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CARLOS BENITO
Lunes, 29 de junio 2015, 12:22
Dos detalles sorprenden al forastero desprevenido que visita Ustupu, la isla del departamento panameño de Guna Yala. La primera resulta particularmente chocante para los españoles: en el lugar siguen ondeando banderas con el diseño original de la revolución kuna, la revuelta indigenista de los años veinte del siglo pasado, y ciertamente no invitan a hacerse una camiseta con ellas. Vienen a ser clavadas a una bandera española, pero en el centro presentan una esvástica, símbolo ancestral de los pueblos de la zona. La otra singularidad del lugar está en sus pobladores: se trata de uno de los rincones del mundo con mayor índice de albinismo, un caso por cada 150 personas, cuando la prevalencia estimada en el conjunto del planeta es de uno por cada 17.000. No es raro toparse con familias como la de la foto, con su violento contraste entre tonos de cabello y piel.
A los primeros europeos que visitaron la región no les pasó desapercibido ese rasgo. «Hay en esta provincia mucha gente blanca y rubia como flamencos, y atribúyese esto a ser descendientes del primer cacique que bajó del cielo», dejó escrito el dominico Adrián de Santo Tomás. Aquella irrupción repentina de otras personas blancas, venidas misteriosamente del otro lado del océano, habría de alterar durante mucho tiempo la existencia de los albinos del pueblo kuna. El origen divino del que hablaba la mitología, que con tanta fidelidad había recogido en sus relaciones el fraile del siglo XVII, acabó cayendo en el olvido y fue suplantado por el recelo ante la tez clara, vinculada al dominador extranjero: hasta finales del siglo XIX, muchos niños albinos morían sacrificados por sus padres, con la idea errónea de que eran la huella pálida que algún europeo había dejado en la estirpe.
Por fortuna, la recuperación de las creencias tradicionales, paralela a la afirmación de los kuna como pueblo orgulloso de su cultura, acabó con esas prácticas hace algo más de un siglo. A diferencia de lo que ocurre en el África subsahariana, donde tantos albinos son víctimas de crímenes atroces, en Ustupu y el resto de Guna Yala la falta de pigmentación ha vuelto a ser contemplada con cierta reverencia, como un valioso legado de criaturas sobrenaturales. A los albinos se les considera hijos de la luna y nietos del sol y se les reconocen poderes mágicos: en noches de eclipse, cuando todo el mundo ha de refugiarse en sus casas para evitar los supuestos males que acarrea esa oscuridad anómala, los albinos son los encargados de disparar con flechas al dragón que devora la luna, hasta espantarlo. Resulta curioso comprobar cómo muchas personas con esta peculiaridad genética han acabado convertidas en líderes o artistas, una inclinación en la que seguramente han influido sus dificultades para realizar trabajos al aire libre: dos ejemplos son Maximiliano Ferrer, uno de los tres caciques generales de los kuna, y el músico y arreglista Marden Paniza.
«Otros como yo»
«Es una bendición, como decían nuestros antepasados. Si los cuidas bien, puedes alcanzar un lugar especial en el cielo», explica Yira, madre de Delyane Ávila, una niña albina de 6 años de la isla de Ailigandi. Durante mucho tiempo, de hecho, los kuna pensaron que estos casos de ausencia de melanina constituían una característica exclusiva de su comunidad: el líder indígena Diwirgui Martínez, de 40 años, ha admitido alguna vez la turbación que experimentó en el año 2000, cuando fue invitado a una reunión de la organización SOS Albinos que se celebraba en Boston, Estados Unidos. «Por ignorancia, desconocía que había otros como yo», recuerda.
Pero la simpatía que despiertan en su pueblo no basta para solventar todas las dificultades que han de afrontar los albinos kuna. Viven a orillas del Mar Caribe, bajo un sol tropical que abrasa su piel y destroza sus ojos. Los sombreros, las mangas largas y las gafas oscuras se han vuelto más habituales que hace décadas, pero los casos de cáncer de piel se mantienen en niveles terribles y sigue siendo poco frecuente toparse con albinos de edad avanzada. Los especialistas de la capital, alarmados por la cantidad de pacientes que les llegan desde Guna Yala, han demandado una campaña de prevención orientada de forma específica a esta región, donde muchos niños siguen saliendo a jugar o acudiendo a la escuela sin ninguna protección. El sol, ese abuelo de la leyenda, no los trata con mucho cariño.
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