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Cuando la propia ACB escoge su evento más grande para rendirte un homenaje, es que algo debes haber hecho muy bien. También, cuando todos los equipos en los que has jugado, en una época marcada por el cambio de camisetas, han querido contar contigo por un mínimo de tres temporadas. Y, cómo no, cuando desde mucho antes de tu despedida, evidente era el respeto unánime de toda la comunidad baloncestística a la figura de un jugador que parece en especie extinción, ese base clásico que se convierte en la extensión del entrenador en pista, producto nacional de alto valor y que ejemplariza dentro y fuera de la pista.
No es este otro que Tomás Bellas, un jugador en el que «conoces un líder desde el primer entrenamiento», recuerda un Dylan Ennis que llegó a Murcia cuando el español estaba de saliente, pero que fue su capitán en Zaragoza, en la primera etapa en España del canadiense. Un jugador con «una actitud de no rendirse nunca», la que por el Palacio también se define entre risas como la de un tío «muy picón».
Con esa misma visión le tocó afrontar a Bellas el problema que le apartó de las pistas de baloncesto el verano pasado en un punto y aparte que terminó siendo y final. Le había sido detectado un linfoma de Hodgkin y, después de «cinco meses con tratamiento muy agresivos», el madrileño anunciaba hace dos semanas su adiós «ya recuperado». El momento en que eligió comunicarlo fue el mismo en el que podía decir que no había de lo que preocuparse. Madera de líder también sin un balón en las manos.
En Murcia, su mejor amigo fue Nemanja Radovic. Casi instantáneo fue el entendimiento entre ambos jugadores desde su llegada en noviembre de 2020 a un UCAM en el que tuvo un rendimiento inmediato y que fue para él «una segunda juventud». Con el capitán murciano «teníamos muchas bromas internas, nos entendíamos solo con las miradas», cuenta Radovic, que revela que «a veces la gente nos miraba como si fuésemos tontos, pero lo pasábamos genial».
Desde la distancia, ha sido Radovic quien más ha sufrido el problema de Bellas en el vestuario universitario. Pero, a diferencia de una mala racha en el juego, esta vez no necesitó tanto de su ánimo. Y eso que la situación no tenía ni punto de comparación. «Cuando me enteré de su enfermedad me quedé en 'shock', no podía creer que le estuviera pasando a él», rememora un amigo que se quedó «muy preocupado y muy triste», pero que, paradójicamente, ganó en tranquilidad hablando con el paciente. «Siempre le vi muy tranquilo, consciente de la gravedad de lo que le pasaba, pero muy valiente». Al igual que en un momento delicado de partido en que un base ofrece seguridad a sus compañeros, el propio Bellas era esa luz para su entorno.
En Murcia fue parte del equipo de la Copa del Rey de 2022 y de la vuelta a una Champions League en que fue héroe del 'play-in' ante el Pinar Karsiyaka. Cuando abandonó el Palacio para no volver, Ennis pudo comprobar que se había ido el hombre, no su legado «como jugador de baloncesto, pero más como ser humano». El escolta, que como Bellas en su día es uña y carne con Radovic, escuchaba cómo su amigo «hablaba continuamente muy bien sobre Tomás y siempre he creído cada palabra», asegura antes de exclamar que «¡Nema y yo somos grandes fans suyos!».
No es en vano que el nombre de usuario de Tomás Bellas en la red social X sea el de @CaptainBellas (capitán Bellas). El base ha ejercido ese rol de líder y ejemplo para los demás en cada equipo en los que ha jugado. En Zaragoza, donde desplegó uno de sus mejores baloncestos, fue mentor de un Carlos Alocén que, hasta otra preocupante lesión de este diamante en bruto del baloncesto español, brillaba en otro de los ex de Bellas, el Gran Canaria. En la capital de Aragón fue una especie de profesor particular de Alocén con la naturalidad con que lo que era todos. «Se aseguraba de que me mantuviera responsable», cuenta Ennis, que analiza que «con su forma de jugar duro hacía que todos hiciéramos lo mismo».
En Las Palmas, un joven canterano del Real Madrid pasó seis temporadas aprendiendo de veteranos de leyenda en Gran Canaria, caso de Sitapha Savané o Jim Moran, y con ese aprendizaje inspiró allá donde fue para ser recordado como «una persona de 10, un amigo que siempre estará ahí».
Radovic fue uno de los pocos privilegiados en llegar a lo más profundo de un hombre al que todo compañero se quería acercar. Con él, «cada semana íbamos a un sitio era como nuestro rincón para cenar y hablar», cuenta su apoyo «en los momentos difíciles, así como lo era él para mí». Un momento de intimidad que «es lo que más echo de menos». Pero uno siempre vuelve a donde fue feliz. Y ese rincón espera.
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