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Antonio Albarracín (Murcia, 1954) creció en las calles de Espinardo y se hizo médico siguiendo la estela de su padre. El 1 de marzo de ... 1980 firmó su primer contrato como cirujano en el Hospital Provincial, germen de lo que hoy es el Reina Sofía. Allí ha pasado sus 44 años de carrera profesional, dedicado a levantar un potente y moderno servicio de Cirugía General que pasó a dirigir en 2005, y que hoy es referencia en áreas como la coloproctología.
–El Hospital Provincial, donde empezó su carrera, era muy distinto del actual Reina Sofía. ¿Qué recuerda de aquel centro?
–Era un hospital de la Diputación y de beneficencia. Había salas de 10 o 12 camas, con una lucecita arriba. En aquel momento mandaban las monjas. Para bien en algunas cosas y, para otras, no tan bien. Tenían un control férreo, organizaban desde la cocina del hospital hasta las plantas y el quirófano, con un sentido economicista magnífico que tenía sus ventajas e inconvenientes. Fue curiosa aquella época en la que convivimos con las Hermanas de la Caridad. Poco después vino el gran cambio, y el Provincial se convierte en el Hospital General Universitario [año 1984]. En aquel momento, el consejero de Sanidad era José María Morales Meseguer. Fue un gran consejero. La universidad desembarcó en el hospital, teníamos allí a todos los catedráticos. Se produjo la gran transformación en un hospital moderno y docente. Yo era adjunto en aquel momento, gané la jefatura de sección por concurso en 1993. Tuvimos dos jefes de servicio, José Hernández y Hermenegildo Soriano, y se formó un gran equipo humano, enriquecido con los residentes. Hicimos una gran familia, y ese espíritu del Hospital General todavía pervive.
–Después llegaría el traslado temporal a la Cruz Roja por los problemas del edificio. ¿Cómo vivió todo aquello?
–De un día para otro vinieron unos arquitectos, hicieron catas sobre los cimientos del hospital y vieron que había un peligro importante de derrumbamiento. Salimos por piernas de allí, evacuamos en 48 horas. Algunos servicios, como Oncohematología, se reubicaron en el Morales Meseguer, pero a nosotros nos mandaron a la Cruz Roja. Cuando yo llegué allí se me pusieron los pelos de punta. Aquello era muy pequeño. No teníamos camas, no teníamos sitio, no teníamos nada. Yo me dije: 'Esto no puede ser'. El entonces vicepresidente del Gobierno regional, Antonio Gómez Fayrén, era un buen amigo mío, así que le llamé y le dije: 'Mira, Antonio, búscame una reunión con Ramón Luis Valcárcel (expresidente de la Comunidad) para que le podamos explicar lo que ocurre'. Fui a San Esteban con Soriano, le contamos a Valcárcel la situación y a la semana siguiente estábamos en el Morales Meseguer. Allí, los profesionales nos acogieron muy bien, hicimos muy buenos amigos. Pero la Gerencia no quería nuestra injerencia. Nos mandaron a la última planta, la llamábamos 'el palomar'.
–En 2005 se inauguró el actual Reina Sofía, y se inició una nueva etapa.
–Sí, a los pocos meses de venir al Reina Sofía se jubiló Soriano y cogí yo la jefatura de servicio. Estos 18 años me han dejado muy buen sabor de boca. En 2005 entramos aquí nueve cirujanos y ahora somos 22, más seis residentes (MIR). Cuando nos instalamos en el Reina Sofía, nos habían quitado la docencia, no teníamos nada. El reto era montar lo que hoy es un servicio moderno, competitivo. Empezamos a acreditar unidades funcionales: la de obesidad mórbida, la de carcinomatosis, y tuvimos la primera unidad de coloproctología acreditada de la Región. Luego, Pablo Guzmán (entonces jefe de servicio de Urología) y yo apostamos por el robot Da Vinci (para cirugía robótica). Lo tenemos aquí gracias a Asensio López, que ha sido uno de los mejores gerentes del Servicio Murciano de Salud.
–¿Qué se lleva de su relación con sus pacientes a lo largo de estos 44 años?
–Todo. La relación con el paciente es la base de la medicina. Leí un libro que recomiendo mucho: 'Hijos del ancho mundo'. Es la historia de dos hermanos médicos. En uno de los capítulos, un profesor de Patología General pregunta en clase cuál es el primer tratamiento que se administra por el oído a los pacientes en Urgencias. Nadie responde, y él les da la respuesta: palabras de consuelo. Así es. Esas palabras de consuelo hacen falta y a veces, ahora, no se administran. La relación con el paciente es fundamental, yo no he comprendido nunca a quienes dicen que salen del hospital y desconectan. No, no lo he podido hacer. Muchas veces, mis pacientes han dormido entre mi mujer y yo. Es que es así. La relación y la entrega, la implicación con el paciente, es fundamental. Si no la tienes, falta algo. Puedes tener buenos resultados, pero falta algo.
–Le queda menos de una semana para jubilarse. ¿Qué sensaciones le embargan?
–Me emociono al pensarlo. Mis cirujanos son muy buenos, gente muy bien formada en todas las unidades. He sido un privilegiado por tener a gente tan buena a mi alrededor. Me voy contento por tanto cariño que percibo en el servicio. Leí hace poco una entrevista al último premio Cervantes, Luis Mateo Díez. Le preguntaban por la felicidad, y él decía: 'Me puedo considerar feliz porque estoy tranquilo'. Y yo, estoy muy tranquilo.
Mari Fe Candel Arenas es la nueva jefa de servicio de Cirugía General y Aparato Digestivo del Hospital Reina Sofía. Doctora en Medicina y Cirugía por la Universidad de Murcia (UMU), realizó el periodo de formación especializada (MIR) en el Virgen de La Arrixaca. Fue adjunta en el Morales Meseguer entre 1993 y 2006. En febrero de ese año se incorporó al Reina Sofía. Candel Arenas es profesora asociada de la UMU y asume la jefatura de un servicio que ha ido ampliándose y desarrollándose a lo largo de las últimas décadas de la mano de Antonio Albarracín y de un completo equipo de profesionales.
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