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Habla cual escribe, con un hondo sentimiento, pero a pie de calle, con cierta trascendencia del aburrimiento que nos abate, aunque entre mil ilusiones y empeños nunca vanos. Y en ese mundo que el escritor Miguel Sánchez Robles imagina en sus soledades, siempre pobladas de musas curiosas y fértiles, descuella estos días una nueva novela, 'Salvación', esa obra que todo buen autor -y a él lo adornan ya unos cuantos títulos de éxito y premios- sueña con culminar para el disfrute personal, al margen de que se la dispute una horda de lectores avisados.
-Sus obras han recibido importantes premios tanto en novela como en relato, poesía y ensayo, ¿en qué género se siente más cómodo?
-El género por excelencia para mí es la poesía. Incluso mi obra narrativa contiene una impronta muy lírica. Algunos jurados y lectores la consideran prosa poética. En ese sentido se aleja de los esquemas de la literatura, digamos de mercado. Esa carga de intensidad lírica no es premeditada, es una pulsión ineludible en mí. Me decepcionaría que alguno de mis libros fuese calificado de entretenido. Pienso que la literatura debe ser sobre todo conmoción y sentimiento y comparto lo que decía Valéry al respecto: «nunca escribiría novelas porque me negaría a poner en un libro una frase así: La marquesa salió a las cinco».
-¿Qué ofrece al lector en su obra 'Salvación'?
-'Salvación' es mi última novela y es un texto diferente a todo lo que he publicado antes. Es una aventura espiritual difícil de clasificar. Un libro para leer despacio, muy despacio. Es esa clase de texto pulido y esencial que siempre quise leer. Es también como un tributo a mí mismo.
-Para disfrutar de ella, aparte de escribiéndola, leyéndola.
-Estoy convencido de que la escribí para poder leerla y releerla. Y lo hago con fruición, despacio, algunas tardes, hasta que se pone el sol y se hace de noche y entonces, a oscuras, en silencio, te quedas un rato sentado sacándole sabor a lo leído. Pero 'Salvación' es también uno de esos libros en los que, tanto el autor como el lector, pueden refugiarse y reguardarse un poco de la triste y terrible vida verdadera, en busca de esas verdades íntimas que nos pide con hambre el corazón.
-¿Encuentra usted la 'salvación' en la literatura?
-Sí. Todos encontramos salvación en la literatura, incluso quien no lee nunca. Un mundo sin poesía y sin novelas sería un mundo muy triste. Eso que faltaría si no hubiese creación literaria, se llenaría con más barbarie y más majadería y materialismo. Imaginemos eso: más barbarie aún, más idiocia aún, más materialismo aún. Sería insoportable, se ahogarían muchas almas como si fuesen gatitos recién nacidos.
-¿Qué relación tiene esta obra con el Camino de la Vera Cruz?
-'Salvación' no es en absoluto una novela religiosa, incluso se justifica en ella la convicción personal de que las cosas más sagradas para el alma humana no tienen por qué ser necesariamente religiosas. El Camino de la Vera Cruz está presente como una alegoría de la existencia y es la única referencia al paisaje, el único ámbito físico que ayuda y guía la conciencia turbia del protagonista.
-¿De verdad cree que es posible huir de este mundo apresurado y vacío en que vivimos?
-Creo que sí. Cada uno huye como puede del vacío existencial que nos circunda. Unos con fútbol, otros con poesía, otros con martini, otros con videojuegos, otros con póquer... Muchos están perfectamente instalados y cómodos en él y lo perpetuarían. Pero espero que el hombre alguna vez se rebele y se harte de ser manipulado y tutelado por esa mercadotecnia universal que lo devora todo. Espero de verdad que el hombre reaccione algún día a toda esta banalidad reinante si no quiere morir de intrascendencia.
-¿Qué proyectos tiene en mente en la actualidad?
-Viajar, aunque lo que quede de todos los viajes no sea más que el perfume de una rosa marchita. Y hacer deporte, senderismo y nadar. Antes hacía bicicleta, 'Nunca la vida es nuestra' es una novela que escribí sobre ello. Ahora hago otras cosas. Soy más crepuscular en eso. Cosas como salir todos los jueves que puedo a cenar con los amigos... Y escribir. Y leer. Sobre todo leer y escribir mucho: bailar sobre las brasas pequeñas de la vida antes de que reviente el infinito.
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