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Aquí el que opina a continuación es Caetano Veloso, que no es cualquiera: «Conoce la grandeza del arte y para mí es uno de ... los mayores cantantes del mundo que existen». Se refiere a Salvador Sobral (Lisboa, 1989), cuya voz que atraviesa los siglos logra poner a sus pies hasta al más insolente de los ruidos. Con la balada de desamor 'Amar pelos dois', cuya letra firmó su hermana Luísa Sobral, hizo historia en el festival de Eurovisión 2017, donde emocionó y convenció a millones de personas con una actuación que tuvo lugar mientras, debilitado, se encontraba en lista de espera para recibir un nuevo corazón. Ha llovido mucho, poco o nada desde entonces, y hoy el músico portugués, que se dio a conocer en 2016 con el elepé 'Excuse me', junto al pianista Júlio Resende, vive feliz en Barcelona, ciudad desde la que se desplazará para participar –el viernes 1 de noviembre– en la 43 edición del Cartagena Jazz Festival, donde presentará los temas de su nuevo disco, 'Timbre', su cuarto álbum de estudio: once nuevas canciones originales, diez escritas en colaboración con Leo Aldrey.
Dice Alberto Frutos, crítico musical de LA VERDAD, que a él Sobral le parece, sobre todo, «un artista que convierte el cantar en un modo de expresión absoluta». Le atrapa verle tratar de «dibujar algo con la voz y con las manos, buscando, encontrando, creando...», y le sorprende comprobar en directo cómo «tiene mil maneras de cantar y parece que canta para encontrarse, para perderse, para reinventarse, para recordarse...». Y añade Frutos: «Durante todo el tiempo en el que él está cantando, todo alrededor es silencio, aunque haya ruido». La entrevista es telefónica y transcurre mientras el músico se encuentra en un parque con su hija Aïda, que hace unos días cumplió dos años. A veces, la conversación se interrumpe porque Aïda le reclama, mientras que otras veces es su suegro quien lo hará. Salvador Sobral es, exactamente, lo que parece: una delicia.
–Su infancia.
–La de un niño privilegiado, obviamente. Tuve la suerte de nacer en un país europeo, soy hombre y blanco y mis padres se defendían económicamente.
–¿Qué fue usted desde siempre?
–Muy intenso, siempre he vivido todo tipo de emociones con muchísima intensidad, tanto las positivas como las negativas. Y esa forma de vivirlo todo tan intensamente, tan apasionadamente, sigue siendo así a día de hoy.
–¿Qué recuerda?
–Tenía 5 años cuando me enamoré perdidamente de Sofía. No paraba de llorar escuchando a Ricky Martin cantar 'Corazón' [«corazón, por favor, quítala de mi cabeza, y volvamos hacia atrás en soledad...»]. Me gustaba llorar [sonríe], me gustaba sufrir por amor, saboreaba esa pesadilla... La música empezó a ser muy pronto para mí una puerta abierta para acceder a las emociones de otros, y un vehículo que me servía para potenciar las mías propias.
–¿Le viene ahora alguna imagen especial de su relación con la música?
–Voy con mi familia en el coche, un momento maravilloso para escuchar música todos juntos y cantar. Momentos de felicidad.
–Sus padres.
–Sin ser demasiado permisivos, ni condescendientes, me dejaban ser yo, nunca sentí que me impidiesen ser libre. Recuerdo que cuando no sacaba buenas notas en la escuela, ahí sí que mi madre se ponía firme: me quitaba la PlayStation, la televisión, la computadora, todo. Y no podía salir con mis amigos. Que estudiase y no perdiera ningún año era para ellos importante porque entendían que lo era para mi futuro. Y gracias a su interés, y no al mío, no me quedé atrás en los estudios.
–¿Era usted líder en su grupo de amigos?
–La verdad es que no. Y es curioso que la vida de cantante me haya llevado a serlo, porque nunca he sido solista de ninguna banda, ni he hecho de corista. No me gusta el rol de líder, pero he ido aceptando que como cantante soy yo el que concentra el interés, el que recibe los aplausos, el que convoca a la gente a los conciertos. Lo que sí era, entre mis amigos, es el que más se lo cuestionaba todo, el que más preguntas se hacía, y puede que también el más sensible. Sí, el más sensible sí lo era.
–¿Dedicarse a la música fue su primera opción?
–No, ser jugador de fútbol fue mi primera opción, hasta el día de hoy sigo queriendo ser futbolista [ríe]. Con la música llegué a tener de niño una relación de amor y odio, porque siempre contaban conmigo para que cantase y yo quería hacer más cosas. En la escuela yo era siempre el que cantaba; a veces, hasta me indignaba. Terminé estudiando Psicología [no terminó la carrera] para demostrarme que podía hacer otras cosas que no tuvieran que ver con la música. Pero la música no se alejaba de mí.
–¿Qué reconoce?
–Me gusta mucho la gente y creo en la bondad como lo más importante que puede tener un ser humano. Me sigue fascinando el poder del ser humano para generar belleza y para hacer avanzar la humanidad. Y ya sé que también somos capaces de destruir en un momento todo lo bueno que hemos creado...; no somos perfectos, pero yo empatizo mucho con la gente, sabiendo que todos tenemos luces y sombras. Encuentro fascinante el hecho de intentar entender, comprender cómo somos en realidad; somos seres muy complejos que, eso sí, necesitamos ser amados.
–Y, por los visto, también estar conectados.
–[Risas] Demasiado conectados y demasiadas horas expuestos a todo tipo de influencias no siempre positivas. Las redes pueden provocar ansiedad, frustración, confusión...; toda ese gente, ahí, empeñada en mostrarnos que tienen una vida absolutamente maravillosa todo el tiempo... Yo procuro encontrar momentos de paz todos los días.
–¿Dónde?
–En el parque donde juego con mi hija después de recogerla del cole, en los ratos en los que estoy jugando al fútbol y, por supuesto, cuando estoy en el escenario me siento muy en paz; ahí no existen los problemas, ni las enfermedades. Una vez al día, por lo menos, dedico un tiempo a respirar hondo y a dar las gracias porque sigo aquí, tengo amor, doy amor, y todo eso es privilegio.
–¿Cómo recuerda su experiencia con la enfermedad? [En 2012 se le diagnosticó que tenía el ventrículo derecho dilatado, y la situación fue derivando hacia la necesidad de ser trasplantado de corazón, algo que finalmente ocurrió en diciembre de 2017]
–Cuando me la diagnosticaron me topé con la cruda realidad, porque yo nunca tuve una existencia complicada. Creo que fue la primera vez que me sentí víctima de una injusticia, la primera vez que caí en la victimización. Hasta entonces había vivido muy bien, incluso el sufrimiento por los amores no correspondidos de la adolescencia los daba por buenos, fueron un aprendizaje [ríe]. Pero, de repente, el mundo se te cae encima.
–¿A qué se agarró?
–No sé qué responderle, porque yo no sentía que estaba luchando contra la enfermedad para seguir vivo. No fui muy valiente durante mi enfermedad, estaba aceptando que me podía morir; más que batallando, estaba resignado, conformándome. No tengo ningún recuerdo de que yo me dijese 'voy a sobrevivir y voy a hacer una gira por el mundo...'. Estaba muy cansado, muy cansado física y emocionalmente, y mi actitud era de aceptación. En el hospital pasaban los días y yo iba aceptando todo lo que me iba pasando; por conformismo y también por un poco de apatía.
–¿Qué no consigue?
–Convivir con la mentira, defiendo la verdad, la cultivo, la cuido. Me gusta ir con la verdad por delante y la gente a la que valoro es la gente que es honesta; y, en cuanto a la música, también me gusta ofrecer verdad y honestidad.
–¿Cae en la tentación de vivir refugiado en su propio mundo?
–No creo que eso fuese posible teniendo en cuenta cómo está el mundo ahora mismo. No creo que sea posible vivir hoy alienado. Además, los hijos te hacen pisar tierra, te hacen muy presente la realidad, los problemas, las amenazas, hacen que no pueda dejar de importante el presente y de preocuparte el futuro. Los hijos te provocan desde la máxima alegría a la desesperación más absoluta. En mi caso, también me preocupa mucho el tema de las redes sociales, del que hablábamos antes, toda la violencia y las falsedades que se pueden encontrar en ellas. Me cuesta mucho entender la maldad, la furia con la que muchas veces nos tratamos, ese empeño en sembrar el odio. Confío en que cuando Aïda ya haya crecido todo este panorama haya cambiado.
–¿Qué propone con su concierto en el Cartagena Jazz Festival?
–Vivir una hora y media o dos horas en un microcosmos de alegría, de celebración de la vida. Yo hice este disco ['Timbre'] para celebrar la vida de mi hija, que me trajo tanta luz, una luz que necesité compartirla con el mundo. Es un disco muy luminoso, con muchas texturas distintas, y también con algo de humor y de sátira. Y como estamos hablando de un festival de jazz, habrá mucha improvisación y comunicación entre todos; seguro que en Cartagena el público va a disfrutar, a cantar y a bailar.
–Cartagena.
–Tengo muy buenas recuerdos; en el festival La Mar de Músicas participé en la gira que hice tras salir del hospital. Allí di uno de los primeros conciertos, en un lugar precioso [el Auditorio Paco Martín del Parque Torres], desde el que se podía ver el mar y ese puerto precioso al que Cervantes dedicó unos versos [en su obra 'Viaje al Parnaso']. A ese concierto asistió la que ahora es mi mujer [desde 2019] y entonces era mi novia [la actriz francesa Jenna Thiam]. Fue un concierto muy especial en un lugar muy especial.
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