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Ángel Gil Vera (Jumilla, 1966), economista, preside la Asociación de Empresarios del Vino de la Región de Murcia (Asevin). Es el pequeño de los nueve hermanos que integran la compañía Viñas Familia Gil, un extenso linaje que ha convertido a la histórica bodega jumillana ... Hijos de Juan Gil en un referente a nivel nacional e internacional. A su espaldas acumula una larga trayectoria en el sector vinícola, que le llevó también a ser en su momento director de compras de García Carrión y gerente de Finca Luzón. Aunque desde la nueva etapa que se abrió en la empresa familiar, a partir del año 2002, se encarga de la parte financiera del grupo, entre otras responsabilidades.
–¿Con qué expectativas se presenta la vendimia de este año?
–Hasta que no entra la uva en la bodega no se puede ver realmente. Pero me temo que va a haber una merma de entre el 20%-30% sobre el año pasado. No obstante, luego hay que ver lo que pesa el fruto, su rendimiento definitivo en el conjunto de las tres denominaciones de Jumilla, Yecla y Bullas.
–¿Es más difícil en estos tiempos cuadrar los números en el sector del vino para que sea rentable?
–No nos equivoquemos, este sector siempre está en crisis. Lo que sucede es que es un mundo que nos gusta, y tiene esa parte cultural. Porque esto, realmente, no es como hacer coca-cola, no es una fórmula, sino que depende de las condiciones del campo, del sol, de la lluvia, así que esta actividad siempre tiene sus dificultades.
–Los datos refrendan que el consumo de vino sigue en caída en España y en otros países.
–Estamos entrando en un cambio de tendencia. Después de la pandemia de la covid nos hemos encontrado con que hay una moda global por lo saludable, denominada 'healthy', donde vemos que la gente joven no quiere consumir alcohol, sus calorías. Y esa es una realidad que está ahí y ha venido a quedarse por lo menos a medio plazo, es decir, no es algo coyuntural. Y luego, bueno, están las decisiones políticas que tampoco ayudan. Porque algo como el vino, que siempre entraba en la dieta mediterránea, ahora resulta que ya no se incluye; incluso, al revés, hasta quieren poner en las etiquetas la foto de un hígado. De forma que entramos en una guerra extraña.
–¿Crecer es cada vez más difícil?
–Es que hay que atender a los nuevos consumos que vienen. Y si se demanda vino bajo en alcohol, pues hay que elaborarlo. Se trata de una cuestión de rentabilidad y nos toca adaptarnos. Antes, las cervezas con cero grados nadie las bebía, y ahora hay un 7-8% de consumo. Bueno, pues habrá que ir a eso si el mercado lo pide. Claro que siempre en busca de un buen producto, aunque sea 0,0. Eso no lo podemos perder. Además, cuando la gente me dice que es un sacrilegio echarle gaseosa a un vino, les digo que depende, porque un buen vino siempre hará un producto de calidad y se notará la diferencia. Por tanto, no son incompatibles.
–¿Y cómo se adaptan las bodegas a ese cambio? ¿Se puede apostar por productos más ligeros?
–Por lo que decía, existe actualmente, por ejemplo, una mayor tendencia al consumo de blancos, que probablemente venga por lo mismo, ya que cuando alguien quiere adelgazar le dicen que se tome mejor una copa de vino blanco y no de tinto. Por tanto, nos tenemos que adaptar todos a la nueva realidad. En nuestra empresa, por ejemplo, lanzamos los vinos con la etiqueta 'Disfrutand0,0' en blanco, blanco espumoso, rosado y tinto, así como rosado espumoso, que hacemos con nuestra propia máquina desalcoholizadora, a los que volvemos a reincorporar los aromas. Y me consta que igual que nosotros otras bodegas de la Región también están en ello.
–¿Hay que reinventarse más aún?
–Se seguirán haciendo los mejores vinos, pero insisto, no nos equivoquemos, estamos condenados a evolucionar como sea, y la bodega que no lo haga va a morir. Así, por ejemplo, si se quiere una lata con un producto más ligero y fresquito para cuando se va a la playa pues habrá que ofrecerla. De hecho, ya existen algunos productos así en el mercado, sobre todo en países como Alemania, aunque no se consuman en grandes cantidades. De todas formas, es cierto que los españoles somos menos innovadores en el consumo.
–Precisamente, si se mira al exterior, ¿cómo se comporta el consumidor en otros países?
–El mundo es tan globalizado, que todo es muy similar en todos los sitios. Es decir, que lo que se observa en Estados Unidos se ve luego en España, Francia... Pasa igual con las crisis, que las sufrimos todos, aunque cada uno en su medida. Y lo mismo ocurre con los hábitos de consumo. Así que con el vino lo que se da, en general, es una tendencia a la baja que se estima en una tasa de disminución del 2-3% anual. Eso significa que en diez años, si continuara esa línea, podría suponer casi el 30%. Aunque esperemos que no.
–En suma, se registran menos ventas, pero los costes crecen.
–Siguen disparados. Y tenemos un problema serio, porque nos estamos cargando a nuestros agricultores. Por otra parte, no nos equivoquemos, el sector vinícola ha fijado gente en los territorios, principalmente en eso que se llama la España vaciada. Es un recurso que tiene cinco mil años de historia, así que espero que no nos lo carguemos ahora en diez. Y por todo ello tenemos claro que todos estamos en el mismo carro y debemos cuidar a nuestros agricultores, ya que si no, entre unas cosas y otras, acabaremos con el sector.
–Sin uva no hay vino. ¿En qué medida impacta la cada vez mayor escasez de agua?
–Las viñas, por suerte, no necesitan mucha agua. Pero si no llueve, evidentemente, existe un problema, aunque están más adaptadas a subsistir en nuestros terrenos sin agua. Pero ocurre que un riego de socorro hubiera venido bien. Pero la Confederación Hidrográfica no lo permite. Es muy triste para los que somos de Jumilla y Yecla, que lindamos con Castilla-La Mancha, ver cómo en el término del pueblo de al lado se permite ese riego y, en cambio, en tu municipio está prohibido. Al final, te dan ganas de llorar cuando ves viñas que son una maceta, y solo queda esperar a ver si esas cepas consigan recuperarse si viene un otoño lluvioso. Ante esta realidad, la Administración tiene que ayudar, por supuesto con controles y sin permitir abusos, pero algunos años hay que garantizar los riegos de socorro si no hay lluvias.
–¿De qué forma les condicionan los efectos del cambio climático?
–Este año la sequía nos ha atacado mucho más en el Levante. El cambio climático nos afecta, así que también nos tenemos que adaptar a ello. Llevamos tres años seguidos de cosechas bajas, por lo que evidentemente el agricultor lo está pasando mal. En algunos casos ni coge la uva para llevarla a la bodega después de podarla y cuidarla todo el año. No les compensa si comparan lo que van a obtener y lo que les cuesta, porque las viñas hay que estar continuamente labrándolas. Es que se trata de mucho trabajo y se necesita mucha mano de obra.
–¿Estamos en clara inferioridad respecto a otros territorios?
–Competimos en un mercado en el que no vamos a tener la misma disponibilidad de uva de una determinada calidad que, en cambio, sí tienen en otras zonas de España y del mundo. Y esa escasez conlleva también un problema de precio ante los mayores costes. Así que en la cadena de valor no puedes vender a pérdidas, pero sí que se incrementa la parte de costes.
–¿Teme que se arranquen más viñedos en los próximos años?
–Jumilla es una zona de agricultura heroica, a la que se le dedican muchos recursos. Así que si este año, encima, no ha acompañado desde el punto de vista climático, pues hay que ponerse en la piel del agricultor. Porque imaginemos que si en un ejercicio normal se obtienen 1.500-2000 kilos por hectáreas, en este ocasión sean 700, aunque no se pueda generalizar. Además, todavía, si hay poca uva, pero es excepcional, pues puede pagarse bien y compensar, aunque me temo que en muchos casos no va a ocurrir así. A partir de aquí, el problema siguiente es que se arrancarán las que menos kilos producen. Entonces, las bodegas estamos condenadas a comprar viñedos para asegurarnos la uva.
–¿Las bodegas tendrán que tener cada vez más viñas en propiedad?
–No somos autosuficientes y nuestra intención nunca ha sido serlo. Pero las bodegas estamos comprando ahora más viñedos porque vemos el futuro más oscuro a la hora de garantizarnos la uva. Pero lo ideal es un sistema engrasado, que sea rentable, donde compremos a los viticultores, y donde todos tengan su ganancia. Lo que pasa es que el bodeguero tiene que ser cada vez más viticultor, y tiene que ir a ese ámbito por necesidad. Y lo tenemos que asumir.
–¿Se puede evaluar la merma productiva que hay en la actualidad?
–En el año 2000, en Jumilla, aunque pasa lo mismo en las zonas de Bullas y Yecla, había unas 27.000 hectáreas de viñedo, cuando hoy en día si acaso se llegue a 7.000. De hecho, hemos visto cosas este año que nunca hubiéramos imaginado, como viñedos que se han podado y después se han arrancado. Así que pensemos en la desesperación que existe.
–¿Las exigencias de la UE al mundo agrario condicionan mucho?
–Considero que se avanza en aspectos que había que hacer, pero a veces nos pasamos en otros, como es la Agenda 2030, que es fundamental pero igual es demasiada la exigencia a corto plazo, por lo que penalizamos a los agricultores. Por ejemplo, con exigencias de tratamientos en el campo que no son efectivos, con lo cual se incrementan los costes y se aleja la rentabilidad. Es decir, hay que cosas que deben hacerse, pero ¡ojo!, con cláusulas espejo, y no hablo solo de la vid de vinificación.
–No es pequeño el desafío que tiene el campo para sobrevivir.
–Sin duda, es uno de los retos importantes que tenemos. Y no quiero ser catastrofista, porque soy optimista pese a todo esto, ya que este sector lo llevamos en la sangre, nos gusta y, por supuesto, lo vamos a luchar con nuestros vinos.
–Me gustaría preguntarle por el valor distintivo de nuestra variedad monastrell para ganar el futuro. ¿Mantiene el atractivo alcanzado en los últimos años?
–Su prestigio está consolidado. Es una variedad muy antigua y conocida que ha evolucionado en cada lugar. Y es verdad que se aclimata muy bien a las zonas áridas, como la nuestra, donde ha subsistido en función de las peculiaridades de cada tierra. Porque es distinta la de Jumilla a la misma de Yecla, o la de Bullas. Pero sí que existe un reconocimiento a nuestro buque insignia, con el que hay que ir por el mundo. Porque si el mercado quiere una buena monastrell tiene que venir aquí, igual que para una buena garnacha debe ir a la zona de Aragón o a por un buen verdejo a Rueda. Porque se trata de tu distinción, más allá de que se busque complementar también con otras buenas variedades.
–¿Y cómo valora el mercado la calidad de nuestros vinos?
–Estamos en el mercado internacional en un nivel medio y alto. Y sorprende ver nuestros vinos junto a los Rioja o Ribera del Duero, que tienen un posicionamiento de mucho tiempo. Me he encontrado botellas de Jumilla, Bullas y Yecla en estados donde no va nadie, lo que llaman la América profunda. Muchas bodegas lo hacen bien sea en unos mercados u otros.
–¿Cómo se valoran nuestros vinos en el extranjero en comparación con los de otras zonas?
–Las tres denominaciones de origen (DOP) de la Región de Murcia están consideradas en el mundo, y así lo he comprobado cuando viajo a países como Estados Unidos, porque la primera ventaja es que no tenemos el hándicap de la imagen del pasado que existía en España, que no era real pero que estaba de cuando se consumían los vinos a granel, en toneles. Pero, incluso, eso también está cambiando en el mercado nacional.
–Su propia firma familiar es un ejemplo de posicionamiento en el mercado americano.
–En el pasado hubo precursores y alguna bodega de Jumilla, ya desaparecida, lo hizo muy bien en los años 80. Pero probablemente no fuera el momento adecuado para salir a un mercado complicado. Nosotros lo trabajamos bien, pero como tantos otros, no nos equivocamos; y luego, hemos tenido suerte. Pero, claro, la suerte no viene, hay que buscarla.
– ¿Y qué importante es innovar?
–Pensemos que en un lineal en Estados Unidos hay unas 2.000 referencias de vino, así que imaginemos el hecho de que elijan el tuyo, les guste y te recuerden para comprarlo otra vez. De ahí la importancia de contar con buenos vinos, así como de la innovación en el producto, o en la propia etiqueta para que te identifiquen. Como cuando en nuestra bodega sacamos la etiqueta gris, que nadie tenía, para distinguirnos también en aquel momento donde los diseños eran más clásicos.
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