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Su nombre es 'Allium sativum', pero los bárbaros le llamaron 'knflacfh', palo que se deshace. Su olor se debe al aceite esencial contenido en los ... bulbos, aunque para ese 'aroma' hay remedios. Un vaso de leche caliente, café muy cargado, masticar clavos de olor... España es tierra de ajos, y en la Región de Murcia, es un rey, aunque su capital por derecho es Las Pedroñeras, tierras de Cuenca que baña el río Záncara. Hace 5.000 años crecía silvestre en Turquestán, Afganistán, Beluchistán y China, donde le llamaron 'suan'. Viajó a la India, y según el 'Ayurveda', se empleaba en varios potingues, sobre todo filtros amorosos, por sus poderes afrodisíacos. Hasta tenía su himno, el 'Canto al ajo'.
En las tumbas egipcias, se ven los sacerdotes ofreciendo ajo a sus dioses. Y hay un papiro, que recoge 22 recetas medicinales. Heródoto contaba que, cuando se construyó la pirámide Keops, se gastaron 16.000 talentos de plata en ajos para los obreros. Allí se aficionaron a él los israelitas, y cuando volvieron a su tierra lo echaban de menos, y lo dejaron escrito en el libro IV de la Torá.
Fenicios, babilonios y persas lo consideraban condimento y remedio. Por Creta llegaron a Grecia y a Roma, donde los tenían por algo mágico, hasta Ulises lo usaba para protegerse de Circe. Pronto descubrieron sus propiedades diuréticas y como remedio para los eczemas. En el siglo I el médico Dioscórides lo consideraba diurético y vermífugo, insustituible en las picaduras de serpiente. Curaba el dolor de muelas poniéndose una cocción de ajo, leña resinosa e incienso. Y metían un diente de ajo en la boca de los cadáveres para que no se convirtieran en vampiros. Los aristócratas romanos lo aceptaron como remedio, pero no en sus cocinas por su olor penetrante. El ajo era para la plebe, soldados o esclavos.
Los bárbaros lo llevaron a Alemania. Los monjes benedictinos lo cultivaban en sus jardines, y, en el siglo XI, Santa Hildegarda de Bingen lo recomendaba en su libro 'Física' contra la ictericia. En los países escandinavos, se leía en una Edda que para protegerse del peligro se añadía ajo a las bebidas; mientras que los anglosajones creían que el ajo mezclado con agua bendita curaba la locura; y en jarabe para la tos, la tuberculosis. En 1344 aparecía en las declaraciones tributarias como hortaliza sujeta a impuesto.
El ajo podía expulsar lo Malo, demonios, brujas, vampiros, muy eficaz contra el mal de ojo. Hasta el siglo pasado, en Centroeuropa se colgaba el día de Reyes ajo bendecido en las puertas. Y en Transilvania, tierra del conde Drácula, ponían un diente de ajo con el dinero y entre el trigo, para que no lo robaran las brujas. Fuera del folklore, tiene vitaminas A, B y C.
Aquí reina esa salsilla picante como un demonio, que resbala chorretones amarillos sobre las patatas cocidas o asadas, enriqueciendo el pescado del caldero, convirtiendo en algo regio una sencilla olla gitana. Ajicos cortados, salpicando las 'provoconas' carnes del tomate. Pero lleven cuidado, porque tomate y ajo, tienen fama de afrodisiacos.
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