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Se pone un cazo sobre el fuego con un decilitro de aceite fino y se fríe unos minutos. Se deja enfríar un poco y se añade media cucharilla de granos de anís, que se fríen también unos segundos. Se añaden, cuidando de que no salte, tres decilitros de agua y, cuando rompa a hervir, se suman de golpe 300 gramos de harina. Se trabaja sobre el fuego con una cuchara de palo, hasta que quede bien incorporada. Fuera del fuego se deja templar y se van añadiendo huevos uno a uno (los que admita la pasta). Se va trabajando con una espátula de madera, hasta obtener una pasta homogénea y ligera, pero no demasiado delgada, porque se estropearía. Se añade entonces una copa de benedictino y se marcan las rosquillas en una bandeja de horno con una manga de pastelería. Se cuecen a horno medio, terminando con un baño de azúcar.
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