![Virtudes Romero y Francisco José Sánchez atienden y supervisan los avisos en una sala en la que manejan varios monitores.](https://s2.ppllstatics.com/laverdad/www/multimedia/202202/11/media/cortadas/112-kksD-U160900490920d8-624x385@La%20Verdad.jpg)
![Virtudes Romero y Francisco José Sánchez atienden y supervisan los avisos en una sala en la que manejan varios monitores.](https://s2.ppllstatics.com/laverdad/www/multimedia/202202/11/media/cortadas/112-kksD-U160900490920d8-624x385@La%20Verdad.jpg)
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Si una imagen vale más que mil palabras, tres números valen más que un buen puñado de vidas. Lo saben bien en el Centro Regional de Coordinación de Emergencias del 112, que hoy celebra el Día Europeo de este servicio. Allí coordinan de media unas ... 2.500 llamadas al día; o lo que es lo mismo: «2.500 problemas». Todas ellas son gestionadas por un nutrido grupo de trabajadores en una primera centralita, que se ocupan de clasificarlas según varios criterios, como el municipio en el que se ubica o el tipo de ayuda requerida (policía, sanitarios, bomberos...), y de enviarlas automáticamente a las instituciones con las que hay un acuerdo de colaboración.
Una vez superado este primer filtro, se atienden los avisos en una segunda sala. Allí se derivan a aquellos organismos que no están suscritos al convenio y se comprueba que, aquellos que sí lo han firmado, han desplegado la notificación y lo han trasladado a las unidades correspondientes. En ese momento, cualquier incidencia se sigue «a tiempo cero o tiempo real». «Un trabajador se ha caído a una piscina vacía y sangra por la cabeza», lee Francisco José Sánchez en su pantalla. Automáticamente, a través de la geolocalización de la llamada, en el monitor adyacente aparece una marca en el lugar exacto desde el que se ha efectuado. Enseguida es informado de las unidades que se acercan a la zona, en función de la gravedad del asunto.
«Hay algunos avisos que te provocan escalofríos», reconoce Francisco José mientras recuerda uno relativamente reciente y muy doloroso. «Lo peor es cuando te llaman familiares de la víctima y no puedes contarles nada a pesar de que ya lo sabes todo». A través de esa explicación parece que la culpabilidad acumulada después de tantos años callando más de lo que desearía abandona definitivamente su cuerpo. Aunque sea por un momento, recuesta sobre su sillón una espalda normalmente encorvada hacia delante, como si la menor distancia con la pantalla supusiera también una mayor cercanía con los afectados.
En el otro lado del escritorio, Virtudes Romero tiene claro que «los avisos relacionados con los menores y la violencia de género son los que más te mueven por dentro». Unas llamadas que se multiplican en jornadas festivas. Los accidentes laborales y las incidencias en carreteras que abundan un lunes o un martes cualquiera son sustituidos los fines de semana por «peleas, personas ebrias en la calle y violencia de género».
La digestión de este venenoso cóctel esquiva el intestino, pero busca corroer el cerebro, donde se acumulan episodios de la realidad más desagradable. La autogestión emocional y psicológica resulta fundamental para poder desarrollar un trabajo en el que muchas vidas están en juego. Pese a que «al principio retienes mucha información, con el tiempo aprendes a desconectar», expone Virtudes; «de no hacerlo, estaríamos con depresión».
«En una emergencia todo el mundo quiere más rapidez», suspira Francisco José. Aunque en su pantalla, tanto él como Virtudes pueden observar en cualquier momento la situación de todos los efectivos disponibles, no tienen todavía el poder de transportarlos con el puntero de su ratón hasta el lugar donde son requeridos. Viendo la disciplina con la que ejercen su trabajo, no cabe duda de que, de ser posible, lo harían. A pesar de sus humanas limitaciones, seguro que a más de un llamante en apuros su voz les ha parecido, cuando no divina, sí angelical. «Esperemos que el día vaya hoy tranquilo y no recibamos muchas llamadas», concluyen. Ya lo decían los ingleses: 'No news, good news'.
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