![Cartagena en tiempos de guerra: una lucha por la supervivencia](https://s3.ppllstatics.com/laverdad/www/multimedia/2023/09/09/183705392--1200x840.jpg)
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En nuestra última entrega hablábamos de la necesidad que tiene Cartagena de constituir una cátedra de historia local para entre otras muchas cosas poder hacer su propio relato histórico, algo que en muchos casos está por hacer desde la documentación que se encuentra en el ... Archivo Municipal y para ello un ejemplo.
En las actas capitulares de nuestro concejo se encuentran reflejadas unas cartas reales enviadas al Concejo de Cartagena en el año 1635 y que analizadas someramente vienen a demostrar una vez más la importancia que esta plaza fuerte ha tenido en la historia de este país.
En el año 1635, Cartagena se encontraba en una encrucijada. La tensión política y militar en Europa amenazaba con desencadenar una guerra (La Guerra de los Treinta Años) que afectaría a la ciudad de manera significativa. El Conde Duque de Olivares, primer ministro de Felipe IV, estaba decidido a preparar a la nación para enfrentar cualquier amenaza, y Cartagena no sería una excepción.
La noticia de que Francia y Holanda estaban considerando declarar la guerra al rey de España encendió las alarmas en la corte española. El rey Felipe IV emitió un llamado urgente a Cartagena, instando a la ciudad a prepararse para la defensa de la Corona y la religión católica. Esta llamada a las armas llegó en un momento en que la ciudad ya estaba lidiando con dificultades económicas y una población en disminución, pero una vez más los habitantes de este lugar se pusieron a disposición de su Rey y de su País.
La carta del Rey, fechada en Madrid el 28 de abril de 1635, llegó con cierto retraso, lo que complicó aún más la situación. Conocemos que el correo tardó cinco días en llegar desde Madrid a Cartagena y lo sabemos porque se especifica que el viaje se hacía a veinte leguas al día, lo que equivaldría a unos 84 kilómetros por jornada.
El problema es que la ciudad no tenía los recursos ni la población suficiente para cumplir con las expectativas del rey. Las compañías encargadas de la defensa estaban formadas por hombres que carecían de armas y estaban ocupados en trabajos agrícolas debido a la pobreza que afectaba a su término concejil. No obstante se formaron ocho compañías de Milicias Urbanas con infantería, caballería y artillería. Se aglutinaban por vecindad según en la calle en que viviesen y la defensa fundamentalmente se centralizaba en torno al castillo de la Concepción.
Ante esta situación, el Ayuntamiento de Cartagena tuvo que tomar medidas drásticas. Su alcalde mayor, el licenciado Rocho Sánchez de Montenegro, emitió un bando que prohibía la compra y venta de armas entre los ciudadanos para evitar que estas se vendieran por temor a las convocatorias militares. Además, se prometió que no se quitarían las armas a los soldados por ninguna causa mientras las banderas de las compañías estuvieran izadas y los cuerpos de guardia estuvieran activos.
La tensión no se limitó a las preocupaciones por una posible guerra en Europa. La presencia de navíos «moros» en la región generó un temor constante en la población. La ciudad se movilizó para fortificar sus defensas, establecer guardias en las atalayas y prepararse para cualquier posible incursión enemiga, para ello fue necesario militarizar a todos los vecinos entre los 16 y 70 años, llamando a todos los varones de su campo; San Ginés, Carmolí, Camachos, Lentiscar, Pozo Antón, Riscales, Pozo Estrecho, Albujón, Aljorra, El Estrecho, Campo Nubla, Alumbres, Ferriol, Pozo Algar, Borricén, Escombreras y Portús entre otros. Eran tiempos de guerra con la valentía y la resiliencia de sus habitantes en medio de circunstancias difíciles.
A pesar de las tensiones, el espíritu de resistencia se mantenía vivo en Cartagena. Los vecinos, aunque exhaustos, seguían trabajando en las fortificaciones y cumpliendo con sus deberes cívicos. La ciudad estaba lista para defenderse en caso de un ataque enemigo, pero la situación era insostenible por la falta de recursos.
La llegada del capitán Juan Alfarez en junio de 1636 agregó otra capa de complejidad a la situación. A pesar de su experiencia en asuntos militares, surgieron conflictos y desacuerdos entre él y las autoridades locales. Cartagena ya estaba lidiando con dificultades económicas y no podía cargar con el mantenimiento de las milicias forasteras que Alfarez quería emplear.
Las tensiones entre el Marqués de Estepa, representando a la Corona, el capitán Alfarez y las autoridades locales continuaron en aumento. El Marqués impuso multas a la ciudad por no cumplir con sus órdenes y tomó medidas que afectaron aún más a la economía y la vida cotidiana de Cartagena.
Los vecinos eran llamados constantemente para tareas de construcción, guardias, rondas y otros deberes relacionados con la defensa de la ciudad. El ambiente se volvía cada vez más opresivo a medida que las noticias de posibles ataques enemigos se sucedían. La incertidumbre y el temor se apoderaban de la ciudad, y la preocupación por la falta de recursos y el desgaste físico y emocional de la población aumentaba. Los ciudadanos veían con frustración cómo sus vidas cotidianas se desmoronaban en medio de la preparación para la guerra.
La historia de Cartagena en este 'tiempo de guerra' en 1636 quedó marcada por el sacrificio y la dedicación de sus habitantes en un momento de amenaza y tensión. A pesar de los desafíos y las dificultades, la ciudad logró mantenerse firme en su compromiso de defensa, como reclamó Felipe IV en su carta.
La localidad había demostrado su determinación y valentía en tiempos de adversidad, y aunque la amenaza de guerra se había desvanecido la lección aprendida nunca se olvidaría. Cartagena seguía siendo una plaza fuerte defendida por sus ciudadanos y orgullosa de su propia historia.
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