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Axel Torres (Barcelona, 42 años) llenó ayer la Biblioteca Regional en la presentación de su cuarto libro, 'Crónicas balcánicas' (Contra), donde el conocido periodista deportivo ... narra sus cinco viajes para conocer la realidad del fútbol en Albania y Kosovo y acaba construyendo un relato fantástico de dos países que son fundamentales para conocer la historia reciente de una zona de Europa bastante olvidada. Su cuarto libro, tras '11 ciudades', 'Franz, Jürgen, Pep' y 'El Faro de Dalatangi' es el que más le ha costado, «por tiempo, dinero y sufrimiento», admite. Su primer viaje a Albania fue en 2013 y el libro, tras muchas idas y venidas, se publicó en 2024. Tras Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla y Bilbao, Torres lo presentó ayer en Murcia acompañado del periodista Sergio Vázquez y de muchos seguidores, lectores y amigos.
–¿Por qué le ha costado tanto terminar 'Crónicas Balcánicas'?
–Ha sido un proceso de diez años. Viajé cinco veces a los Balcanes y convertir todo el material que tenía en algo coherente y que tuviera interés ha sido difícil. En este tiempo, además, me han pasado cosas a nivel personal y he tenido que parar. Estuve un año con el libro aparcado y finalmente lo retomé y lo acabé.
–¿Por qué los Balcanes?
–Yo creo que es una cuestión generacional. Crecí en los 90, viendo a Yugoslavia en el Mundial del 90, donde nos eliminaron. Y cuatro años después Yugoslavia ya no estaba. Era un país desaparecido y desmembrado en un montón de países nuevos. Vimos la guerra por televisión sin entender muchas cosas porque éramos niños. Y cuando nos hicimos mayores quisimos saber qué había pasado en Yugoslavia.
–Creció y quiso saber más, ¿no?
–Leí mucho sobre el tema, viajé en 2005 a Eslovenia y quedé atrapado. Y en este libro, fascinado por los Balcanes, quise ir un poco más allá. Me centré en Albania, que ahora está un poco más de moda pero en 2013 era un país poco conocido. Y luego fui a Kosovo, que es un sitio del que poca gente se preocupa. Hay muy poco escrito en español sobre Kosovo y, de hecho, un investigador y antropólogo que está elaborando una tesis sobre Kosovo me llamó hace poco y me dijo que había leído mi libro y le había ayudado mucho, ya que apenas hay cosas escritas sobre Kosovo en castellano. Mi idea era hacer algo que no se había hecho, porque si siempre hablamos de los mismos temas y de las mismas cosas es muy aburrido.
–¿Qué le aportan estos encuentros con los lectores por toda España?
–Mucho. Están muy bien, ya que la gente que viene es gente que consume todo lo que hago y que me sigue desde hace años. Es gente a la que le interesa las cosas que tengo que decir y noto mucho cariño en estos encuentros.
–Digamos que juega a favor de obra, como el Real Madrid en un partido de Champions como local en el Santiago Bernabéu...
–Sí, sí, completamente. De momento, nadie ha aparecido en un encuentro de estos para insultarme o agredirme [se ríe].
–¿Lo que ha visto en Albania y Kosovo se parece al fútbol que teníamos en España en los ochenta o los noventa?
–No. Esa pureza del fútbol de aquí de los ochenta y los noventa sí la encontré en viajes anteriores a Islandia. Aquí me he encontrado campeonatos locales poco seguidos, a la vez que una absoluta fascinación por la selección nacional. El país no se para por la liga un domingo, pero sí cuando juega la selección. Y luego, tanto Albania como Kosovo, presentan problemas muy similares, que yo califico como muy balcánicos.
–¿Cuáles son?
–En el libro, por ejemplo, se cuenta cómo un equipo [el Skenderbeu] gana la liga siete años seguidos y, de repente, le llega una sanción de diez temporadas por amaño de partidos. Las mafias operan con impunidad en esa zona de los Balcanes y encuentran en el fútbol una oportunidad única para hacer negocio. Digo que todo es muy balcánico porque pasamos de ver tres o cuatro bares de apuestas en una misma calle a encontrarnos con un país en el que están prohibidas las apuestas deportivas tras un cambio de legislación exprés.
–Usted es un enamorado del fútbol popular, por su Sabadell y por su nostalgia por el fútbol de siempre. ¿Cómo valora la eclosión del Sant Andreu y del Europa?
–Son dos fenómenos muy interesantes, a estudiar desde luego desde un punto de vista sociológico. El Sant Andreu tiene 5.000 socios y el Europa, 3.000. Yo empecé narrando sus partidos a principios del siglo XXI y ambos campos estaban vacíos. Es cierto que en ambos casos hay un componente bastante politizado, con ideales muy de izquierdas y proyectos significados con el catalanismo. Eso crea un sentimiento de pertenencia y también polariza. Ambos pueden subir a Primera Federación y será interesante ver hasta dónde llegan. El contexto del Sabadell es distinto y no lo metería en el mismo saco.
–¿Cómo ve el futuro del periodismo en estos tiempos revueltos?
–Lo veo cambiante. No tengo ni idea de hacia dónde vamos. Nos estamos adaptando a los nuevos formatos, dode prima más lo visual, y a un contexto en el que los clubes cada vez comunican más. Apenas tenemos acceso a los futbolistas y es cierto que el reporterismo puro no abunda. Todo ha cambiado mucho y ahora, aunque intentes anticiparte para dar una noticia, la situación la tienen muy controlada desde los propios clubes de fútbol.
–Usted empezó a ejercer con solo 17 años. ¿Qué echa de menos del periodismo de sus inicios?
–Echo de menos la época en la que la radio deportiva estaba de moda. Yo iba a la Facultad y allí se hablaba de lo que había pasado la noche anterior en los programas de deportes. La radio estaba muy de moda y ahora ya no lo está. No veo que la gente hable mucho de lo que se ha dicho en la radio y eso es una mala señal para la radio deportiva. Esto es precisamente lo que hizo que yo me enamorara de la profesión.
–Prensa escrita, radio, tele... Hace de todo. ¿Qué le gusta más?
–Lo que más me gusta, sin duda, es mi podcast, porque puedo decir lo que me apetezca sin preocuparme de nada. Soy consciente, eso sí, de que lo otro que hago es lo que me da de comer y también lo disfruto mucho. Sé que en la tele hay un millón de personas viéndome y lo que diga puede molestar a un 50% de público que puede estar más o menos fanatizado. Pero no tengo queja. Me divierto con todo lo que hago.
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