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La retrospectiva que el Museo de Bellas Artes de Murcia (Mubam) dedica a Juan Martínez Lax (Murcia, 1946), «el artista completo», como afina ... Emilio Morales, le ha hecho volver a recordar cosas de su vida que oyó hace tiempo a sus hermanos mayores. Fue el pequeño, junto con su mellizo, Antonio, que murió hace más de 30 años, de la pareja que formaban Juan Martínez y Josefa Lax, que ya tenían ocho vástagos antes de llegar los retoños. No eran tiempos amables, seis años después del fin de la guerra civil y España todavía no se había reconstruido. Tampoco los ánimos. Pero la vida seguía.
«Nacimos –recordaba ayer a LA VERDAD el artista– en la casa. Cuando vino el primero, porque no supimos cuál nació antes o después, mi hermana mayor recordaba haberlo cogido y llevarlo cerca de la chimenea, con el fuego encendido, y entregárselo a mi padre: «¡Toma, que viene otro!». Mi padre dijo, «bienvenido sea», aunque mi hermana decía que todos lloraban porque entonces no había nada».
La casa de Juan Martínez Lax era una fuente de la mina de agua de Santa Catalina. «Recuerdo cuando era un chavalín ir con mi padre, acompañarle a sacar el agua de los pozos, que iban a unas balsas dentro de la mina, y de esas balsas venía el agua a las fuentes que había en el barrio del Carmen de Murcia, cerca de la iglesia; la de la carretera de El Palmar, donde vivíamos nosotros, y otras dos en La Alberca y en el Charco de Santo Ángel. Mi padre llevaba la fuente del Charco, y mi madre la de la carretera de El Palmar». La gente iba a esas fuentes a por el agua. En la casa de los Martínez Lax tenían un cuartito, donde había una serie de grifos; llegaban con sus recipientes y los llenaban. «Y había una ventanita que daba a la casa, donde allí pagaban. Cuando volvíamos del colegio mi madre nos pedía que nos ocupásemos de la ventanilla, si andaba muy ocupada con la comida». De los diez hermanos, quedan cuatro vivos. Juan Martínez Lax dedica muchas obras al agua, precisamente. Una de ellas, 'Torre del agua', es una panorámica de Chicago (Estados Unidos), donde los mismos edificios parecen extensiones oceánicas. Le gusta pintar mujeres mediterráneas. «Siempre ha estado presente en mi obra la mujer mojada», afirma. La mina era propiedad de Andrés Sobejano, poeta, crítico e historiador. «Yo iba con mi padre a llevarle la recaudación de la semana».
Recuerda de su infancia un hecho que habría de ir definiendo su interés vital. Frente al colegio al que iba tenía su taller un escultor, y su compañero de pupitre era el sobrino de aquel muchacho. «Cuando íbamos a su casa allí había esculturas, en escayola, grandes. Había un salote que cuando nos perdíamos había dibujos maravillosos de carboncillo que nosotros mirábamos». Era José Nicolás Almansa (Algezares, 1921-Guatemala, 1998), que entonces estudiaba Bellas Artes. «Siempre estuve muy próximo a ellos por mi cercanía a su sobrino Alfonso, que es el padre del artista Alfonso de la Risca, mi ahijado».
Y sobre la retrospectiva, ¿qué? Según el historiador del arte Tomás Ruiz Planes, podemos disfrutarla como esencia y síntesis de la obra de Juan Martínez Lax, «continuador de grandes maestros escultores del pasado siglo XX como José Planes, Juan González Moreno, Hernández Cano, José Molera, Antonio Campillo, Jesús Martínez Cerezo o José Toledo, entre otros». Además de coetáneo, compañero y amigo de José González Marcos, Elisa Séiquer, Pedro Pardo, Ramón Garza, África Lozano o José María Párraga. En realidad, posiblemente sea el último testimonio vivo de una generación efectivamente fascinante que, según Ruiz Planes, «puso a Murcia en un lugar puntero y adelantado del arte en España, en Europa». «Juan M. Lax se constituye como escultor, pintor, manipulador de elementos, en un gurú de los colores y de las formas al servicio de nuestro deleite. Su obra nos enriquece, nos complementa», apunta Ruiz Planes, cuya tesis doctoral, precisamente, gira en torno al artista, incorporando y actualizando todos los datos referidos a su vida y obra.
El taller de Martínez Lax en Barrio del Progreso (Murcia), donde tiene su sede la galería Progreso 80, alberga muchas de las obras que encontramos en 'Materia y forma', nombre de esta retrospectiva, que se podrá ver en el Mubam hasta septiembre. Había material para tres o cuatro más. «La primera selección la hicimos en el estudio, y cuando la obra llegó aquí tuvimos que quitar casi la mitad de las obras porque no había sitio para ponerlas», admite el autor. Entre ellas, por ejemplo, hay tres obras de papel de una serie de cientos de piezas que solo se expusieron en Cieza. «Fue un momento en que yo sentí que tenía que ser parte de la obra. Serví yo de modelo, y quise que los papeles fueran volumen. Yo los llamaba esculturas. Era como una entrega, y me gustó hacerlo». Habla de 'Hombre de luz', del año 2004, después de haber experiementado con todo. Su última obra, por ejemplo, es una instalación efímera, hecha 'ex profeso' para esta retrospectiva: un espejo que invita, en la planta baja, a entrar a otra dimensión.
Martínez Lax no ha expuesto nunca en Cartagena, pese a ser uno de los nombres imprescindibles de la escuela de escultura murciana, un artista que, según Martín Páez, director de la Real Academia de Bellas Artes Santa María de la Arrixaca, es «autodidacta, libre y comunicador»: «En su obra ha predominado la necesidad de comunicación y el deseo de crear unas imágenes que le llevaran a comunicarse con el espectador». Ya con 20 años, en su primera exposición, aparece un ángel que realmente recuerda todo lo que ha hecho después. Esa figura estilizada, casi sin brazos, aparece, por ejemplo, en el gran retablo que el autor pintó para la Iglesia Parroquial de Abanilla, una sorpresa escondida en la planta baja. «En realidad, nunca dejamos de repetir aquella primera idea», reconoce Martínez Lax, que ejerció como maestro de cerámica en la Escuela de Artes y Oficios de Murcia.
Piezas de barro refractario muchas de ellas, cocidas en su propio horno, que han estado en su casa ocultas por el polvo. «Hay algunas obras de las que ya ni me acordaba». Es patente que estamos ante un artista que ha creído en su trabajo. «Creía en mí porque era en lo único que podía creer. ¿Si no creía yo?», dice, con una media sonrisa, y más prudente que tímido. «Yo nunca trabajé de encargo, sino porque preparaba alguna exposición y después guardaba la obra. No me obsesionaba vender, ¿para qué quiero yo el dinero?». Martínez Lax, no hay duda, ha sido fiel a su vocación artística. Y el taller ha sido para él todos los mundos posibles. «Mis vivencias están allí. La posibilidad donde meter el barro y los cristales a los que les podía dar forma para mí era una experimentación».
Como todo artista español, la tauromaquia ha sido un tema también abordado en su producción: «Yo no me enteraba, no veía la corrida de toros, pero veía las escenas que me podían a mí servir».
Cuando todas estas piezas se han colocado en el mismo espacio se ha dado cuenta de que era muy joven cuando tuvo tan claro cómo había que pintar. «Yo estuve en el estudio de Muñoz Barberán cuando tenía 16 años. Y solo pinté tres obras. Un día llegó y dijo, «hoy no vas a pintar tú, porque necesito el espacio para un encargo». Yo me senté en un rincón, puso una tela grande y comenzó a pintar. Cuando acabó la mañana el cuadro estaba casi acabado. Yo le di mi opinión, y le dije que no iba a volver más a pintar a su estudio. ¿Por qué?, me preguntó. Le dije que porque ya sabía pintar. Lo que me pidió el maestro es que no dejara nunca de enseñarle lo que estuviera haciendo, y cada mes me acercaba hasta su casa, siempre en domingo, y le mostraba mi obra». Ya tenía personalidad entonces como joven artista.
Nunca hizo nada «a la manera de». Como afirma entusiasmado Juan Bautista Sanz, admirador del «misterioso silencio» de Martínez Lax, no hay duda de que estamos ante un clásico: «Su alma está a la vista, más aún, si le miras a los claros ojos con los que pinta y pintó, y seguirá pintando instalado en la serenidad consecuente de su interior». Y, además, siempre enfrascado en el estudio y el ensayo: «El poderío curioso de Lax tiene pocos límites; es un gran observador, un entusiasta de la renovación», anota Sanz.
No hace falta tener una herramienta sofisticada para innovar. Esto es lo que pone de manifiesto Martínez Lax, capaz con un cuchillo o un simple madero de convertir el barro en un ser con vida eterna. «La mujer del agua, la mujer del cielo, la mujer desnuda siempre presente en la obra de Lax. Un escorzo, un cuerpo desnudo sentado o recostado, sinuoso y dulce, como la fina piel de una verde manzana. La sensibilidad de Juan se muestra con delicadeza en cada una de sus obras y su manera, su sello, es bien perceptible, alma libre sin torpeza, sin dudas, con la seguridad que da la maestría y el trabajo sin pereza», subraya Emilio Morales.
Martínez Lax, el artista que ha llegado a la piel de sus figuras, tan lisas, tan modeladas, es, mucho más allá de un gran dominador de la técnica, un hombre con las ideas claras. Más de cincuenta años de trayectoria que, según el director del Mubam, Juan García Sandoval, merecía, con todas las de la ley, ser reconocido con una gran exposición retrospectiva. Esculturas y pinturas con la materia como punto de partida: «En este mirar y deambular entre las composiciones es donde el visitante entrará en contacto con el acto creador, para captar y adentrarse en sus obsesiones y emociones, y así poder atravesar sus enigmas, en esa «trampa» para la mirada que es toda obra de arte», dice Sandoval. El eterno enigma del creador.
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