donde el avezado empresario Trinitario Casanova acaba de comprarla. Junto a ella, incorpora a su biografía la de una saga de ilustres apellidos de la tierra.
Joaquín Cerdá, entonces presidente de la Cámara de Comercio, Industria y Navegación de Murcia, encargó en 1934 el proyecto al arquitecto municipal José Antonio Rodríguez Martínez. Entre sus obras ya destacaba la Convalecencia, la Casa Díaz Cassou, el edificio de los Nueve Pisos o el que ocupaba 'La Alegría de la Huerta'. La idea era levantar un espléndido inmueble de corte ecléctico y privado, aunque los bajos como el entresuelo se dedicarían a la actividad comercial.
Cerdá, fundador también de la Galería Chys, presentó al alcalde el proyecto en julio de 1934, según el diario 'El Tiempo', que también desveló el emplazamiento: «la plaza de Pablo Iglesias, frente a las Graduadas de Santo Domingo».
Así lo anunció el alcalde a la prensa, además de advertir que la Corporación concedería el permiso con prontitud y añadir que se trataba de «una magnífica casa con siete pisos y el bajo, de buen estilo, con tres fachadas».
Muchos murcianos conocieron la traza del edificio tras leer la edición del diario 'El Tiempo' del 8 de septiembre de 1935 y en cuya portada se incluyó un alzado de la fachada. Contaba el rotativo que con esa «gallardía y esta belleza de líneas, habrá de ser terminada en corto plazo de meses ese espléndido edificio». El emplazamiento, apuntaba 'El Tiempo', estaba al inicio de la avenida que «pronto se abrirá hasta la estación de Murcia-Zaraiche, desde lo que es ahora Colegio de Jesús María».
El colegio que cita era el antiguo palacio de los Vélez, ubicado entre los conventos de Las Anas y Las Claras, que se convertiría en cuartel de las milicias al inicio de la Guerra Civil y sería derribado en el verano del año 1936. Los entresuelos de la Casa Cerdá se dedicaron a los más variados usos. Entre ellos, y acaso uno de los primeros, fue la apertura de un juzgado militar tras concluir la Guerra. Concretamente, el Juzgado Especial Militar número 5.
Los diarios de la época publicarían los diferentes edictos y citaciones que emanaban de la institución. En uno de ellos, inserto en el rotativo 'Línea' el 20 de octubre de 1939, el juzgado citaba a «cuantos conozcan algo sobre la actuación durante el dominio rojo» de diversos murcianos.
Plaza del Generalísimo
El ejemplar anunciaba la instrucción de un proceso contra un obrero de la Fábrica de Pólvora de La Ñora y citaba «ante este Juzgado, sito en la Plaza de Santo Domingo (casa Cerdá), entresuelo, derecha, a cuantas personas sepan algo, en cargo o descargo» de la conducta del detenido.
En otros anuncios figura la antigua plaza Pablo Iglesias rebautizada como del Generalísimo. Otra de las veces en que los diarios nombrarían el «edificio Cerdá» fue con motivo de la publicación de una requisitoria del Juzgado Militar Permanente número 2, situado en el inmueble a comienzos de 1940.
El inmueble sirvió para las más curiosas experiencias, como el llamado 'Salto de la Muerte' que protagonizó el «famoso paracaidista Jams-Will» los días 6 y 8 de septiembre de 1953. Pocos sabían entonces que el tal Will -James en la publicidad en prensa- era en realidad madrileño y se llamaba Julián Zamarriego.
La firma Licor 43 patrocinó durante la Feria de Septiembre el salto de Zamarriego, quien, «con gran desprecio de la vida se arrojará con su paracaídas de combate, y herméticamente cerrado, al vacío, desde lo más alto de la casa Cerdá». Y no solo eso. También lanzó «botellines del exquisito» licor sobre la concurrencia.
La biografía de Joaquín Cerdá merece figurar entre la de muchos murcianos ilustres, a pesar de que naciera en Monóvar (Alicante) porque su madre quiso ser atendida durante el parto en el hogar materno. Su padre, Joaquín Cerdá Reig, natural de Onteniente, abrió en 1891 en la capital un comercio llamado 'La Alegría de la Huerta', en la calle Platería.
Un año después, el 11 de octubre de 1892, nacería su único hijo, quien tras licenciarse desempeñó la cátedra de Historia del Derecho hasta 1920, cuando tuvo que abandonarla para ponerse al frente del negocio familiar. Años después, su hijo Joaquín obtendría la misma cátedra. Y tanta alegría sintió que concedió una paga extra a todos sus empleados. Hasta 87 dependientes ocupaban los mostradores, salvo aquellos que enfermaban y a los que don Joaquín respetaba su sueldo.
Dueño de la Casa Roja
El 18 de junio de 1616 se casó con Dolores Ruiz-Funes, hija del célebre confitero de la calle Trapería. Ambos tendrían ocho hijos. En 1921 se produjo la ampliación del local, tras añadirle las dependencias de la Pañería Séiquer, en la calle González Adalid. Acababan de surgir los primeros grandes almacenes de la Región. Pero se quedaban pequeños ante la afluencia de clientes. Incluso cuando volvió a ampliarlos en 1925. En un solo verano, el del 26, vendieron diez mil sombreros de paja.
Cuando Joaquín descubrió que el miércoles era el día en que menos se vendía comenzó a regalar globos de oxígeno rotulados con el nombre de la tienda por cada cinco pesetas de compra. Otro éxito. Como la fuente donde las mujeres podían servirse perfumes. Había inventado los regalos promocionales. Solo le faltaba cuadrar la manzana adquiriendo un edificio contiguo. Pero el dueño se negó y entonces Joaquín compró el solar de la plaza de Santo Domingo y levantó el edificio Cerdá.
Al mismo tiempo, el comerciante construía con rapidez otro inmueble para la historia de la ciudad, ubicado frente al Casino, en la calle Trapería, en lo que había sido el solar del antiguo Hotel Patrón. Al edificio lo llamarían la Casa Roja por el color de su fachada y en la Guerra Civil lo incautaron para destinarlo a Hospital de Sangre. Era solo otra de las muchas posesiones de aquel ilustre murciano al frente de los primeros grandes almacenes que conoció esta Región.
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