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EXPEDIENTE Ñ

España es una porra con el café

ROSA BELMONTE

Domingo, 14 de octubre 2007, 02:14

Máxima de Holanda, la princesa pegada a una sonrisa, dijo hace unas semanas que no hay ni rastro de la identidad holandesa, que el holandés no existe. Ay, como Santa Claus. Y se ha montado, pese a sus buenas intenciones (las de Máxima, no las del gordo de rojo). No sé si debería ser un consuelo, pero por ahí fuera también andan con estas cosas antiguas de las patrias. En su discurso contaba que hace siete años comenzó su búsqueda de la identidad holandesa (conocía la argentina) pero que el país tiene tantas caras que es imposible reducirlo a un estereotipo. Me gusta mucho cuando dice de su país de adopción, señalando algunas características (y espero que no sea un lost in traslation), que «Holanda es una sola galleta con el café». Es mi segunda frase favorita de estos días. La primera es «Hacemos el amor al revés» (de mis lecturas de los anuncios en la sección de contactos). Pero, bueno, estoy cogiendo un desvío no señalizado, que yo quería hablar de España igual que Máxima habla de Holanda. Que no es que vaya a decir que no existe, que la he visto con estos ojos. Y, además, tiene reconocimientos exteriores. Hedi Slimane, el ex diseñador de Dior Homme, asegura en la revista Vanidad: «No hay nada como España. Es un sitio muy poco común para la libertad». Es verdad que lo suelta después de zamparse como fotógrafo el Festival de Benicàssim, pero Benicàssim también es España. Al menos no he visto ningún cartel de esos a lo Catalonia. Es decir, uno de «Benicàssim is not Spain».

Con tanto material, no me explico cómo a nadie se le ha ocurrido todavía escribir una novela satírica llamada «España, España», al modo de «Inglaterra, Inglaterra», la farsa de Julian Barnes. Ésa en la que un millonario entre Murdoch y Al Fayed (aquí podría ser El Pocero) monta un país paralelo en la isla de Wight, con esencias. Sherlock Holmes, Stonehenge, la campiña de las Brontë, los acantilados de Dover. Todo eso traducido a España. Nos sobran esencias. Hasta falleras desnudas en un calendario. Y nos falta por ver el reportaje que Annie Leibowitz ha hecho para Vogue, con Almodóvar, sus chicas, Cayetano Rivera y Rafael Amargo a lo flamenco falso en Segovia, en plan figurantes de Villar del Río pero en «cool».

Cuando era pequeña me daba la impresión de que Europa o América (y eso que en mi habitación tenía un mapa de América del Sur) eran sitios vagos que no existían de la forma rotunda en que existía España. Ni Europa ni América tenían una capital, España sí. La primera experiencia que recuerdo con la bandera fue a los seis años. Una época en la que nos levantábamos cada vez que en clase entraba la profesora o cualquier otra persona o monja (y también cuando salían). El ruido de sillas era tal que en Francia, donde están volviéndoselo a plantear, deberían pensárselo, al menos si no hay pupitres fijos en el suelo. En el cole, en 1º de EGB, teníamos que dibujar y colorear la bandera española. Y todas, pero todas, la pintamos al revés. Dos bandas amarillas y una roja. No es lo mismo que lo de hacer el amor, pero nosotras pintábamos banderas al revés. Aunque nunca más. Y teníamos letra para el himno. La del Ariel, claro.

Lo malo del patriotismo español (que, como la educación, se adquiere en casa y en el colegio) es que suele enarbolarse por gente poco atractiva. Políticos y así. Políticos españoles y así, que son una especie todavía menos atractiva dentro de la del político en general. Otras vías han sido desperdiciadas. El cine, que ha enseñado a besar y tantas otras cosas, no nos ha enseñado a ser patriotas. «Raza» no sirve.

En todo caso, con el cine americano, con la tele americana, algunos hemos estado tentados de hacernos patriotas estadounidenses (a mí me pasa casi con cada capítulo de El ala oeste), pero se trata de ser patriota español. Es difícil enganchar en el carro (en la carroza del orgullo) a quien está carcomido por el prejuicio. Kurt Vonnegut (Un hombre sin patria) hacía como que se reía de las banderas que la gente ponía en las puertas de sus casas. «Estamos a punto de sufrir un ataque de Al Qaeda. Ondeen las banderas si las tienen, parece que eso siempre les ahuyenta. Es broma». Es broma.

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