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Salvador Arroyo
Bruselas
Miércoles, 27 de enero 2021, 23:07
El pulso que mantienen Bruselas y AstraZeneca desde que el pasado viernes la farmacéutica anunció que solo podrá distribuir en torno al 25% de las vacunas adquiridas por la UE para este primer trimestre, escribió ayer un episodio sonrojante. Detalles del contrato firmado entre las partes para un suministro de 300 millones de dosis del suero –con compra adicional de 100 millones más– sobrevolaron como cuchillos en lo que fue una batalla sin cuartel cargada de reproches, malentendidos, acusaciones directas y cierto elemento frívolo, de mala opereta.
Fue esto último lo que marco el arranque de la jornada. La reunión del comité director de la estrategia de vacunación con un representante de la empresa estuvo en el aire durante horas. Que si AstraZeneca había plantado a la Comisión, que si había solicitado un aplazamiento, que si no tenía nada nuevo que decir… Fuentes de la Comisión y de la compañía intentaron construir sus propios relatos durante toda la mañana. Desconcertante.
El 'ping pong' sobre la presencia o no de AstraZeneca se resolvía a media tarde. El consejero delegado de la firma, Pascal Soriot, participó finalmente en una cita que arrancaba a las 18.30 y se prolongó unas tres horas. ¿El resultado? La misma nebulosa. La Comisión sigue sin obtener respuestas satisfactorias. La comisaria de Salud, Stella Kyriakides se asomaba a Twitter para lamentar «la continua falta de claridad en el calendario de entrega». Insistía en solicitar «un plan claro» a la farmacéutica para un suministro rápido «de la cantidad de vacunas que reservamos para el primer trimestre» y, eso sí, hablaba del «tono constructivo» de la reunión. «Trabajaremos con la empresa. La UE sigue unida y las obligaciones contractuales firmes deben cumplirse, las vacunas deben entregarse a los ciudadanos de la UE».
Ese compromiso de llegar a un arreglo (ese tono «constructivo») pasaba a ser lo más significativo del mensaje. Porque antes de la reunión, la bronca aireada tuvo alcance planetario. La propia Kyriakides había comparecido para lanzar un mensaje político contundente. Sin la mesura 'made in Brussels' la chipriota cargó ya con la primera frase: «Esto es una pandemia, con muertos cada día. No son números, son personas con familias y amigos. Los contratos se tienen que cumplir».
A partir de ahí más misiles contra la farmacéutica anglosueca. El primero. Si el martes la comisaria insinuó que AstraZeneca podría haber revendido en otros mercados dosis con las que se debe abastecer a la UE, ayer sumaba un argumento de peso: «Ninguna empresa debería tener la ilusión de que no sepamos lo que está ocurriendo. Sabemos de la producción de las dosis, dónde se produjeron y, si se han enviado a algún lugar, dónde están».
Esa acusación había sido desmentida por el responsable de la firma, el citado Soriot, en una entrevista publicada este miércoles por varios medios europeos. En ella aseguraba que de sus cuatro plantas en Europa, dos en suelo británico, otra en Holanda y otra en Bélgica, el rendimiento de esta última en la obtención del suero había sido más bajo de lo esperado. Esas dos factorías europeas, defendía, suministrarán a la UE cuando la EMA_autorice su fórmula –previsiblemente, este vierns–, no las británicas, que entregan a Reino Unido. A ello añadía que el contrato con la UE se firmó dos meses después que con el Gobierno de Johnson.
Dos (aparentes) líneas de producción que a Bruselas no le cuadran. Así que la solución que plantea es que las plantas británicas cubran también las necesidades europeas. «Las fábricas de Reino Unido forman parte de nuestros acuerdos de compra anticipada, por eso tienen que cumplir», subrayó la comisaria. Kyriakides rechazó igualmente «la lógica de que el primero en llegar es el primero en ser servido» sobre esos dos meses de demora en la firma del contrato respecto a Reino Unido.
Y ya sin reparos se retó a AstraZeneca a hacer público el contrato «íntegro». En ese 'a por todas', la Comisión pidió incluso una inspección de su planta de Valonia. Medios belgas aseguraban que expertos del país, asistidos por otros colegas europeos, ya han comprobado 'in situ' si realmente existe allí un problema de producción. Todo es desconfianza.
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