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B. S.
Lunes, 18 de junio 2018, 11:14
Entre las dos casas que posee Islam Ikeljic hay, exactamente, 2.530 kilómetros de distancia. Y dos días en coche, con sus madrugadas de asfalto, de insomnio y fronteras. Y tiempo, mucho tiempo para recordar. La primera de ellas está en Mazarrón y es su hogar desde hace 23 años. La segunda, en Bosnia, desde donde partió en 1993. Llegaron el 21 de enero al muelle cartagenero del Carbón. Viajaron a bordo del 'Aragón', un buque de guerra que, curiosa paradoja, anunciaron los medios que navegaba «en misión de paz».
Muchos murcianos apenas conocían lo que era un refugiado político. La Guerra Civil española quedaba un tanto lejos. Y otros nunca habían oído hablar de la antigua Yugoslavia. «Cuando nos vieron tan rubios y con los ojos azules preguntaron: Pero, ¿son estos?», bromea Islam.
El recibimiento fue una auténtica fiesta. Los murcianos regalaron rosas a las mujeres y juguetes para sus hijos. De fondo sonaban los pasodobles 'España Cañi' y 'Amparito Roca'. Renata Mahmuljin recuerda ahora «la sensación de seguridad y alegría que nos invadió». Porque el júbilo «no distingue países».
Entre quienes aguardaban a pie de muelle destacó un grupo de exprisioneros bosnios que llegaban desde Gandía para reencontrarse con sus familias, cuyos miembros los saludaban, quebrados los rostros de lágrimas de impaciencia, desde la cubierta del navío.
Las familias, cargadas de ancianos y niños, fueron trasladadas al camping Villas Caravaning, a orillas del Mar Menor. Habían cambiado grandes casas de clase media por tiendas de campaña. Pero eran libres.
La alegría solo se vio amortiguada por la incertidumbre de saber qué les había ocurrido a los 102 familiares directos de quienes nadie sabía darles razón.
Luis Roca, capitán de navío al mando del 'Aragón', fue el encargado de desear suerte a los refugiados. En su mensaje, leído en español y serbio-croata, destacó que «el viento siempre os empuje de espaldas y el sol os caliente de frente».
Algunos habrían de recordarlo cuando, a los pocos meses, encontraron su primer empleo bajo los hirvientes invernaderos de Mazarrón. Pero el capitán Roca, mientras el Levante arrastraba mar adentro los últimos sones del pasodoble, también profetizó otra cosa: «Deseamos que todos os hagáis viejos en España». Algunos, 23 años más tarde, ya casi lo son. Casi tan viejos como felices.
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