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ANTONIO CORBILLÓN
Lunes, 26 de septiembre 2016, 12:15
El primer recuerdo que Silvia Barquero Nogales tiene de un animal maltratado fue cuando vio a su madre delante del televisor, de aquellos en blanco y negro, viendo una corrida de toros. «¿Por qué ves esto?», preguntó alarmada la niña Silvia. Muchos años después, su madre es una vegetariana convencida. Como Silvia y todo su entorno. Incluso mamá Nogales estrenó su militancia activa el pasado sábado en la manifestación que reunió a miles de personas en la Puerta del Sol para defender la causa animal. Cuando llega la Navidad, tampoco hay conflicto en casa. «No se come carne. Hace mucho que no entra un cordero en el horno». Un triunfo de andar por casa. Pero tan satisfactorio para la presidenta y cabeza de cartel del Partido Animalista (PACMA) como el que su movimiento estrenó el pasado martes, cuando lograron parar el relato de 500 años de sacrificio ritual del Toro de la Vega de Tordesillas. «Si hemos logrado esto sin representación política alguna ¡imagínese todo lo que podemos hacer cuando la tengamos!», avisa.
No falta mucho para eso. Con 284.848 votos en las últimas generales y 1,2 millones en el Senado ya son la mayor fuerza extraparlamentaria. Muy por encima de fuerzas como EH Bildu (dos escaños) y a 1.500 votos del PNV (cinco escaños). «Estamos preparados para entrar en las instituciones», insiste. Esta mujer de 42 años pone rostro y recoge los frutos de tres lustros de activismo para que «los animales dejen de ser algo para ser alguien».
En el umbral del nuevo milenio, los avisos sobre el cambio climático dieron luz a los que defienden otros modelos de desarrollo. La llamada también caló en esta madrileña que por aquel entonces iniciaba una expectante carrera en una multinacional gracias a sus títulos de Secretariado de Administración (bilingüe español/inglés) y máster en Comunicación.
Decidió pegar un volantazo y ahora lidera un equipo de siete personas que cobran mil euros al mes y que se financian solo de las cuotas de sus 2.500 afiliados. En el PACMA no hay dudas cuando hay que compartir mesa y mantel. Son todos veganos. «Es un compromiso, no una exigencia. Sería incompatible defender animales a los que nos estamos comiendo». Un mundo vegano y básicamente femenino. «Somos todas mujeres menos un hombre». También son hembras las mascotas (las perritas Lola y Pulga) con las que comparten su sede en un piso de la calle Preciados de Madrid. El 80% de sus candidatos (se presentaron en las 52 circunscripciones) son mujeres. Un hecho que Silvia atribuye a que «las mujeres compartimos con los animales una discriminación histórica; encarnamos la protección y el cuidado y tenemos más empatía para el sufrimiento».
Pero antes de pegar el gran viraje, ya mostraba antecedentes de persona refractaria al sufrimiento de seres vivos, tengan dos o cuatro patas. En sus recuerdos infantiles, con no más de 10 u 11 años, se cruza «el primer gato atropellado que me encontré en la calle y que, tras llevarlo a casa y curarlo, lo llevamos a una protectora». En webs ambientalistas pueden rastrearse correos suyos como uno de la Navidad de 2007 cuando, de viaje a la comida familiar, se cruzaron con una perrita atropellada en una carretera del extrarradio madrileño. «No se podía mover, así que como pudimos en un mar de nervios, la llevamos al veterinario de urgencias», relata. No es el último encuentro. En España se abandonan cada año a un cuarto de millón de mascotas, pero Silvia tiene tendencia a encontrárselas. 'Tarifa', la perrita que la acompaña en la foto de este perfil, también se cruzó en su vida. No hace falta decir dónde.
Marido, perro y cuatro gatos
Su compromiso vino acompañado de una aplicación directa del ideario. Dejó la vida urbana y se marchó a vivir a un pueblo no muy lejos de Madrid (cuyo nombre pide obviar para no dar pistas a los que la amenazan e insultan), donde comparte casa con su marido, cuatro gatos y un perro llamado 'Camilo'. Su pareja «'respira' igual que yo, si no, sería imposible la convivencia». Reta a los que buscan contradicciones a que «intenten pillarme con calzado de cuero o ropa procedente de animales». O por su nevera, que no tiene rastro alguno de células animales. Ni leche, ni huevos, ni yogures...
¿Cuándo fue la última vez que recuerda haber comido carne?
(lo piensa un rato) Un canapé de jamón. Allí decía 'esto es la parte de un cerdo que quería vivir'. Me costó pero... se acabó. Fue hace muchos años.
La opción proanimalista ha dejado de ser una rareza e incluso les cortejan otras formaciones (hubo contactos con Podemos). Pero hasta lograr esta maduración ha habido un activismo febril, con miles de kilómetros recorriendo la geografía y documentando la querencia nacional a disfrutar con el sufrimiento animal. Silvia recuerda los primeros años en Tordesillas, donde les tiraban huevos congelados. «Los vecinos nos miraban y se llevaban la mano al cuello».
Una vez más la preocupación materna «¿cómo te metes en todo eso?». 'Eso' hoy son sendos circuitos de cámaras de seguridad, 24 horas al día, tanto en su sede madrileña como en su casa. Le llegan muchas amenazas por Twitter. Alguna hablaba de 'matar a la 'zorra' del PACMA'. «Pero no me preocupan las redes, solo lo que pueda ocurrir en mi casa». Defender a los animales está lleno de contradicciones en un país en el que el 41% de las familias tiene una mascota y el 94% cree que los animales no están bien protegidos por la ley.
Pero los toros han sido su caballo de batalla. La virulencia verbal entre ambos colectivos alcanzó cotas nauseabundas. Cuando murió el torero Víctor Barrio, hubo quien se alegró en nombre de una supuesta 'justicia animal'. Silvia conoció al malogrado matador y a su mujer, Raquel Sanz. Aún tiene marcado el «debate acalorado» que mantuvo con él en una televisión segoviana.
¿Qué pensó cuando se produjo la mortal cogida?
Sufrí un 'shock'. Lo lamenté. Claro que me hubiera gustado que cambiara de profesión. Pero nuestra lucha no gana nada con la muerte de un torero. Esa batalla la estamos ganando desde la razón y la sensibilidad. Y esa sensibilidad me lleva a lamentar esa desgracia.
Con la tauromaquia en retirada, afilan argumentos para nuevos retos. Como la caza. O la 'humanización' de esos trozos de carne que compramos en el súper. «No hay conciencia de lo que llega a tu plato. No ves un pollito sino un trozo amorfo de carne. La industria edulcora todo esto». Tras quince años «documentando el horror», se siente en el centro de la agenda política de los defensores del resto de habitantes del planeta. «Algún día, los animales tendrán voz».
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