«¡Pasillo, pasillo, pasillo!»
TOQUEN Y VAYAN ·
Los jugadores del Cartagena aplaudirán a los del Murcia antes del derbi, lo normal aunque muchos ahora lo quieran convertir en anormalSecciones
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TOQUEN Y VAYAN ·
Los jugadores del Cartagena aplaudirán a los del Murcia antes del derbi, lo normal aunque muchos ahora lo quieran convertir en anormalCuando yo era crío, en el patio del colegio donde entre curas y balones de reglamento aprendí a diferenciar entre lo que estaba mal y lo que estaba peor, jugábamos en el recreo al 1-X-2, más rápido, cruel, efectivo y sanguinario que el A-E-I-O-U, por una cuestión numérica. Casi siempre el más vulnerable era el que recibía tres veces seguidas el impacto de la pelota y le tocaba pasar por un pasillo en el que le caían collejas, capones, patadas y demás golpes, cuya intensidad estaba íntimimamente ligada al grado de amistad que tuvieran los imberbes verdugos con el alumno ajusticiado. Era una humillación pasar y era una aberración participar en él. Pero así andábamos. Al grito de «¡Pasillo, pasillo, pasillo!» se cometían aquellas barbaridades. Eso, obviamente, no lo entendíamos del todo los que fuimos niños a finales de los 80 y principios de los 90. Admítanme esa disculpa.
Gracias al fútbol descubrí que había pasillos 'buenos', que justamente significaban lo contrario de los que hacíamos en el colegio. Cuando un equipo ganaba un título o ascendía de categoría, en el siguiente encuentro el rival de turno esperaba a sus jugadores en la boca del túnel de vestuarios y llevaba a cabo un sencillo pero elegante homenaje. Pasillo y aplausos. Así de fácil. Una vez, de hecho, se lo hizo el Cartagena al Murcia. Fue en abril de 1986 en La Condomina y algunos de los que vestían esa tarde de blanco y negro me contaron muchos años después que ellos, que se estaban jugando la salvación ante un vecino que acababa de ascender a Primera, en el fondo querían ablandar el corazón de los pimentoneros y pactar un empate que les diera la permanencia. Hubo pasillo. Pero no empate. Ganó el Murcia (3-1). No hubo arreglo.
Cuando yo era crío, los niños que iban en una tarde de derbi camino del Almarjal (y luego del Cartagonova) iban pegando patadas a los coches con matrícula de Murcia. Como -evidentemente- todos los que había aparcados tenían matrícula de Murcia, y aquello era completamente absurdo, se cambió de plan: ahora había que dar patadas y puñetazos a los vehículos sospechosos de ser de la capital. Cuando iba con mi padre a La Condomina, nosotros (y todos los cartageneros) dejábamos el coche lo más lejos posible de la Puerta de Orihuela y nos preocupábamos de que nadie pudiera relacionar el vehículo con la ciudad de procedencia. Era un taxi y el hombre se afanaba por retirar todas las pegatinas. Cada viaje a Murcia era un suplicio. Sufrir por ir al fútbol. Así era entonces. La barbarie, totalmente aceptada y normalizada.
Han pasado tantos años que ya no recuerdo si cuando era un crío había autovía o no. Pero sí que me acuerdo de que después de los derbis había vándalos que se iban a la antigua carretera de Murcia y se escondían detrás de los árboles a la altura del helipuerto de Santa Ana. Así, cuando el autobús del Real Murcia pasaba por allí era apedreado, si es que no lo había sido antes. Ya no era crío y vi con mis propios ojos las reyertas entre los Granas Sur y los Ultras Cartago en el 98 y el 99.
Pasaban cosas feas en los derbis hasta que entró el nuevo siglo y, afortunadamente, la gente entró en razón. Las elevadas multas impuestas por la Comisión Antiviolencia a los que aprovechaban la fiesta del fútbol regional para montar jaleo ayudaron a que incluso los más obtusos también pasaran por el aro. Han mejorado mucho las cosas y hoy tiene que haber pasillo, porque es lo normal aunque haya gente que lo quiera convertir en anormal. Da igual si el título logrado esta semana por el Real Murcia ha sido la Copa Federación, la Champions o la Copa Danone. Es irrelevante para el Cartagena, que hará lo que tiene que hacer: respetar al rival y honrar su escudo. No hay más. En el fútbol vamos al revés. Para atrás. Y así, lo que siempre fue una señal de respeto y deportividad hacia el oponente ahora se quiere transformar en un ejercicio de humillación y afrenta hacia la afición contraria. Pero no lo es. Que no lo sea.
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