![Blues, pinceles y mucho toreo](https://s1.ppllstatics.com/laverdad/www/multimedia/201909/16/media/cortadas/141875239--1248x784.jpg)
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Un cenicero con forma de ostra rebosa de colillas de Marlboro corto. Hay lápices desperdigados por todas las mesas, botes de pintura, estanterías con 'sprays' más que usados, cabezas de maniquíes y pinceles. Pero en medio de ese desorden caótico y anárquico, propio de un genio, lo que más llama la atención en la casa del pintor Nicolás de Maya (Cehegín, 1968) son los cuadros de toros. Y las obras sobre trajes de luces. Y moldes que representan con los diferentes vestidos de torear. En su casa-taller se respira arte y mundo del toro en cada rincón. «La tauromaquia tiene tanto que pintar... Yo siempre busco representar mi mejor obra, igual que le pasa a los matadores, que buscan su mejor faena», advierte Nicolás, mientras con detenimiento por una gran ventana que asoma todo el pueblo de Cehegín.
El artista explica que su vinculación con el mundo del toreo surgió cuando le propusieron hacer una muestra de 70 cuadros en el Palacio del Almudí, en plena Feria de Murcia de 2001. «A mí siempre me habían gustado los toros, pero no sentí esa pasión de verdad hasta que tuve que hacer la exposición. A raíz de ese momento, empecé a empaparme y a estudiar el toreo para poder reflejarlo. Me llevé una gran sorpresa cuando vi que la exposición estaba teniendo mucho éxito. De hecho, vendí los 70 cuadros», se congratula Nicolás. A partir de aquel momento, su vinculación con la tauromaquia fue a más.
«Fíjate, me fui a México a vivir en un rancho. Allí pasé unos cuantos años pintando caballos por encargo de un empresario. Él estaba muy vinculado al mundo equino, y yo no paraba de crear. Tanto, que antes de venirme hice una escultura. Yo era el españolito, y los mandamases del gobierno de allí me dieron la opción de poner la escultura en la plaza que yo quisiera. Y les dije: 'Quiero que esté en aquel monte'. Claro, ellos se quedaron locos porque el lugar que señalé estaba a las afueras de Guadalajara. Y al final pusieron allí mi obra 'El caballito del acueducto'. Después, la geografía del país cambió y aquella zona es ahora el centro neurálgico de todo», recuerda entre risas.
De Maya tiene claro que «la pintura en el mundo del toro, tristemente, no está considerada un género en sí en este país». «Nuestro gueto se limita a España, Portugal, Francia y Latinoamérica. Y al final te quedas encasillado en ese circuito; es una pena», se lamenta. «El arte del toreo y de la pintura es emoción, es algo muy visceral y mágico que te puede cambiar el mundo y al mismo tiempo trastocarte. Yo soy de los que piensan que el toreo es el arte más supremo que hay, porque el hombre consigue vencer todos sus miedos y evoluciona a nivel emocional», sostiene.
Cuenta que en el toreo «hay una confluencia de muchas cosas. Liturgia, comunión entre el torero y el animal, estética, miedo, simbología... Es increíble y muy inspirador. Es muy interesante -a la hora de pintar- fijarse en la fiereza del astado cuando sale de los chiqueros», se emociona Nicolás, que acaba de volver de un viaje en coche durante cuatro días con el maestro Luis Francisco Esplá, «comiendo jamón, bebiendo champán y filosofando sobre la vida». ¡Olé!
Lo que no soporta Nicolás de Maya son las críticas de los antitaurinos. «No los puedo entender», confiesa. «¡Es que no llevan razón! Los ganaderos han creado una nueva especie, que es el toro de lidia. Los taurinos somos los primeros que amamos la naturaleza , pero no puedo con el tema de humanizar al animal, porque es una locura», se cabrea. «Hemos dado a la naturaleza la conservación del toro de lidia bravo», defiende.
Las nubes tapan el cielo y empiezan a descargar agua sobre Cehegín. Suena jazz y blues, de fondo, cuando Nicolás de Maya vuelve a hablar de arte. «Yo he admirado y me he nutrido de mucho de pintores como Zuloaga, Sorolla, Picasso, Miró, Dalí... Uno de los cuadros de toros que más me gusta de los que he pintado es 'Tras el triunfo'. Representa un traje de luces de mi compadre Antonio Puerta. Con ese vestido sufrió una brutal cornada, y esta obra fue mi manera de rendirle un homenaje», relata Nicolás de Maya, que se levanta con pasión, coge un folio en blanco y se pone a dibujar, con un sello del 11 de septiembre de 2019, la figura de un toro. Y por los altavoces suena otro blues, esta vez lento. «Esta es la mejor música para los toros. Me lo dijo un día un amigo y llevaba razón. Tendrían que tocar jazz y blues en las plazas de toros, porque la comunión sería acojonante».
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