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BOTÍAS SAUS
Sábado, 28 de noviembre 2015, 00:57
Conversar con Antonio Martínez Cerezo sobre la historia de Murcia es un auténtico placer para cuantos aman esta tierra. Primero, porque a sus conocimientos académicos, el escritor e investigador une una capacidad innata para saber acercarlos al gran público. Y segundo, porque aunque reside en Santander, abandera auténticas cruzadas en defensa del patrimonio murciano que hacen sonrojar a muchos. El próximo jueves, en la Facultad de Letras de la UMU y convocada por la Asociación para la Conservación de la Huerta (Huermur), pronunciará la conferencia 'Murcia 1266: Un año para el recuerdo'. Es una cita obligada para quienes deseen conocer qué debería celebrar la ciudad en los próximos meses.
-¿Qué estamos a punto de celebrar aunque muchos no lo sepan?
-El año próximo se cumple 750º aniversario de la conquista de Murcia por Jaime I, quien logró devolverle el reino a su yerno, Alfonso X.
-¿Y qué andaba haciendo El Sabio?
-Quizá estaba más interesado en sus estudios. Su esposa, Doña Violante, le escribió a Jaime I y, «de hija a padre y de reina a rey», como destacó, le pidió que actuara. Entonces, el rey se dio cuenta de algo muy importante: que todo lo ganado podía perderse. Si caía Murcia, Córdoba y Sevilla, después le tocaría el turno a Valencia. Por eso propuso actuar.
-Y aragoneses y catalanes le pusieron pegas.
-Recuerde la importancia de los fueros aragoneses, claro. Pero Jaime I les hizo ver que era necesario conquistar esta ciudad. «Salvemos Murcia para que se salve Castilla. Y Castilla para que se salve España». Así lo manifestó.
-¿Qué se encontró en Murcia?
-Llegó en 1266 para otear el escenario. El día 4 de diciembre se reunió con su yerno en Alcázar (Albacete), un destacado castillo y enclave muy bien situado. Allí se decidió todo. El 2 de enero partió desde Orihuela a Murcia. Sitió la ciudad y comenzaron las negociaciones.
-¿Sin entrar en batalla?
-No. La ciudad se entregó con tres condiciones: Poder seguir viviendo en ella, mantener su religión y que sus habitantes fueran juzgados por las leyes árabes. Jaime I aceptó y partió la ciudad en dos mitades. Una, la cristiana, incluía la actual Catedral, entonces mezquita. La otra era el arrabal de la Arrixaca, al que ahora llaman por error yacimiento de San Esteban.
-No sentaría bien a los moros que Jaime I se quedara con su gran mezquita, claro.
-En absoluto. De hecho, protestaron. Pero el rey, astuto, arguyó que no iba a admitir despertarse cada mañana con los rezos árabes, puesto que su residencia estaba próxima a la mezquita. Eso sí, les otorgó diez mezquitas.
-¿Cómo fue la entrada a la ciudad?
-Jaime I tenía una gran devoción a la Virgen María. Dispuso que en la mezquita se alzara un altar, ricamente adornado. Y, al día siguiente, escenificó la entrada a la urbe. Esa jornada se celebró la primera procesión urbana de la historia de Murcia. Él la presidía como rey, pero le acompañaban los príncipes Jaime y Pedro, más don Manuel, hermano de Alfonso X. A ellos se sumó el obispo de Barcelona, que formaba parte del séquito del rey, y el de Cartagena, fray Pedro Gallego. Desfilaron con cruces alzadas, lo que nos recuerda las que, en la actualidad, adornan las procesiones.
-¿Y cómo se conocen estos detalles?
-Porque Jaime I los relató en un libro autobiográfico, 'El Libro de los hechos'. De todo ello no cabe la menor duda.
-¿Cree que Murcia celebrará la efemérides como conviene?
-Ya me he dirigido a las autoridades para advertirles de esta ocasión única. Pero, de momento, no he recibido respuesta.
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