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Desde el momento en que se bajó de la limusina con vestimenta negra de faena, el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, empezó este viernes con ... mal pie la visita de estado más importante de su vida. «Bonita ropa», se le vio murmurar, sarcástico, a Donald Trump, que un día propinó un guantazo público a su primogénito en la Universidad de Pensilvania, por recibirlo con una camiseta de los Yankees. Para esta foto histórica, el equipo de Trump había pedido al de Zelenski «en varias ocasiones» que vistiera un traje de chaqueta, en lugar de ropa militar, según fuentes de Axios.
Era un pequeño avance del capítulo de más tensión pública que se haya visto en la historia del Despacho Oval. «¡Está jugando con la tercera guerra mundial!», llegaría a advertirle Trump a su invitado.
La cadena Fox había destacado de inmediato la «tremenda falta de respeto» que suponía por parte del presidente ucraniano no vestir un traje de chaqueta para esta cita histórica, en la que ambos países debían firmar un acuerdo sobre la explotación de minerales, como preámbulo de la paz. Desde que empezó la guerra hace tres años, a Zelenski no se le ha visto nunca con un traje de chaqueta, solo con ropa de fatiga para resaltar su papel de mandatario en guerra.
«¿Y por qué no te pones un traje? ¿Tienes uno? Asumo que muchos estadounidenses tendrán un problema con tu falta de respeto», le preguntó desafiante un periodista de los «nuevos medios» que ha empoderado la Casa Blanca, al sustituir a las agencias tradicionales en el 'pool' de prensa. El mandatario ucraniano se contuvo como pudo. «A lo mejor después de esto, algo así, sí señor, algo más barato, gracias», tartamudeó con forzada humildad.
Sería solo el preludio de lo que acabaría con la intempestiva expulsión de Zelenski de la Casa Blanca, sin almuerzo y sin firmar el acuerdo para la explotación conjunta de minerales que debería garantizar la seguridad de Ucrania y abrir paso a las negociaciones de paz. «No está listo para la paz, que vuelva cuando lo esté», zanjó Trump en un comunicado oficial, publicado en su red, Truth Social.
Le tocó darle la noticia al secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio, y al asesor de Seguridad Nacional, Mike Waltz, que se le acercaron tras la bronca pública para decirle que ya no habría «más actos». El personal de la Casa Blanca dijo a la prensa que el almuerzo «se lo comerán ellos mismos», contó la corresponsal de Fox.
La escena había sobrepasado con mucho la habilidad comunicativa de Zelenski, que hasta ahora había sabido explotar su experiencia televisiva y dotes diplomáticas. Pese a esa ventaja, el vicepresidente, JD Vance, lo pisoteó sin misericordia frente a las cámaras -con el previsible apoyo de su jefe-, cuando el ucraniano trató de convencerles de que Putin -«un gran tipo», dijo Trump-, no es de fiar, porque ya ha violado «25 veces desde 2015 acuerdos de alto al fuego firmados de su puño y letra».
A Trump se le arqueó el entrecejo. El periodo de tiempo mencionado incluía su presidencia y, por tanto, el recuento de lo que nadie había hecho por Ucrania constituía un ataque personal a su liderazgo. «Tú ya has hablado demasiado», soltó cuando Zelenski interrumpió a Vance, pidiendo permiso para explicar la necesidad de establecer garantías de seguridad en cualquier acuerdo de paz.
Había rencor acumulado en esta reunión de alta tensión, en la que también salió a relucir el papel de Rusia y Ucrania que costó a Trump su primer juicio de 'impeachment'. Vance le recordó que, durante la campaña electoral, «apoyó» al candidato demócrata. Esa es, al menos, la interpretación trumpista de la visita que hizo Zelenski a una fábrica de artillería en Pensilvania en septiembre pasado, en el marco de la Asamblea General de la ONU. «Y hablando de la clase de diplomacia que va a salvar a tu país de la destrucción, es una falta de respeto que vengas a litigar esto frente a los medios estadounidenses», sermoneó el vicepresidente. «Ahora mismo estáis forzando el reclutamiento porque os falta carne de cañón en el frente. Deberíais estar dando las gracias al presidente».
A esas alturas, el enfrentamiento se había convertido también para Zelenski en algo personal. Y si bien mostraba reverencias ante Trump, su delfín de Yale tuvo la capacidad de hacerle perder los papeles. «¿Has estado en Ucrania para ver los problemas que tiene?», le cuestionó. Vance, brillante en los debates, no iba a soltar a su presa. «¿Has dicho gracias siquiera una vez?», le interpeló en busca de sumisión. «Muchas veces», bramó el ucraniano. «En este encuentro», presionó él.
La partida era tan desigual que hasta Trump parecía olfatear la sangre. «No estás en buena posición ahora mismo», le advirtió a su invitado, como si jugaran al policía bueno y policía malo. «Te estás quedando sin soldados y no quieres un alto al fuego», le recordó. El encuentro no acabaría bien para la diplomacia mundial, pegada a los televisores desde Bruselas a Pekin, pero sí para los datos de audiencia que tanto valora el autor del 'reality show' más popular en la historia de EE UU. «Esto va a quedar genial en televisión», se consoló el presidente.
Los intentos de Zelenski por masajear su ego, alabando su «verdadera buena voluntad para parar la guerra» y apelando a su orgullo patriota al cuestionar la habilidad de los europeos para responder a una «contingencia», para la que siempre «necesitan el apoyo de EE UU», habían caído en saco roto. El ucraniano no había sabido calcular el grado de sumisión que impera en la nueva Casa Blanca. Su atrevimiento al defender sus posturas en directo y enfrentarse al vicepresidente se sumó a los del cuerpo de prensa que les acompañaba, que en los tiempos de la ultraderecha populista son parte del equipo.
Eso sí, la prensa de Ucrania logró arrancar a Trump un compromiso estratégico. «¿Está usted comprometido a mantener las tropas en el flanco oriental de la OTAN?». Para el magnate estadounidense, «el Báltico es un barrio duro, pero estoy comprometido», afirmó. Su palabra tampoco es garantía. La víspera, cuestionado por haber acusado de «dictador» a Zelenski en las redes sociales, respondió con irónica sorpresa. «¿Dije eso? No me puedo creer que haya dicho eso», zanjó.
En poco más de un mes, el nuevo presidente estadounidense ha desatado un auténtico terremoto con un torrente de decretos y medidas drásticas para cimentar su imagen de caudillo resolutivo, capaz de transformar al país y acabar con las guerras del mundo de un plumazo «el solo», prometía en campaña. Trump tenía prisa por obtener un acuerdo que pusiera fin a la guerra de Ucrania con el que pasar a la historia y poder aspirar incluso al Nobel de la Paz, siempre y cuando eso no ponga en duda su autoridad mundial.
Ucrania busca una paz «justa» con garantías de seguridad, por las que está dispuesta a entregar a EE UU la explotación del 50% de sus minerales de tierras raras, con la otra mitad transferida a un Fondo para la Reconstrucción de su país. El fortalecimiento de esa economía era también una jugada estratégica de Washington para reducir su dependencia de China en la obtención de recursos críticos. Titanio, grafito y litio, elementos esenciales para la industria de Defensa y tecnología estadounidense.
«Le advertí antes del encuentro no morder ningún cebo si Trump o sus consejeros le retaban», contaría el senador Lindsey Graham, quien dijo haber almorzado después con Trump.
Con el desencuentro de este viernes, fin de la discusión. El trato, que tan bueno iba a ser para los dos países, según Trump, y para la seguridad de Europa, según Zelenski, está muerto. «Es increíble lo que se aprende cuando salen las emociones», fue el epitafio del estadounidense en Truth Social. «Le ha faltado el respeto a nuestro amado Despacho Oval. Puede volver cuando esté listo para la paz». Y en traje de chaqueta, se sobreentiende.
En un intento de enmendar el desencuentro, Zelenski le dio repetidamente las gracias en una publicación de X, en la que reiteró sus esfuerzos para alcanzar la paz: «Gracias, EEUU, gracias por vuestro apoyo, gracias por esta visita. Gracias al @Presidente de EEUU, al Congreso, al pueblo estadounidense».
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