![Los bomberos tratan de extinguir el incendio declarado en el IES Licenciado Francisco Cascales de Murcia. A la derecha, el rostro de Ignacio Murcia López, el conserje fallecido.](https://s2.ppllstatics.com/laverdad/www/multimedia/202203/11/media/cortadas/incendio-rostro-U30168007521MqF-R01bbMfwVsCyStR3Gl1ZtTP-624x385@La%20Verdad-LaVerdad.jpg)
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Abrir puertas puede parecer un trabajo sencillo. Ignacio Vicente Murcia López lo hacía todas las mañanas. A veces venía desde su vivienda de El Palmar. Otras, dormía en su segunda casa: el instituto Licenciado Francisco Cascales. Daba igual. La primera imagen que los alumnos de este centro han tenido antes de entrar a clase durante los últimos 33 años es la de su sonrisa. Nadie les avisó de que, a partir de ahora, también será la última.
Ignacio falleció durante la madrugada del viernes a causa de un incendio en la última planta del edificio, donde solía descansar los jueves. Las causas aún se desconocen y se mantienen abiertas todas las hipótesis. Sin embargo, las puertas permanecían cerradas durante la mañana de ayer. Ya no había nadie que las abriera. Ya no estaba Ignacio.
Berta, Elena, Sara y Andrea tenían examen de Música en la Escuela Superior de Arte Dramático, contigua al IES Cascales, centro al que acuden en horario vespertino para cursar 2º de Bachillerato. Las cuatro están devastadas. «Hemos empezado a llorar y le hemos pedido a la profesora que nos dejara salir», dicen mientras encienden unas velas en la entrada trasera. En el enorme pórtico de madera hay fijada una rosa blanca con un cartel: «Que paséis buena tarde, chicas. Descansa en paz». «Es lo que siempre nos decía...», comentan antes de que se les quiebre la voz. «Era el tipo de persona sin la que el instituto no será lo mismo», concluye Andrea.
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No será lo mismo para los alumnos, pero tampoco para los profesores. Antonio Miguel Pérez, director del centro, aterrizó en él a la vez que Ignacio. «Son más de treinta años juntos, imagínate lo que supone para nosotros», alcanza a suspirar. El destino los unió en aquel lejano curso de 1988 y parecía que, tanto tiempo después, nada iba a separarlos. «Solíamos bromear con que nos íbamos a jubilar a la vez».
«No tenía malicia para nada; era de esas personas que deja huella», comenta apenado Felipe Soler, propietario del bar Vivero II, en El Palmar, un lugar que Ignacio frecuentaba para charlar y tomarse una cerveza con sus amigos, «a la que no renunciaba nunca». Así lo atestigua 'Miki', su única hermana y quien mejor lo conocía. «Eso sí, para trabajar era el primero y se lo tomaba casi como algo personal», asegura. «Tenía unos valores que hoy en día muy pocas personas reúnen». Esto le llevaba a preocuparse por alumnos a los que veía «desviarse un poco del camino». Sin abandonar nunca su tono cercano y jovial, «les aconsejaba como un amigo más» y les explicaba dónde podían conducirles sus actitudes. «Su mayor satisfacción era ver que sus palabras surtían efecto», recuerda su hermana.
Abrir puertas puede parecer un trabajo sencillo. Pero el corazón de las personas alberga un cierre hermético, inaccesible para la mayoría. Ignacio también tenía la llave para esas puertas: cercanía y generosidad. Así, se ganó un hueco en el pecho de todo un instituto.
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