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Nerea Adly García
Sábado, 10 de febrero 2024, 08:19
Gema pone distancias a Samuel, su marido; pero también se las pone a su amante. Samuel se las pone a su esposa, a su ... mejor amigo y a su terapeuta. Y Pedro, un adolescente que está descubriendo el mundo, no entiende las distancias entre los adultos y mucho menos entre sus padres, así que busca la cercanía donde puede, donde la realidad sea nítida, aunque solo tenga la nitidez de una pantalla.
De esto trata la primera novela de Salva Robles (Málaga, 1970), 'Del desorden y la herida' (Talentura), una novela de género psicológico que se desarrolla con personajes que se tocan, se miran, se hablan... pero siempre desde la lejanía. El autor pone de manifiesto la incomunicación, la incapacidad que tenemos los seres humanos de enfrentarnos a verdades incómodas, dolorosas. Una reflexión sobre cómo nos movemos en el mundo hoy, llenos de ansiedades, angustias, o cansancio vital. La presenta este sábado en Cartagena, a las 12 horas, en la librería La Montaña Mágica, acompañado por el escritor Trifón Abad.
Robles cambió Coín por Murcia en 1998, por las oposiciones de Profesor de Lengua y Literatura. Es un lector empedernido. Una de sus primeras experiencias literarias fue con la máquina de escribir de su hermano, una Olivetti Studio 46, con la que se ponía a escribir historias que imitaban a las de Enid Blyton. En sus ratos libres escribe en su blog 'La Royal de Antoine Doinel', espacio en el que disfruta hablando de lo que más le hace feliz: sus hijos, los libros, películas y series que lee y ve con apetito voraz.
–¿Qué reflexiones hace acerca de las relaciones humanas?
–Creo que la novela que escribí es muy contemporánea, muestra muy bien cómo nos movemos en el mundo. Me ha llevado a reflexionar precisamente sobre lo que quería escribir, como la soledad, la incomunicación, el cansancio vital, la decepción, el desencanto... en resumidas cuentas, intento reflexionar sobre la ansiedad o angustia en la que vivimos hoy en día, creo que esta ansiedad tiene que ver con miedos que tenemos arraigados inconscientemente. Uno de mis objetivos con esta novela era crear personajes que me ayudaran a comprenderme a mí y a los demás, con el fin de desvincularme de los prejuicios.
–Uno de los personajes principales, Samuel, es profesor y un lector empedernido, ¿se ha inspirado en usted mismo?
–El personaje vive en unas circunstancias particulares, está atravesando una depresión, y el detonante es una agresión que recibe en el centro donde trabajaba. En ese sentido, yo no he vivido una agresión física nunca en mi trabajo, sí he recibido agresiones verbales por parte de alumnos o de algunos padres, pero no me ha llevado a una depresión. Pero sí que hay en Samuel algo de mí, en el sentido de que es un profesor desencantado. Es un personaje que también está desencantado por el sistema, que lo ha llevado a un limbo del que no sabe salir.
–¿Por qué está desencantado?
-Llevo 25 años en la educación, y ha cambiado mucho. Aquí me pongo un poco político, y considero que cada ley educativa es peor que la anterior. La cantidad de contenidos que se les exige a los alumnos es cada vez menor, es cada vez más fácil aprobar, e incluso se pueden titular con suspensos. Lo que estamos creando con este tipo de sistema educativo son analfabetos funcionales. Es decir, tenemos a criaturitas con dificultades que terminan el bachillerato, que saben leer y escribir, pero que no entienden lo que leen y escriben. Me parece grave porque nos convierte en seres bastante manipulables por el sistema.
–¿De donde nace la historia?
–Yo parto siempre de imágenes. Es la de un hombre que sale a caminar y descubre algo de su mujer que no sabía, la ve entrar en un hotel. Esa idea me llegó a obsesionar, y aunque no es la primera escena de la novela, es la primera que escribí. Esa escena en mi cabeza me llevó a preguntarme sobre la incomunicación, que es uno de los temas principales de la novela, junto con el dolor. Yo insisto mucho a las personas que me rodean sobre la necesidad de hablar sobre el dolor, por lo que sea, por soledad, por decepciones... si veo tristes a mis hijos, no me lo pienso, les pregunto qué les pasa. No tenemos que tener miedo a hablar sobre lo que nos pasa por dentro, y con esta novela creo sinceramente que se puede ayudar al lector a darse cuenta de la importancia de comunicarse.
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