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Cuando recibí la alerta de que se había fallado el World Press Photo estaba en una reunión que me atreví a interrumpir brevemente para poder ... compartir la imagen. Bien. Vaya. Ufff. Qué dura. Venga, siguiente punto del orden del día. No volví a pensar en ella hasta que subí al coche -el único lugar donde últimamente puedo pensar-. Sin más información, tenía demasiadas preguntas. ¿Una imagen cruda sería más efectiva? ¿Y ética? ¿El decoro es una concesión a las víctimas o busca evitar el rechazo en el espectador? ¿Funciona? Mi primera impresión fue que a pesar del dolor que transmite, ante ella prevalece la contención, la pulcritud, la falsedad -no sucede lo mismo con otras del mismo autor, Mohammed Salem-. Esta foto esconde una tragedia mayor de lo que retrata.
En la imagen premiada se ve cómo Inas Abu Maamar le da el último abrazo a su sobrina Sally, de 5 años, después de que un misil israelí alcanzara su casa, en Gaza. Formalmente, la imagen es preciosa. Es extremadamente pictórica. Describe una diagonal perfecta, es cromáticamente equilibrada; una piedad clásica. La cuestión es que creo que parte de su atractiva artificiosidad reside en que ha sido recortada por el propio autor, que ha renunciado a la captura original horizontal en la que se podía ver, entre otras cosas, el sudario de plástico abierto en el que acabaría el cuerpo de la niña. Esta estrategia de 'zoom in' ha sido incluso reiterada por algunos medios, entiendo que con la intención de acelerar la respuesta emocional.
El World Press Photo «reconoce y celebra el mejor fotoperiodismo» lo que implica, inevitablemente, una decisión política, un posicionamiento. En su informe, el jurado explica haber quedado profundamente conmovido por una instantánea que «nos insta a enfrentar nuestra insensibilización», que «hace una declaración sobre la inutilidad de todas las guerras». Fiona Shields, presidenta del jurado, comienza su alegato aludiendo a las «historias de sufrimiento humano como los horribles acontecimientos del 7 de octubre en Israel, seguidos del brutal ataque a Gaza», y afirma que «la búsqueda del equilibrio fue una verdadera preocupación», reconociendo que evaluar las imágenes de la guerra es particularmente difícil. Creo que en estos textos -tan recortados por mí y, por tanto, alterados, como la propia imagen- se deslizan muchas de las claves para entender tanto la fotografía como la polémica que ha generado. Se alude al respeto de la composición, se menciona su potencial metafórico y literal, se habla de mover a la reflexión, a la emoción; de conmoción. Pero, sobre todo, Shields explica cómo han tratado de ponderar, de encontrar ese equilibrio propio de la fotografía documental.
El asunto es de una complejidad que desborda estos apuntes, pero hay algo que tengo claro, Israel representa a Occidente porque es un Estado de derecho -qué candidez la de los 'trans for Palestine'-. Precisamente por eso tenemos herramientas que permitirán esclarecer si se están cometiendo crímenes contra la humanidad. Porque hasta en la guerra hay normas. Eso sí, no dejo de pensar si la diferencia entre unos crímenes y otros -entre los que sé que no hay proporcionalidad- es que los de Hamás encuentran complicidad en gran parte del pueblo palestino. Está sucediendo justo lo que ellos buscaban -Hamás significa 'fervor, 'entusiasmo'-.
Decía Sontag en 'Sobre la fotografía' que la guerra y la fotografía son ya inseparables, mientras nos advertía sobre cómo nutrir lo estético puede favorecer el distanciamiento emocional: «La tendencia estetizante de la fotografía es tal que el medio que transmite la angustia termina por neutralizarla. [...] Aunque crean simpatías, también interrumpen, enfrían las emociones». Esta imagen esconde una actitud tanto estética como instrumental. Ambas fallidas. Frías. Sabemos que quien controla el flujo de imágenes controla el relato. Y sí, la fotografía es una de las armas más potentes de la guerra. Tiene la capacidad de atravesar, desgarrar o alentar las reacciones más atávicas. Puede alterar voluntades, acelerar o detener procesos políticos, provocar un profundo anhelo de paz o llamar a la mayor de las violencias. La fotografía da o quita la razón porque la emoción puede nublar la razón.
Escribe Fontcuberta en 'Desbordar el espejo', su último ensayo, que «nos hemos obsesionado con la consanguinidad entre la fotografía y la realidad, con la ilusión de la cámara como espejo», y que únicamente desbordando ese espejo, «recuperando todo aquello que parece haberse quedado latente fuera de sus márgenes», podremos ganar la guerra de las imágenes. Yo también siento que aquí no vamos a encontrar la verdad haciendo 'zoom in', sino que el reencuadre, 'the big picture', debe responder a un 'zoom out' extremo.
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