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Serafín de Alba, cabizbajo, llegando a la Ciudad de la Justicia junto al letrado Fidel Pérez.
Chaparrón sobre Serafín de Alba

Chaparrón sobre Serafín de Alba

El testimonio de los investigadores deja en entredicho la coartada del presunto encubridor del crimen

Ricardo Fernández

Viernes, 14 de octubre 2016, 01:10

Mientras la lluvia descargaba gozosa sobre Murcia después de meses de ausencia, un chaparrón caía sobre Serafín de Alba y sobre su versión autoexculpatoria en la sala de vistas de la Audiencia Provincial de Murcia. Los denodados esfuerzos de su letrado, Fidel Pérez Abad, por contener el aguacero no sirvieron para evitar la impresión entre los presentes de que el armazón defensivo construido en torno al presunto encubridor del asesinato de los holandeses se estaba desmoronando.

En la declaración que prestó días atrás, De Alba mantuvo que jamás fue consciente de que en su huerto se estuvieran enterrando los cadáveres desmembrados de Lodewijk Severein e Ingrid Visser y, con el fin de distanciarse de Juan Cuenca lo más posible, aseguró que este se fue al huerto a las 14 horas del 15 de mayo de 2013 y que él no acudió hasta al menos una hora y media más tarde. Algo que serviría para explicar que ya no hubiera visto las bolsas con los cuerpos en su finca.

El testimonio de los investigadores del Cuerpo Nacional de Policía, que se inició ayer con el jefe de Homicidios, echó por tierra esa explicación. Y no porque estuvieran dando su opinión, sino porque así lo demostraban las pruebas periciales. De esta forma, el inspector jefe mencionado dejó constancia de que el teléfono móvil de De Alba lo situaba ya en la finca a las dos de la tarde del día en que fueron enterrados los holandeses; es decir, que acudió allí junto a Cuenca.

Otros datos indicaban ya antes en esa misma dirección. Por un lado, el propio Cuenca había mantenido desde un primer momento que su amigo Serafín de Alba siempre supo lo que iba a esconder en su huerto de limoneros. Por otro, el propio presunto encubridor había reconocido, tanto ante la Policía como en el juzgado, que acompañó a Cuenca hasta su finca, aunque siempre mantuviera que no sabía lo que llevaba en las bolsas.

No fue el único varapalo que ayer recibió este acusado, pues también se fue por el desagüe su versión de que no tenía prácticamente ni idea de que Cuenca pretendía vender la cantera de Evedasto Lifante, en otro aparente intento de distanciarse de su antiguo amigo y del aparente móvil del doble crimen. El jefe de Homicidios dejó constancia de que De Alba era perfectamente conocedor de los planes de Cuenca y que había tomado parte en los mismos, al estar presente en al menos tres reuniones, a lo largo de cuatro años, concertadas con el único propósito de buscar inversiones para esa compra.

En una de ellas, De Alba llegó incluso a ser presentado como un inspector tributario con capacidad para levantar embargos de fincas.

Y luego se trató el asunto del tocón -trozo de árbol seco, con las raíces ancladas en el suelo-, que es el argumento que De Alba siempre ha esgrimido para tratar de explicar los trabajos de los dos rumanos en su huerto. «Es que me dijeron que iban a arrancar un tocón», señaló en su día. Pues bien, los distintos policías que ayer comparecieron como testigos rechazaron que en el huerto hubiera algún tocón, o cuando menos no lo recordaban. Aunque el letrado Pérez Abad hizo que les mostraran una fotografía de la zona en la que fueron enterrados los cuerpos, allí solo se veía un árbol, con un tronco de más de un metro de alto, cortado a ras por su parte superior pero del que surgían muchos brotes laterales.

Cuando el abogado insistió a uno de los policías en que eso era un tocón, este lo negó con rotundidad. «Permítame, pero no. Esto no es un tocón. Deje que le diga que un árbol no es un tocón», le espetó, agregando que él mismo tenía un huerto y hablaba con conocimiento de causa. Unos minutos antes, el mismo agente había explicado, a preguntas de la fiscal, que «si entendemos que un tocón es un trozo de árbol, cortado, seco y con raíces que está pendiente de arrancar... pues no. Allí no había ningún tocón».

De lo poco positivo que De Alba sacó de la jornada consistió en el reconocimiento de los agentes de que el presunto encubridor había colaborado al facilitarles varios objetos que Cuenca había dejado en su garaje: dos motosierras, un hacha, unos cubos de basuras...

También cayó sobre Stan

No fue el agente tributario jubilado el único cuya coartada se vio sensiblemente dañada en la jornada de ayer. El rumano Constantín Stan, que es el otro acusado que viene manteniendo su inocencia, también se llevó un buen remojón. Este había mantenido que el día del crimen, que primero situó en el martes 14 y luego en el lunes 13, él no se enteró de nada porque había estado bebiendo después de comer y se había subido a echar la siesta, ebrio, a la planta superior de la Casa Colorá.

Pues bien, ayer los agentes también pusieron de manifiesto, basándose en el posicionamiento de los teléfonos móviles, que Cuenca, Stan e Ion no llegaron a la casa rural hasta al menos las 19.30 horas. Un dato que echa por tierra la teoría de Stan de que salieron de Valencia hacia las nueve o diez de la mañana, llegaron a la Casa Colorá hacia la hora de comer, se emborrachó y se subió a dormir.

El jefe de Homicidios también explicó que ninguno de los acusados ni de los testigos comentó jamás que a la vivienda rural llegara alguien conocido como Danko y, asimismo, que «ningún dato en la causa indica que allí hubiera nadie más».

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