![Pedro Cano: «Fellini me dijo: 'Usted es muy simpático, venga a verme'. ¡Y nunca fui!»](https://s3.ppllstatics.com/laverdad/www/multimedia/2024/02/18/188410350--1200x840.jpg)
![Pedro Cano: «Fellini me dijo: 'Usted es muy simpático, venga a verme'. ¡Y nunca fui!»](https://s3.ppllstatics.com/laverdad/www/multimedia/2024/02/18/188410350--1200x840.jpg)
Secciones
Servicios
Destacamos
Incluso la elección del camino es un acto interesante, por inesperado, junto al pintor murciano más querido: Pedro Cano (Blanca, 1944). El próximo 10 de agosto cumplirá 80 años. Como anticipo a las celebraciones, el Aula de Cultura de LA VERDAD y la Fundación ... Cajamurcia invitan a todos los lectores el miércoles 21 de febrero, a las 19.30 horas (entrada libre), a escuchar en Murcia (Gran Vía, 23) al maestro blanqueño, que descubrirá algunos encuentros insólitos en cuatro ciudades que han marcado su trayectoria, reconocida en 2022 con la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes a propuesta del Ministerio de Cultura. Desde la noche que conoció a María Félix en París a una conversación imprevista con Federico Fellini. 'Encuentros con gente increíble' es el título de esta propuesta. Un paseo por Roma, Nueva York, París y Madrid en el que conoceremos que es un auténtico cinéfilo.
Su historia podría titularse también 'Memorias de un seductor' (1980) emulando aquella película de Woody Allen con Charlotte Rampling, Jessica Harper, Marie-Christine Barrault y Sharon Stone. Pedro Cano guía a LA VERDAD hasta su estudio en la subida al castillo de Blanca. El cielo parece haber sido pintado a propósito para la sesión de fotos con Vicente Vicéns. Aquí casi nadie le busca, es donde él se siente libre, donde desabotona sus instintos más puros para crear. Simplemente imaginar, concebir, idear, inventar. Toda la vida fue así. Para entenderse, y explicarse. Su pintura –en la que no hay colores de tubo– cada vez parece más joven. No envejece.
Conoce todas las historias del entorno del castillo. En la calle Carabel hacemos un descanso. «Este era el sitio más ancho que tenía el pueblo antiguamente. Yo de pequeñico recuerdo aquí a la gente hacer verbenas. Tenía mucho encanto. Todavía hay algunas casas de señoritos, preciosas». En estas callejuelas, habitadas hoy por familias humildes, los gatos no conocen el riesgo en sus escaladas por los peñascos. «Antes había jardincicos, la gente ponía flores por todos sitios, esto poco a poco se ha perdido». Lo dice con una llave de hierro que debe pesar un quintal con la que accede a su refugio pictórico, que fue antes el corral de su abuelo, pastor trashumante que vino a Blanca buscando pastos y acabó desposándose con una mujer de la huerta. Aquí Blanca respira otro aire y descubre su alma arcana. Las letras P y C del portal son de Valparaíso («qué disparate eres, qué loco, puerto loco, qué cabeza con cerros, desgreñada, no acabas de peinarte», dijo Neruda). La luz es una preciosidad. Asoma la puntica del castillo. Desde la azotea, un mar de tejas se extiende hasta el río. De aquí Pedro Cano ha extraído mucho de la materia. «La parte vieja se desmorona, cuando vengan a echarle mano se habrá deshecho toda».
–Roma, apodada «ciudad eterna» por el poeta elegiaco latino Albio Tibulo, tendrá que aparecer en esta conversación...
–Por supuesto, pero también Nueva York, París y Madrid. Son los sitios en los que voy a hacer aparecer a tanta gente. Y no hablo de Grecia, donde, por cierto, una noche, en un restaurante de la isla de Patmos, lleno de gente, entró un hombre con una barba muy grande. A mí me pareció que era un actor americano. Cuando salí del sitio, yo, en mi inglés muy macarrónico, le pregunté: 'Perdone señor, ¿es usted Matthew Broderick?'. '¿Cómo me ha podido reconocer con esta barba que llevo?', respondió. ¡Es que lo he visto tantas veces en el cine! Yo le dije que era de España, como Teresa de Jesús, y él me contó que había aprendido nuestra lengua, ¡y yo hablándole en un inglés horroroso...! ¡Qué bonitas cosas me han pasado!
–En la Academia de España en Roma fue becado entre los años 1969 y 1972. Una noche, en el Teatro Sistina, Amalia Rodrigues daba un espectáculo. Entre el público, un cineasta le echó una mirada de esas que no se olvidan.
–Sí, sí. Fue una historia bonita. Cuando entré al teatro estaba Orson Welles y me echó una mirada fulminante, porque había llegado para lucirse con una capa española, y yo también la llevaba. Él era ya un señor maduro y yo era un veinteañero todavía. Ella hizo parar a la gente, dijo que si no dejaban de fumar no podía cantar. La capa le llamó la atención a Amalia porque al final ella me llamó, estuvimos hablando de esta pieza, que es como una seña de identidad y que ahí la tengo, debe hacer como 50 años que no me la pongo. Me la regaló mi tía Pepita, cuando me iba a ir a Roma me dijo: 'Pedro, cómprate una capa en Seseña', una tienda en la calle de la Cruz de Madrid. Es la clásica capa negra, con el interior forrado en color burdeos.
–Fellini le cogió una vez del brazo.
–Aquello fue algo casual. Yo iba un día con mi mujer por Roma, y le comenté que me gustaría hablar con Fellini el día que me lo encontrara. Ella me dijo: 'Ni se te ocurra, que este hombre va a su aire'. Pero al mes me lo encontré, y le dije: '¡Madre mía, señor Fellini! Perdone que le interrumpa'. Él me miró con una cara... debía decir para sus adentros: 'Pero, ¡qué hijoputa eres!'. Pero se dio cuenta de que yo me quedé cortado y, en ese momento, me cogió del brazo y me preguntó de dónde era y qué hacía en Roma. Fellini me contó que iba al metro, que estaba haciendo una película en Cinecittà, una cosa así como si se hubiera muerto la Callas [Maria Callas] y un grupo de amigos van a enterrar las cenizas y pasa de todo. Era el filme 'Y la nave va' ('E la nave va', en italiano), de 1983. Al final, porque yo no quería molestarle, Fellini me soltó: 'Usted es muy simpático y ha hecho bien en venir a saludarme. Venga a verme'. Fue así. ¡Pero nunca fui!
–Usted se entiende en italiano mucho mejor que en inglés...
–El italiano yo lo hablo como Dante Alighieri. Es que tengo una cosa muy buena: cuando leo un libro yo ya no sé si lo he leído en español o en italiano. Tengo acento, como es normal, pero en italiano tengo gran fluidez. Y no creo que haga un error gramatical importante. Cuando yo llegué a Italia, al principio estuve en la Sociedad Dante Alighieri y aprendí bien la base, la gramática. Tuve la suerte de que mi novia [Patrizia Guadagno] era italiana, y después me casé con ella, y ella aprendió bien español. De hecho, cuando hablamos por WhatsApp lo hacemos en español. Es raro que tenga que consultar una palabra en el diccionario para saber qué quiere decir.
–A Morante de la Puebla, el torero sevillano, lo guió por Roma.
–Yo lo conocí en Roma, Pepín Liria me dijo que estaba recién casado y que le gustaría que le echase una mano porque era un momento delicado en su vida, estaba sequico, ¡hoy está muy fortote! Fue una cosa preciosa, fui a buscarles al hotel y pedí un taxi, le dije al taxista que íbamos a estar horas. Porque quería llevarle a sitios de Roma únicos. Por ejemplo, el Giardino degli Aranci, como llaman al Parque Savello o Jardín de los Naranjos, en la colina del Aventino. También lo llevé a la Gran Sinagoga de Roma, y le conté que Roma fue la ciudad que más apoyó a los judíos en la época de las deportaciones de Hitler. Fuimos a comer a La Carbonara, donde el Rey emérito iba mucho, y nos sentamos en la misma mesa, cosa que le encantó a Morante. Quiso fumarse un puro, y en Roma no se puede fumar en casi ningún sitio. Fuimos andando desde Campo de Fiori a Piazza Barberini. Yo encontré a Morante una persona muy curiosa: un hombre lleno de curiosidad. Me prometió ir un día a mi casa a almorzar. Y cumplió. Vino a Blanca, estuvo desayunando conmigo y me trajo un capote. Lo más bonito de conocerle fue que Morante siguió aquel viaje hasta Florencia, donde yo tenía una exposición, y me llamó al día siguiente el propietario de la galería. Me dijo que si yo conocía a un torero que se llama José Antonio Morante, y claro, Morante compró un cuadro mío y se lo mandamos cuando acabó la exposición.
–Entre 1984 y 1989 usted vive en Nueva York. Fue para cinco meses y acabó quedándose cinco años. Le impresionó sobremanera el color lechoso de la piel de Woody Allen y Mia Farrow.
–Me impresionaron sus pieles porque parecía que nunca les había dado el sol, como si hubieran vivido siempre en catacumbas. Los vi una vez y no estaban peleándose, ni tampoco daban muestras de amistad. Fue mucho antes de todas sus historias. Más curioso fue que iba una noche con mi mujer y vimos a un señor bajito a lo lejos, y yo le dije que era Al Pacino. «¿Cómo va a ser Al Pacino?», saltó ella. Al pasar a nuestro lado, él nos cucó un ojo. También me encontré una vez con Antonio Ordóñez, porque en nuestra casa siempre hemos sido muy taurinos. Y en la calle 57, haciendo cola para entrar en un ascensor, veo que detrás de mí hay una mujer altísima, como la Reina emérita. Era Sigourney Weaver. Dejé que pasara, y le dije en inglés: 'Much better than in the movies'. ¡Mucho mejor que en las películas! '¿Really?', ¿de verdad?, me contestó. Íbamos a la misma galería. Fue una cosa muy simpática. Estuvo maravillosa en los Goya dedicándole el premio a María Luisa Solá, la actriz que más le dobló.
–En la película 'Atracción fatal' (1987), de Adrian Lyne, vemos de la mano de Michael Douglas, Glenn Close y Anne Archer hasta dónde llega una obsesión.
–¿Has visto la película?
–Naturalmente.
–Es que verás. Yo conocí a Anne Archer, que estuvo nominada al Oscar a Mejor Actriz de Reparto por aquella película, y, además, estuve almorzando en su casa. Estaba haciendo 'El graduado' en teatro cuando yo expuse en Los Ángeles, y puso una sustituta para estar en la inauguración conmigo. ¡Qué bonito! Preciosa mujer. Ella tiene un cuadro mío en su casa, y la galerista ya me había dicho que vendría a la muestra. Un día me llamó por teléfono porque estaba rodando en Asís y quería venir a Anguillara Sabazia [ciudad de la región de Lazio donde vivió Pedro Cano, hoy hermanada con Blanca]. Pero a última hora hubo un cambio en el 'planning'.
–En Nueva York coincidió con Henry Kissinger, secretario de Estado, controvertido Nobel de la Paz y estratega que marcó la política exterior de EE UU en la segunda mitad del siglo XX, fallecido en noviembre a los 100 años.
–Fue en la casa de Santi Flavia de Lissanti, casada Glissenti. Su marido trabajó para despegar los billetes del 'Andrea Doria', el trasatlántico hundido en los años 50 frente a la costa de Nueva York, del que se recuperó una caja fuerte con dos fajos de dólares y liras. Aquello interesó mucho en América y en Italia. Yo vivía en el East Village, en la 5ª Avenida con Central Park, nada más y nada menos. La primera vez que yo llegué allí con una tarta, el portero me dijo: '¿Delivery?', es decir, pensaba que venía a entregar un paquete. Pues allí me dijeron: 'No te puedes volver a España porque viene Kissinger a cenar a casa'. Fue a mediados de los 80, yo llegué allí, él había tenido todo el poder del mundo, pero yo no imaginaba acercarme. Yo estaba en una chimenea con mi plato, y una señora me preguntó si podía sentarse a mi lado. Se presentó, era Nancy Kissinger. 'I am Pedro Cano', le dije yo. '¿The painter?', me contestó ella. ¿El pintor Pedro Cano? Porque en la casa tenían un cuadro mío. Ella llamó a su marido, 'Henry, ¡come here!'. ¡Henry, ven, déjate a toda esa gente aburrida! Y le dijo que yo era el amigo de Mr. Glissenti. Me habló de los cuadros, y estuvo serio, pero ella estaba deseando contarme que habían vuelto de España y que le había parecido Felipe González un señor muy retraído. En cambio, a la señora Kissinger, 'the king', el Rey, le pareció tan simpático...
–¿Ha sido usted mitómano?
–Otras veces he ido a sitios donde estaba Agnelli [el magnate Gianni Agnelli], o donde estaba Sofía Loren o Virna Lisi, que era tan guapa. Yo solo he pedido un autógrafo: a Glenn Close, que hizo en teatro 'La muerte y la doncella', con Gene Jackman y Richard Dreyfuss, algo espectacular. Yo he sido fan de todas las artes. Hice dos cosas para teatro, el Galileo de Brecht por Albertazzi, y 'Memorias de Adriano', con Scaparro como director. Pero me centré en lo que sabía hacer. Yo me gastaba todas las perras en Nueva York en el teatro, he visto a Liza Minnelli, Julie Andrews, Shirley MacLaine... me quedé con ganas de ver a Yul Brynner en su versión de 'El rey y yo'.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Estafan 50.000 euros a una conocida empresa de vinos en Cádiz
La Voz de Cádiz
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.