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El olor a pulpo, esta vez, apenas se percibía en las inmediaciones de la Plaza de la Iglesia; las barras en la calle de los bares con el cefalópodo sanantonero en las planchas humeantes escaseaban; los puestos de rollicos no se vieron más allá de los instalados en el atrio del templo; y los tenderetes ambulantes y atracciones infantiles eran solo testimoniales. El tradicional acto de bendición de los animales durante el día grande de las fiestas del barrio de San Antonio Abad no fue ayer el de años atrás. Se notó en la menor cantidad de público, en que casi no hubo aglomeraciones y en que el acto tan solo duró media hora. Lo que no se perdió fue la ilusión de quienes, como la familia Solano, participan año tras año, generación tras generación, bien engalanados para la ocasión, en este acto en el que las mascotas fueron las grandes protagonistas.
Montados a caballo participaron las pequeñas de la saga, Rosana y María. Ellas, a lomos de su yegua Paloma, la primera y, sobre su caballo Bombo, la segunda, siguieron a sus padres y a su abuelo, Pencho, que lleva 65 años sin faltar.
Tortugas, conejillos de indias, iguanas y hasta una lechuza, que junto a su dueña, Paqui Muñoz, pasaron por debajo del balcón de la iglesia para que los dos sacerdotes que oficiaron la misa en honor al patrón, los rociaran de agua bendita con una rama de pino.
También lo hicieron Aitana Martínez con su tortuga Aurora, Verónica Sobrino, con su perro, y Francis Ros con su gran danés Lola, un can de 60 kilos. «La traigo desde que era pequeña. Soy sanantonero y vengo por tradición».
Este momento estuvo precedido por el paseíllo de una decena de caballos, dos ponis y media docena de calesas y tartanas que recibieron su correspondiente premio. Al finalizar, los asistentes pudieron pasar al templo para ver la imagen del patrón del barrio, San Antonio Abad, que por la tarde procesionó por las calles aledañas.
Entonces llegó el turno del baile del vermú, para unos, en el local social, y de la degustación de pulpo, para otros. La mayoría lo hizo en el Bar Casablanca y en La Despensa de María, de los pocos bares que quedan abiertos en el barrio que sacan barras a la calle, y que ayer se sumaron a la fiesta.
Los cartageneros también pudieron adquirir los tradicionales rollicos, a dos euros la bolsa- lleva ocho o nueve unidades-, para regalar o guardar para invocar a la protección y la suerte. Estos fueron bendecidos por Ramón Galuz, un sanantonero misionero en Brasil, que cada año vuelve a su tierra natal, por estas fechas, para asistir al acto de la bendición de los animales.
Ayer ofició la misma en honor al patrón, junto al párroco José María García, que no dejó pasar la oportunidad, como hicieron representantes vecinales, de pedir un arreglo del templo. «Al menos por fuera. Por dentro ya lo hacemos con la ayuda y aportaciones de los vecinos», explicó.
A la eucaristía asistieron la alcaldesa, Ana Belén Castejón, representantes de los grupos municipales, MC, PP y PSOE, la consejera de Transparencia, Participación y Portavoz, Noelia Arroyo, y la presidenta de la Asamblea Regional, Rosa Peñalver, así como el diputado regional popular, Domingo Segado. Los vecinos continuarán con su programa de fiestas hasta pasado mañana, hasta que una traca las dé por finalizadas.
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