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MANUEL BUITRAGO
Domingo, 25 de noviembre 2007, 02:57
En uno de los encuentros con Mario Armero, en el que dio un repaso a la factoría de plásticos de Cartagena, todavía incipiente, el dirigente de General Electric se dejó guiar por la lógica empresarial y dijo: «No vamos a estar aquí toda la vida. Proyectos como éste dependen mucho de los mercados, de las materias primas y de otros factores». Después de los obstáculos que hubo que afrontar la inversión, que estuvo en varias ocasiones a punto de naufragar, aquel diagnóstico de provisionalidad quedó en el background periodístico.
Eran los primeros años de gobierno de Valcárcel y el complejo industrial afrontaba su segunda fase. Ahora va por la cuarta y aquella intuición se cumplió de una forma ambivalente: la multinacional norteamericana General Electric se ha marchado de estas tierras después de 19 años, dejando un complejo químico consolidado en manos de la compañía árabe Sabic. Los nuevos dueños, por ahora, tienen una política cero de comunicación, a diferencia de la desplegada por Mario Armero durante los años en los que ha estado al frente de la compañía. Muchos habrían preferido que la joya industrial de Cartagena siguiera gobernada por mentes anglosajonas y con el músculo de una de las mayores multinacionales del mundo, pero ha bastado que se descontrolara el precio del petróleo, y por consiguiente del benceno, la principal materia prima, para que los nortemericanos se desprendieran de todo su negocio mundial de plásticos.
Aquella premonición de Armero -que está en los viejos manuales de economía- se ha consumado con un relevo que hasta ahora ha tenido una conflictividad social cero, como recalcó el viernes la alcaldesa de Cartagena, Pilar Barreiro. Alguien podía haber tirado por la calle de enmedio alimentando un casus belli empresarial y augurando un sinfín de males y agravios, pero la venta de GE-Sabic ha discurrido por unos cauces tan normales que sólo puede explicarse por la madurez de nuestra clase empresarial, sindical y política. Y a ello ha contribuido esa nueva cultura global que Mario Armero y otros trajeron hace casi veinte años a una comarca que se despertaba cada mañana con un desgarro económico, un conflicto industrial o una protesta de trabajadores que alcanzó su clímax con el incendio de la Asamblea Regional.
La persona que ha controlado los daños colaterales (niveles de empleo e inversión) de la venta de la factoría -que llevaba implícita su marcha como máximo ejecutivo de GE Plastics España- ha recibido finalmente el reconocimiento de la clase empresarial de Cartagena y del resto de la Región. No se puede asegurar que las patronales COEC y CROEM saldaran una deuda pendiente con Armero, sino más bien que el aplauso le ha llegado en el momento oportuno. Armero ha recibido muchos premios y distinciones, pero quizás el que más ansiaba era este último porque, seamos sinceros, la multimillonaria inversión de Cartagena, apoyada con subvenciones oficiales, había despertado celos y recelos en algunos ámbitos, hasta que al final se fraguó la unanimidad de que la factoría de La Aljorra ha sido el principal antídoto para al resurgimiento de Cartagena y ha servido de banderín de enganche para muchos proyectos que han venido detrás. Más importante que eso fue que Cartagena recuperó la confianza perdida. En torno a Valcárcel, Pilar Barreiro y el presidente de COEC, Diego Illán, se vio el otro día un tejido empresarial vivo y burbujeante, que ya no se lamenta como antes.
Sólo hay que ver cómo estaba la comarca de Cartagena en 1988 y cómo está ahora. Mario Armero contribuyó a abrir esa brecha que conduce a la formación, la investigación y a un nuevo modelo industrial y de ética empresarial. Justo lo que se está reivindicando ahora desde muchos foros.
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