![Salir a tocar](https://s3.ppllstatics.com/laverdad/www/multimedia/2023/03/18/mesa5-k9dD-U190945308544XsE-1200x840@La%20Verdad.jpg)
![Salir a tocar](https://s3.ppllstatics.com/laverdad/www/multimedia/2023/03/18/mesa5-k9dD-U190945308544XsE-1200x840@La%20Verdad.jpg)
Secciones
Servicios
Destacamos
Llevo algunos días pensando cómo encarar este artículo para no parecer, ni ser, a todas luces, uno de esos resentidos vejestorios que piensan que todo tiempo pasado fue mejor y que la gente nueva es peor.
Así que empiezo negando la mayor para situarme. Estamos ... en el periodo más fascinante de la historia para dedicarse al mundo de la creación. Nunca han existido tantísimas herramientas. Nunca han sido tan fáciles de usar. En cualquier arte. Nunca han sido tan baratas, prácticamente gratis. Nunca ha hecho falta tan poco tiempo de estudio y práctica para prepararse y hacer que un instrumento suene, que una foto salga bonita, o que un dibujo cambie de color.
Nunca, jamás, nadie soñó con un canal de comunicación tan potente, directo, e inmediato a todo el universo en un solo click como el que nos proporciona internet y las distintas redes sociales.
En ningún sueño de Verne, Warhol o Nostradamus se pudo imaginar una realidad tan poderosa, abierta, accesible y cargada de futuros insondables como la que estamos viviendo, y la que todo apunta, está por venir.
No soy sospechoso pues de nostalgias acendradas, recuerdos mitificados de los que no quiera soltarme cual abrazo intenso de koala ni languideces suspiratorias por el estilo.
Ni echo de menos el blanco y negro, ni creo que todo era mejor cuando era más difícil, caro, inaccesible y complicadísimo de usar.
Estamos en el más alucinante sitio que ha habido en la historia de la creación, vital y artística.
Ahora bien. Dicho esto, vayamos al lío, porque el problema nunca es la tecnología, el problema son nuestras cabecitas, que a veces no están tan bien, y el uso que le damos. A la tecnología y a las cabecitas.
Hace unos días actué en Madrid con Antonio Turro en un proyecto que tengo, no voy a hacerme publicidad que me parece feo, y previo a la actuación charlo animadamente sobre música y escena con el dueño del local.
El local en cuestión es PicNic, uno de los grandes referentes en música y cultura del maltratado barrio de Malasaña, que durante años ha sido en cambio uno de los sitios donde la gente que quería hacer cosas se juntaba, reía, bailaba, creaba y bebía.
Es una voz autorizada.
Hablamos durante largo rato sobre otros tiempos, cuando cada uno comenzaba, cuando yo me recorría los bares de cualquier pueblo cercano al mío con la única arma de mi falta de vergüenza y me dedicaba a entrarle a los camareros al grito de «¿Aquí hacéis conciertos?» y ellos decían «ah, pues no sé, puede». Y entonces yo tocaba ahí ese jueves.
O de cuando fotocopiaba carteles con mi nombre y los pegaba en cualquier discoteca a ver si así lo veía alguien y coincidía que cuando tocara en el bar de marras le sonara de antes.
Resumiendo, un pasado sin redes, sin mensajes masivos, sin mails, sin promociones pagadas, ni vídeos que anuncian giras ni 'stories' donde recuerdas una y otra vez la hora y lugar exacto de tu concierto y dónde se pueden adquirir las entradas.
Toda esa mercadotecnia es un sueño. Era ciencia ficción hace veinte años, cuando empecé a dar conciertos en bares por una pura necesidad vital.
Como veis, hemos mejorado sustancialmente.
Pero me dice Adrián, hablando de esto, el dueño del PicNic, que hay toda una generación de gente joven nativa de internet que ha crecido en el entorno digital, a nivel artístico, como espectador y también como creador, y que cuando habla con esa generación y le pregunta por los conciertos, le dicen que «si no viene a vernos nadie cómo vamos a ir a tocar».
Se ha dado la vuelta a la tortilla, y siempre que pasa eso, hay que señalar y comentar los peligros.
Antes salíamos a tocar para nadie. Porque tocar era nuestra promoción. Patear garitos. Meternos seis en un coche con cuatro amplificadores e ir por las carreteras secundarias para que alguien nos viera tocar una madrugada en Totana. No lo romantizo, pero pongo en valor la idea de que cada espectador, cada fan, cada persona que se unía a lo que hacías, era fruto de salir a tocar, a buscarte la vida y a jugarte el pellejo.
Ahora es al revés. No sales a tocar «si no te salen las cuentas». «Si no me conoce nadie a dónde voy a ir a tocar». Sin éxito no hay actuación. Ese pensamiento, totalmente lógico en este nuevo entorno y de nuevo cuño, me parece de una peligrosidad muy destacable, porque antepone la pasta, el negocio, la supuesta lógica del éxito, a la puta, dura y febril necesidad de salir a tocar y a mostrar lo que eres sin más.
Y si nos convencen de que sin rédito no hay arte, estamos, ahora sí, realmente jodidos.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.