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ALEXIA SALAS
Martes, 20 de mayo 2014, 09:36
Explorar lo que pasa tras unos asombrados ojos nórdicos puede reportar sorpresas. Hasta para los avanzados, conectados -el 93% de la población sueca tiene internet- y reconfortados -gozan uno de los niveles de vida más altos del mundo- suecos, hay costumbres murcianas que ya observan con calma aparente. Como la rutina mata la sorpresa, los residentes escandinavos que frecuentan la costa del Mar Menor ya disfrutan, curados de espanto, de que hablemos a gritos, que echemos conejo al arroz y durmamos después de comer. Otros asuntos, en cambio, no los sacan del pasmo: «¿Qué es lo que pasa con los aeropuertos de Murcia? No entendemos lo que ocurre», pregunta Ann Margret Johansson, una amigable sueca con chalé en Santiago de la Ribera.
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Debate a seis bandas.
ESPAÑA
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En el ánimo general se sospechan toneladas de esa frialdad nórdica hacia Europa y sus inminentes elecciones. «No hacemos más que pagar; damos mucho y recogemos poco», se queja Osten Johansson en Los Narejos, a donde llegó al sentir la llamada del sol murciano.
En el centro de sus preocupaciones está más bien «que no cierren el aeropuerto cercano de San Javier y que haya vuelos directos a Suecia y Noruega», aclara el arquitecto sueco, ya retirado. El embrollo aeroportuario sobrevuela las cabezas de los turistas y residentes temporales en cada conversación, aunque no es lo único.
A Hans y Anette Carlson les preocupa el cierre de los numerosos comercios que han encontrado con el cartel de 'se vende' al regresar en cada cambio de temporada. «Hemos notado la crisis en Murcia, vemos los restaurantes con menos gente, tiendas cerradas y los precios más bajos en general», afirma la pareja. A los ojos de Anette, «ha empeorado también la limpieza de las calles y veo muchos agujeros por la carretera». En una de esas reuniones de ininteligible murmullo en ese lenguaje con exceso de vocales y esa encantadora forma de acoger que gastan los suecos, con pastas dulces y café, después de degustar unas lonchas de alce ahumado con salsa de rábanos picantes, ríen a la luz de las velas con las tribulaciones de los suecos en Murcia. «Le tuve que regalar a una vecina el pavo porque al alquilar la casa no me fijé en que no tenía horno, ¿en qué lugar no hay horno?», ríe Sonja Fransson. El destino del pavo no fue la experiencia más traumática de Sonja, que se inscribió en una excursión en autobús desde La Ribera a Galicia, donde les sirvieron unos mejillones traicioneros. El viaje de regreso «fue lo peor que he vivido, con todos los viajeros con diarrea en un autobús sin aseo», cuenta para la carcajada general. «Nunca más», dice, ajena a la carga nacional de su sentencia.
De la Región les encanta el sol y la playa, pero preferirían que los horarios fuesen más acompasados a los suyos. «Nunca voy a restaurantes por la noche porque cenan muy tarde», se queja Sonja. Les asombra encontrar a los niños de madrugada por la calle -«en Suecia te denunciarían a la Policía»- y el botelleo. Lejanos los tiempos de las exóticas suecas en biquini de los sesenta, a sus civilizados ojos los exóticos somos nosotros.
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