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José Moñino y Redondo, más conocido como el conde de Floridablanca, es una figura clave en la política española del siglo XVIII. Su labor como ... secretario de Estado de Carlos III y Carlos IV le permitió ejercer una influencia determinante en los asuntos de la Corona. Sin embargo, para Cartagena su figura no es motivo de admiración, sino de agravio, pues su favoritismo hacia su ciudad natal, Murcia, tuvo consecuencias perjudiciales para la nuestra.
Desde su posición de poder, Floridablanca se aseguró de que el municipio de Murcia fuera beneficiado en detrimento de Cartagena, que históricamente había desempeñado un papel crucial como plaza militar y puerto estratégico del Mediterráneo español. Dos decisiones suyas fueron particularmente perjudiciales: la negativa a que Cartagena y su comarca se convirtiera en provincia y la obstaculización del retorno del obispo de Cartagena a su sede natural, quizás las dos reivindicaciones más permanentes en el tiempo en el argumentario del cartagenerismo.
En el contexto de las reformas borbónicas, Cartagena tenía razones sobradas para aspirar a ser la cabeza de una nueva provincia. Su importancia militar, económica y geoestratégica la hacían candidata idónea para la capitalidad, pero Floridablanca maniobró para que esta nunca se produjera, consolidando así la supremacía de su ciudad sobre el resto del territorio regional. Esta decisión dejó a Cartagena en una posición administrativa subordinada siempre, a pesar de su creciente desarrollo y relevancia.
Esta marginación se hizo más evidente en 1799, cuando el superintendente de Hacienda, Miguel Cayetano Soler, propuso la creación de seis nuevas provincias: Santander, Oviedo, Alicante, Cartagena, Málaga y Cádiz. La propuesta buscaba descentralizar la administración y fortalecer los territorios con una presencia comercial y militar estratégica. Sin embargo, la aplicación de esta medida no pudo mantenerse en el tiempo, y Cartagena sería la única de estas seis ciudades que perdería su estatus poco después de su concesión. Esta decisión no fue fruto del azar, sino el resultado de presiones políticas que respondían a intereses ya arraigados. Se ha señalado la influencia de Floridablanca en la reversión de esta medida, pues su oposición a que Cartagena adquiriera más autonomía administrativa era más que evidente.
Otro momento en el que su acción perjudicó notablemente las aspiraciones legítimas de la comarca de Cartagena para poder convertirse en provincia fue durante la Guerra de la Independencia; Cartagena desempeñó un papel clave en la red de Juntas Supremas que se organizaron para coordinar la resistencia contra los franceses. Desde su sublevación el 23 de mayo de 1808, la Junta cartagenera mantuvo una intensa relación con las de Valencia, Murcia, Granada y Sevilla, enviando suministros y estableciendo alianzas estratégicas. Sin embargo, su autonomía fue constantemente cuestionada, especialmente por la Junta murciana, cuyo poder fue respaldado por el conde de Floridablanca, presidente de la Junta Suprema Central. Gracias a su influencia, Cartagena fue excluida de la representación en las Cortes de Cádiz de 1812, lo que impidió que su comarca pudiera aspirar a convertirse en una provincia propia. Esta exclusión tuvo un impacto duradero en la configuración territorial y administrativa de la región, negando a Cartagena el reconocimiento de su singularidad política y su peso en la lucha contra la invasión napoleónica.
No menos significativa fue su intervención en asuntos eclesiásticos. Históricamente, el Obispado de Cartagena había tenido su sede en Cartagena hasta que en el siglo XIII se trasladó a Murcia en base a un engaño histórico. A lo largo del tiempo, hubo intentos de devolver y en este contenido, un momento clave tuvo lugar entre 1799 y 1805, cuando Francisco de Borja y Poyo, almirante del departamento marítimo de Cartagena, estuvo a punto de conseguir la traslación del obispo desde Murcia a su sede natural. Gracias a la intermediación de Manuel Godoy, se logró convencer al rey Carlos IV de interceder ante el Vaticano en favor de esa posibilidad. Sin embargo, cuando todo parecía encaminado, la decisión se vio frustrada. Todo apunta a que alguien con gran influencia ante la autoridad papal logró evitarlo y, con mucha probabilidad, una vez más se encontraba la mano de Floridablanca tras esa maniobra, asegurando que la primacía religiosa de la región continuara en la capital murciana.
La gran influencia de Floridablanca en la Santa Sede no era casualidad. Su relación con el Vaticano se remonta a la época en que fue nombrado embajador de España ante la Santa Sede por Carlos III. Su principal misión era lograr la disolución de la Compañía de Jesús, una orden con la que la monarquía española estaba enfrentada desde hacía años. Floridablanca desempeñó un papel clave en la supresión de los jesuitas en 1773, obteniendo del papa Clemente XIV la bula 'Dominus ac Redemptor', que decretó la disolución de la orden. Como recompensa por este éxito diplomático, Floridablanca consolidó una estrecha relación con Roma, que le permitió mantener una influencia directa en las decisiones eclesiásticas que afectaban a España. Este vínculo privilegiado con el Papado le permitió maniobrar en favor de Murcia en detrimento de Cartagena, frustrando cualquier intento de restituir la sede episcopal a la ciudad portuaria.
El favoritismo de Floridablanca hacia Murcia no solo tuvo efectos a corto plazo, sino que marcó el devenir histórico de esta su región. Al quedar Cartagena en una posición de subordinación administrativa, su capacidad de crecimiento y proyección quedó limitada durante décadas que, incluso llega hasta nuestros días.
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