Alborada, el producto al poder

Yo tengo suerte y me meto por el túnel que da al comedor principal para disfrutar de una experiencia completa. Tengo claro que voy de cabeza a por la alcachofa terminada al horno de brasas y a por la hamburguesa, además de algún pescado que me recomiende el atento equipo de sala. «Ya no hay trufa en el mercado. Solo podemos ponerle foie», me indican al pedir la alcachofa. Aun así, la quiero porque merece la pena.

Antes, unas cigalas salteadas con ajos tiernos y mantequilla para abrir boca. El punto de cocción del marisco es perfecto y el sabor a mantequilla prevalece sobre todos los sabores, incluso al ajo. Un plato complejo y, para mí, delicioso. La alcachofa, como siempre. Un producto que ha sufrido una evolución interesante desde aquellas que nos servían simplemente a la plancha, que Alfonso Egea ofrecía con maestría rebozadas y acompañadas con jamón o las clásicas estofadas de La Parranda, La Pequeña o La Virgen del Mar. A la de Alborada, un poco más de foie no le vendría mal.

Fuera de carta y como segundo alarde del producto que se gasta en Alborada, me recomiendan unas inevitables 'sepionet' -sepias de bocado-. Este plato es un manjar típico de la costa alicantina y solo lleva un golpe fuerte de plancha y unos puntitos de mahonesa de cilantro a modo de decoración. Es, para entendernos, lo más parecido al calamar fresco y sucio que nos comemos troceándolo con un poco de aceite y limón. Riquísimas.

La camarera me indica un par de veces que no deje escapar el rape a la marinera en el caso de no haberlo probado. Mi idea es más un golpe de horno de brasas en un pescado grasiento, pero al final cedo. Y con buen criterio.

El rape es un pescado complicado en las cocciones, ya que su carne es tersa y el proceso de ablandarla puede evaporar su jugosidad a poco que te despistes. En este caso, el bicho sale perfecto de punto con un aroma a fuego por haber pasado por el horno de brasas y con una de las salsas marineras más deliciosas que he probado nunca. Almejas, gambas y un buen puñado de perejil picado en crudo a modo de decoración acompañan al pescado que llega a la mesa en su propia bandeja de horno. Pido pan y repelo hasta el último hueso de la cabeza.

Termino con la burguer de Alborada, que es una de mis preferidas del panorama capitalino, aunque en esta ocasión encuentro la carne más tersa y menos jugosa que en otras ocasiones. Al parecer, por un problema con el proveedor. La combinación de la clara del huevo en forma de crujiente con la mahonesa de kimchi, cebolla pochada y brotes verdes es tan sencilla como acertada. Además, unas patatas de bastón crujientes y cremosas por dentro de guarnición para completar el plato.

Acabo con una adictiva tarta de manzana hecha al momento con un hojaldre fino y crema pastelera. Imprescindible. En definitiva, Alborada sigue con paso firme apostando por los productos de calidad y una cocina tradicional con mucho sentido común, donde se respeta el mercado de temporada y el sabor profundo con un servicio de camareros a la altura de la cocina.