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Francisco Ojados
Lunes, 16 de septiembre 2024, 01:04
Este lunes de feria en Murcia, en el que Enrique Ponce y Pepín Liria torean mano a mano en La Condomina, cebe recordar uno de los hitos históricos acaecidos en esta plaza. Era otro lunes de feria, el del año 2006, 11 de septiembre, cuando ya cerrada la noche salían a hombros de la plaza, a hombros de sus banderilleros, el dúo de toreros que hoy harán el paseíllo, Ponce y Liria, acompañados en ese paseo triunfal por el ganadero de Zalduendo, Fernando Domecq, ya fallecido, y el tercer torero de la tarde El Cid.
La portada de LA VERDAD del día siguiente titulaba «Dos indultos para la historia», y en el cuadernillo de toros de la feria, el añorado José María Galiana en el encabezado de su crónica rotulaba: «Indultos a pares». Al escribir sobe ambos indultados lo hacía del siguiente modo:
«El cuarto de la tarde por nombre Desordenado, astracanado de morrillo, fue abanto de salida, husmeó, escarbó y, de improviso, se fue al caballo sin ponerlo en suerte, pegó un topazo, salió suelto y dio una voltereta, sin más. Se dolió en banderillas, siguió escarbando y puso en aprietos a la cuadrilla.
Ponce, que lleva más de treinta toros indultados en cosos españoles y americanos, lo vio claro, brindó desde el corazón de la plaza y al caer la montera boca abajo escuchó una ovación unánime. Pese a los defectos apuntados, el toro de Zalduendo tomó la muleta humillado en la primera tanda con la pierna contraria arqueada, meciéndolo en el suave vuelo de la muleta, jugando la cintura y trayéndoselo a la cadera. Rompió la banda a tocar, jubilosa, mientras el torero de Chiva ligaba las series con apostura, abierto el compás, cargada la suerte, a veces a media altura, otras, las menos, obligándolo a humillar, dosificando sus fuerzas con medios pases para que la faena se alargara y el público reclamase el indulto. Todo el repertorio de Ponce salió a escena: el molinete, naturales con las manos dormidas, la cadencia del tres en uno, la trinchera, mecida la cadera, los pases de rodillas ligados con el de pecho.
Enrique, que lleva 17 años de alternativa, ni siquiera miró al palco para ver la disposición del usía, que sacó el pañuelo naranja entre la algarabía del público y la contrariedad del aficionado. El toro, exhausto, apenas tuvo fuerzas para volver a toriles.
Calientes los tendidos, Pepín Liria se fue cabizbajo a la puerta de toriles y saludó al quinto con una larga cambiada que puso la plaza boca abajo. Insípido, nombre del toro, pesó 531 kilos en la báscula, recibió un puyazo corto y acudió de lejos, alegre y encastado, a rebozarse en la muleta de Pepín. A la tercera serie se vió que el toro de Zalduendo tenía mejores cualidades que el de Ponce. Clase, ritmo, cadencia, fijeza, recorrido y, sobre todo, sentido de la distancia.
Ofrecía Liria la muleta plana a más de 20 metros y el noble animal acudía boyante y humillado buscando el engaño y repitiendo las embestidas. Una decena de veces se desplazó el toro a donde lo aguardaba Pepín y el encastado animal se rebozaba en el engaño por ambas manos. El público, casi unánime, demandó el indulto y el presidente volvió a sacar el pañuelo naranja, está vez con más fundamento, si bien cabe recordar que recibió sólo un puyazo corto. Puestos en una balanza, el toro de Liria tuvo más vibración y calidad».
Este era el octavo indulto en esta plaza. El presidente de aquella tarde histórica fue Juan Ignacio Herrero, y el público, como cuentan las páginas de ambiente del diario, salía de la plaza con la sensación de haber vivido algo único. Después ha habido cuatro indultos más, pero nunca más de uno en la misma tarde como aquel día.
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