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'Bodegón con mandarinas', de W. J. McCloskey, 1889. R. C.
El viaje de la mandarina

El viaje de la mandarina

Pese a ser uno de los cítricos más antiguos del mundo, su cultivo en España comenzó en 1845 como una rareza botánica

Sábado, 18 de diciembre 2021, 11:23

El 4 de junio de 1845, un hombre distinguido escribía en Málaga una carta dirigida a la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Valencia. Aristócrata, terrateniente, filántropo y aficionado a la botánica, el remitente anunciaba entonces a la ilustre institución valenciana que junto a su misiva enviaba un interesante ejemplar de canelo y también «injertos del famoso naranjo mandarín que me he hecho traer de Constantinopla y aquí tiene aclimatado ya el señor cónsul de Prusia, que me ha ofrecido enviar naranjas a la sociedad y más injertos si los necesita».

Puede parecer una frase poco importante, pero es la primera referencia hecha en España al cultivo de una fruta de la que somos los segundos mayores productores del mundo adelantados únicamente por su país natal, China. Les hablo de la mandarina, de esa golosina natural que alegra nuestras lúgubres jornadas de otoño y comemos con fruición encadenada, una detrás de otra, sin saber que hace tan sólo 175 años era aún una rareza digna de jardín botánico.

Injerto de Estambul

El autor de la carta, aquel mandarinófilo pionero al que España entera debería rendir pleitesía, se llamaba José Joaquín Agulló y Ramón de Sentís. Nacido en Valencia en 1810, tenía todo el rancio abolengo del mundo: fue barón de Tamarit, IV marqués de Campo Salinas y VI conde de Ripalda, título nobiliario que quizá les suene ustedes de algo...

Por si les pica la curiosidad, aunque entre en el terreno del cotilleo genealógico, les chivaré que el del condado de Ripalda es un título nobiliario que ostenta, por ejemplo, uno de los hermanos Marichalar y que, efectivamente, José Joaquín de Agulló fue uno de sus antepasados. Lejos de la crónica rosa, nuestro protagonista fue concejal de Valencia, diputado, senador y ministro de Agricultura, Industria y Comercio además de fundador de la Cruz Roja Española. Y encima, introductor de la deliciosa mandarina, qué más quieren.

El conde de Ripalda formó parte de una élite ilustrada y emprendedora, deseosa de contribuir al progreso del país mediante la difusión del conocimiento y la aplicación de la tecnología. Siendo propietario de un gran número de tierras decidió formarse en agronomía y botánica, implicándose directamente en las tareas de cultivo y difundiendo entre sus trabajadores plantas o procedimientos nunca vistos.

Miembro activísimo de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Valencia, firmó numerosos artículos en su boletín y también envió a la entidad semillas o injertos interesantes que conocía a través de sus frecuentes viajes. «Cuanto haya digno de introducirse, adoptarse y mejorarse», decía. De Filipinas trajo un tipo de morera que, creyó, podía ayudar a la industria valenciana de la seda, y desde Estambul se hizo mandar esos injertos de «naranjo mandarín» que hoy nos traen aquí.

Cítricos similares

No sabemos si los mandarinos de Ripalda llegaron a aclimatarse al suelo valenciano ni dónde lo hicieron, pero sí que, como cuenta la 'Memoria sobre el estado de la agricultura en la provincia de Alicante', en 1849, los agricultores alicantinos cultivaban ya la «naranja mandarina, pequeña y dulcísima» aparte de la naranja común y de la llamada 'de China', que era muy jugosa y de piel lisa y fina. Aunque la naranja (Citrus sinensis) es una especie distinta de la mandarina (Citrus reticulata), al principio fueron confundidas debido a su color y sabor parecidos. Y, a que ambas pertenecen al promiscuo género Citrus, claro, que tiene miles de híbridos fruto de cruces espontáneos ocurridos en Asia hace miles de años y de los que salieron, por ejemplo, la naranja dulce (de madre pummelo y padre mandarino silvestre), el limón (madre naranja amarga y padre) o la mandarina moderna (madre mandarina silvestre y padre naranjo dulce).

Un fruto amarillo o dorado

Curiosamente quien dio su nombre científico a las mandarinas (Citrus reticulata) fue otro español, aunque no conociera la fruta en nuestro país sino en el lejano archipiélago de Filipinas. El zamorano Manuel María Blanco Blanco Ramos (1779-1845), delegado de la orden agustina en Manila, fue el autor en 1837 de 'Flora de Filipinas según el sistema sexual de Linneo' .

En esa obra se menciona precisamente por primera vez la especie reticulata de «corteza algo gruesa, fácilmente separable de la carne, la carne de fruto es de color amarillo o dorado y es de las naranjas más apreciables». Los indígenas filipinos las llamaban «sintoris» o «narangitas» por ser de pequeño tamaño.

Precisamente de esa mandarina asiática nacieron en el siglo XIX las subespecies Citrus x tangerina y Citrus x clementina, pero fue la reticulata la que primero llegó a España de la mano del conde de Ripalda y de su paisano José Polo de Bernabé, quien en 1856 promovió de nuevo su cultivo en Castellón gracias a injertos importados de Palermo, Génova y Niza, ciudades en las que se conocía su cultivo desde hacía décadas. La próxima vez que se coman una mandarina piensen en el largo viaje que han hecho para llegar a sus manos y en los hombres que lo hicieron posible.

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