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Curro Romero da una verónica al primer toro de la tarde de su despedida, en la plaza de toros de Murcia. Juanchi López
Curro se fue con una almohadilla

Curro se fue con una almohadilla

El faraón de Camas se vistió de luces por última vez en Murcia; Pepín Jiménez cuajó aquella tarde de 2003 una faena antológica, en la que picó y puso banderillas

Miércoles, 13 de septiembre 2017, 10:12

«¿Es que no se puede tener un momento tranquilo en esta plaza de toros?». Esta amarga frase fue pronunciada por Curro Romero cuando un joven aficionado pretendía hacerse una instantánea con él para inmortalizar el momento. Quien escribe estas líneas da fe de ello, pues fui testigo de aquellas insólitas palabras. Ocurrió en el descanso de la corrida del 10 de septiembre del 2003 en La Condomina. Aquella tarde, el faraón solo dejó para el recuerdo tres lentas verónicas. Y nadie sabía que aquella iba a ser su última actuación vestido de luces. Unos días después anunció su retiraba definitiva de los ruedos. Para siempre.

El diestro, que compartió cartel con el lorquino Pepín Jiménez y El Juli, tuvo una tarde para olvidar ante los sosos toros de Luis Algarra. Ante la atenta mirada de muchos aficionados, que acudieron a la plaza con una ramita de romero en la solapa, el faraón de Camas hizo un paseíllo tranquilo, andando en torero. Lució un traje verde esperanza y oro, con bordados distintos en la chaquetilla, más propios de los picadores que de los toreros a pie.

Los tres lances a la verónica fueron lo único que los aficionados se llevaron del maestro. En el primer toro recibió una ovación y saludó. En el segundo de su lote, Curro no quiso ver al astado ni en pintura. Prueba de ello es que recibió una bronca monumental cuando acabó con la vida de su oponente.

La crónica de entonces, firmada en 'La Verdad' por el periodista José María Galiana, rezaba: «La corrida de Algarra no valió un duro por la escasez de fuerzas. (...) Curro salió decidido con el capote y se diluyó con la muleta; con la espada se alivió, pero mató pronto. Menos da una piedra». Y continuaba: «Cuando dobló su segundo toro, alguien, desde un palco de sombra, arrojó una almohadilla que hizo blanco en el rostro del torero sevillano».

Una faena redonda

El éxtasis en los tendidos llegó con el quinto toro, repetidor, que le correspondió en suerte a Pepín Jiménez. Los aficionados más antiguos aún recuerdan una faena completa, en la que el torero lorquino ejerció de picador, puso banderillas e incluso cautivó al respetable con un quite al alimón junto a Jesús Márquez. «Pepín brilló en los redondos iniciales y en el lentísimo pase de pecho con el que rubricó una tanda con la izquierda. Abierto el compás, ligó tres derechazos, como los naturales de frente a pies juntos, quebrada la muñeca. Cuando al toro le quedaban cuatro tandas de muletazos, Pepín optó por adornarse con lorencianas», continuaba Galiana.

Pero la tarde no fue exitosa ni memorable por el número de trofeos, sino por los detalles que los aficionados vieron en la terna. Uno de los momentos más espléndidos de la corrida fue protagonizado por El Formidable y Morenito, que saludaron al respetable después de poner banderillas. El de Lorca cortó una oreja a cada uno de sus astados y dejó un aroma que aún perdura en la mente de los aficionados. Un joven Juli se llevó una ovación y una oreja con muy leve petición. Una tarde histórica, en la que el faraón de Camas dijo adiós con un almohadillazo.

Romero atendió a sus seguidores amable después del festejo

Al finalizar el festejo, Curro Romero se marchó al hotel con más pena que gloria. Después de darse una ducha, el faraón de Camas bajó al hall del hotel para atender a sus seguidores, que esperaban inquietos para poder dedicarle unas palabras al maestro y hacerse alguna que otra instantánea. Lo curioso de todo es que, después de haberle pegado un 'estufío' a aquel joven aficionado en el albero de La Condomina, estuviera tan amable con los demás aficionados.

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