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Como en alguna ocasión he escrito, el olor a horno de leña y de pan recién horneado me conducen a mi niñez puesto que, en ... esa época, vivíamos en una casa cercana a uno de ellos.
Por estas fechas, en torno al día de la Purísima, en Murcia es tradicional empezar a hacer los dulces de Navidad, actualmente en los hornos domésticos, antes en los públicos a los que se llevaban a hornear las 'llandas' con los diferentes dulces, previamente preparados en las cocinas.
Durante este largo puente, que acabamos de pasar, mi amiga Carmen me ha dado la oportunidad de disfrutar del placer de participar en las costumbres tradicionales, mezclando, amasando, envolviendo, pintando y colocando en las llandas los variados dulces típicos de nuestra Región. Para que después Ángel, el maestro de pala y hermano de mi amiga, los fuera metiendo al horno de leña, cada cual en el turno correspondiente, según la temperatura exacta para su cocción adecuada. La maestría con la que Ángel manejaba la pala, como si de un instrumento de precisión se tratara, me dejó maravillada, así como la férrea disciplina que impuso para que cada una de las preparaciones entrara al horno cuando este tuviera la temperatura que exige la receta en cuestión. Disciplina que no es baladí puesto que de ella depende el final exitoso del trabajo realizado.
Subir y bajar la temperatura en un gran horno industrial de leña requiere aprendizaje y destreza y, sobre todo, paciencia. Por muy grande que sea el horno, y este lo era, no se puede meter todo a la vez, primero las tortas de recao a 200ºC, después los cordiales a 180ºC y por último un ligero horneo para los suspiros.
Desde el primer momento que llegué al horno, los olores me impregnaron la pituitaria amarilla y me transportaron a mi infancia. El ceremonial de seguir paso a paso las recetas tradicionales, de cómo mezclar los ingredientes para hacer las tortas de recao, los cordiales y los suspiros, me evocaron infinidad de anécdotas que fui relatando mientras realizaba la tarea de amasar con las manos, dejar reposar y formatear la dulce masa de los cordiales, rellenos de delicado cabello de ángel, de pintar las tortas o de batir los huevos.
Cuando acepté la invitación de mi amiga creía que solamente me dedicaría a observar, pero inmediatamente que llegué me metí en harina, y nunca mejor dicho, participando totalmente en el ceremonial, desde el inicio a la finalización. Fueron muchas horas de agradable trabajo y compañía con un final feliz, gracias a la pericia del hornero que nos entregó una mercancía digna de los mejores paladares.
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