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Una semana con los bares y los restaurantes cerrados, quince días con el toque de queda nocturno y varios meses de un turismo venido a menos han cambiado una rutina que ahora concentra la actividad urbana por la mañana y deja semidesiertos el centro ... y la mayor parte de los barrios por la tarde. La actividad laboral acaba antes en muchas oficinas y negocios, en los que ha caído el volumen de clientes, y eso permite a sus empleados adelantar sus compras y otras gestiones para llegar a casa temprano y no volver a salir, porque no hay ni espectáculos ni restaurantes a los que ir. El resultado es una ciudad «medio muerta» y un ambiente «muy triste» durante tres cuartas partes del día, según los vecinos y comerciantes consultados por LA VERDAD.
En el casco histórico, la caída del turismo ya fue un duro golpe en primavera. «En temporada de cruceros, había días que no me iba a comer y tenia abierta la tienda a mediodía. Ahora estoy de diez a dos y la mayor parte del tiempo no tengo ningún cliente», reconoce María José Nieto, de la tienda de complementos y moda Olea, en plena calle Mayor.
A esa hora, desde que empezó la crisis, el principal signo de actividad son las colas ante los edificios oficiales y los bancos para hacer trámites con cita previa. Pero desde hace una semana, también hay filas ante los bares que sirven café, desayunos y almuerzos para llevar. «El lunes y el martes pasaba menos, pero ahora la gente se ha acostumbrado y, en algunos casos, se lo toman de pie o en un banco», comenta Fuensanta García Pagán, del quiosco de la esquina entre la calle Campos y la Plaza de San Francisco, donde hay varios establecimientos con esa actividad.
Hasta esa hora está permitida la carga y descarga de mercancías, que en los últimos años ha sido un problema en las calles Carmen, Jara, Aire y Cañón, y en la Plaza Castellini. El cierre de los bares lo ha reducido a la décima parte. «Como yo, siguen bajando a Cartagena, uno con pollos, otro con huevos, otro con carne y los reponedores de supermercados. Los demás, están en su casa, sin bares a los que servir. Yo sobrevivo por las fruterías a las que suministro», subraya Pedro Emilio Conesa, veterano transportista. Asimismo, hay menos tráfico en ejes de comunicaciones, desde la Alameda de San Antón al Paseo de Alfonso XIII y Reina Victoria. También en accesos como la Avenida Víctor Beltrí.
A mediodía comienzan los encargos de comida para llevar, a los que se han apuntado también restaurantes de postín. Por eso, las colas ante los bancos y los organismos oficiales son sustituidas por otras, en lugares llenos hasta hace poco de mesas y sillas para el aperitivo.
Como al cierre de las terrazas se une el del interior de los bares y los restaurantes, ya no existe la opción de comer en alguno cercano al trabajo, para volver a él después. Luis Aguilar, frutero y cliente de Pedro Emilio Conesa, no solo acusa ese cierre de establecimientos de los que era proveedor. Además ha notado una drástica rebaja de las ventas por las tardes «en las que entra menos gente porque se mueve mucho menos por la calle».
«Yo ponía un montón de cafés a partir de las cuatro, a los de las tiendas y quienes compran allí Ahora sirvo solo unos pocos comerciantes.», reconoce José Jiménez, del quiosco cafetería al inicio de calle Salitre. Desde su pequeño negocio ha visto también decaer la afluencia a la cercana Plaza de Juan XXIII. «Con el cierre de los juegos infantiles, la plaza se queda desierta por las tardes», explica. Algo similar ocurre en el Parque de Los Juncos y en otras zonas verdes de barrio.
A esas horas, José María Gómez está ya en la imprenta Nicomedes Gómez del callejón de Zorrilla «En estas fechas, otros años esto era un ir y venir de clientes y el teléfono no paraba de sonar a todas horas. Ahora, hay tardes que no merece la pena venir y cuando me voy a mi casa, apenas hay nadie por la calle», relata.
Para entonces, solo el eje Mayor-Carmen tiene algo de movimiento y la actividad se concentra de los supermercados que cierran más tarde y en las gasolineras, hasta el día siguiente.
«En la Barriada Cuatro Santos, hay días en los que descubres que puedes oír el canto de los pájaros del poco ruido que hay». Francisco Sánchez, veterano vecino de esta populosa zona, no recuerda «nada parecido a esto desde hace muchos años». Como su calle, otras de Santa Lucía, San Antón o Barrio de la Concepción han perdido los bares como lugares de reunión. No tienen centros de afluencia como los de organismos oficiales ni oficinas que generen tránsito. Por eso, gran parte del movimiento diurno se concentra en torno a los colegios y las tiendas. «Y la gente aprovecha para comprar cuando lleva y recoge al niño y ya no sale para nada más», apunta Sánchez. «Yo, desde luego, es lo que hago. Me meto en casa e intento gobernar a los tres que tengo, porque salir con ellos no me supone ningún alivio», admite también Nuria Ros, mientras iba con los dos más pequeños, de 1 y 2 años, del Ensanche y Ciudad Jardín. En las calles de este último barrio, el número de viandantes decrece conforme pasan las horas. «Lo mismo que en Los Dolores. Los vecinos concentran sus salidas por la mañana o a primera hora de la tarde, para llegar lo más pronto posible a casa», apunta Pedro Emilio Conesa.
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