Borrar
Mari Carmen Berrocal.
El oficio de lechero-cabrero

El oficio de lechero-cabrero

JOSÉ SÁNCHEZ CONESA

Miércoles, 7 de octubre 2015, 00:42

Conocida y valorada es Mari Carmen Berrocal Caparrós en su faceta de arqueóloga y profesora de Historia en instituto de enseñanza secundaria. No menos lo es como tutora de Prehistoria e Historia Antigua en el centro asociado de la UNED en Cartagena. Los cursos que organiza en esta última institución son esperados por numerosos alumnos de diversos puntos de España que hasta aquí llegan.

Sus publicaciones dan cuenta de las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo en el anfiteatro, el foro, San Ginés de la Jara, sobre el urbanismo romano, la minería púnica y romana y, en consecuencia, sus propuestas para la puesta en valor de la Sierra Minera. Sin embargo traemos hoy a relucir su faceta como etnógrafa, con trabajos en los que ha abordado el oficio y las costumbres de los mineros, la cerámica popular o la figura del lechero-cabrero en los pueblos de la zona oeste. En el segundo congreso etnográfico del Campo de Cartagena presentó dos investigaciones sobre el agua, su abastecimiento en Cartagena durante los siglos XIX y XX y los sistemas de extracción en Galifa.

Dedicó a Perico 'el Gachas' su trabajo 'El oficio tradicional de lechero-cabrero en la zona oeste del Campo de Cartagena', publicado en la Revista Murciana de Antropología, nº 15 (2008).

Los informantes entrevistados para este trabajo se iniciaron en la profesión tras el servicio militar, rito de paso o de tránsito mediante el cual se hacían hombres. Aunque todos ellos, como habitantes del medio rural que eran, estaban familiarizados desde la infancia con el cuidado de alguna que otra cabra para el abastecimiento doméstico. Con esta dedicación buscaban una mayor holgura económica, más que con las faenas agrícolas. Mediante un acuerdo con los dueños de cabras o corraleros, pues las propias eran insuficientes para cubrir la demanda láctea, se desplazaban con sus bicicletas cargadas por las tenadas o tenás, espacios donde se albergaban los animales bajo techumbre. Las bicicletas cargadas en muchas ocasiones con 80 litros.

Por la calle Mayor

Dejaron de hacerlo con la apertura de la central lechera de Cartagena en 1975, quedando prohibida la venta a granel ya que por motivos de salud pública pasaba a ser obligatorio la pasteurización. La raza de nuestra cabra es la granadina murciana, caracterizada por ser gran productora de leche y resistir muy bien las altas temperaturas y la aridez de la zona. Los cabreros relacionan los comportamientos misteriosos y curiosos de esta cabra con los de la mujer, generando un folklore sobre ello: «A la mujer y a la cabra/ si quieres tenerla contentas, /átalas con soga larga/o si no déjalas sueltas».

Las posibles enfermedades del ganado caprino eran múltiples. Nos centraremos en algunas como las diarreas tiernas, trastornos que eran abordados terapéuticamente con un collar de bolaga o esparto tierno con siete o nueve nudos, siempre una cantidad impar. Otra era la lusa, cuando ingerían hierbas relentás por las mañanas, morían en escasos días tras esfurriarse, aunque se tratase de remediar la situación, sin éxito, dándoles huevos gárgoles.

Más de uno recuerda en Cartagena cómo entraba el cabrero lechero con algunas de sus cabricas ordeñadas delante de la clientela. Lo recuerdan en la calle Real y en otros puntos céntricos pero esto era realizado por los ganaderos que residían cerca de la ciudad. Impensable en un cabrero de Tallante o de Perín. Al final se les prohibió su recorrido por la calle Mayor montados en su vehículo y en mangas de camisa por resultar una visión nada decorosa.

Mucho de todo esto lo recordaba y escribió José Monerri, al que cita Carmen Berrocal en su estudio. Todas las personas encuestadas por ella emplearon la bicicleta para transportar su mercancía hasta el centro urbano y sus barrios, colocando los recipientes en los laterales de la bici, en la barra del cuadro acomodaban dos bidones de más de 25 litros y el portaequipajes para la caja del queso fresco de elaboración casera, más otros dos recipientes laterales. Quedaba prohibido colgar bidones en el manillar porque imposibilitaba la maniobra, pudiendo ser sancionados por la Guardia Civil. Lo dicho, 80 litros.

El lechero pagaba el impuesto municipal por uso y rodaje de vehículos y de ello daba fe una visible placa metálica. Además existía un impuesto sobre la mercancía láctea, recaudado por los cobradores de arbitrios, quienes estaban ubicados en casetas a las entradas de las poblaciones. También se vigilaba la calidad del producto por parte de veterinarios o funcionarios municipales, quienes visitaban las lecherías con un densímetro para garantizar la densidad de la leche, evitando así las aguadas. Cuando no tenía el espesor mínimo era arrojada al suelo como acción ejemplarizante.

Los lecheros gozaban fama de simpáticos y zalameros, levantando algunas sospechas por atender a su clientela femenina en horas en que el marido estaba ausente del hogar y ese hecho despertaba sospechas. Aunque fuesen inconsistentes, a pesar de algún chiste: «Mamá, mamá, el lechero está aquí, ¿tienes dinero o tengo que salir a jugar a la calle?».

Otro ejemplo de folklore suscitado por el oficio son estas coplas que nos regala la doctora Berrocal: «Cuando llegue a tu puerta/no digas que soy el lechero/ di que soy el aguador, / porque el que dice mentiras/ no tiene perdón de Dios».

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

laverdad El oficio de lechero-cabrero