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Una de las últimas obras que pintó Falgas en una imagen cedida por la familia.
No hay palabras

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OPINIÓN ·

Falgas no solo pintaba bien y escribía excelentemente, sino que, además, disfrutaba con el arte de conversar

JOSÉ BELMONTE SERRANO

Martes, 26 de enero 2021, 10:06

A José María Falgas, como a Carlos Valcárcel, que era uno de sus más entrañables amigos, lo conocí en un Vía Crucis. El organizador de evento tan singular era el radiofonista y escritor Antonio Segado del Olmo, que sabía el terreno que pisaba y hacía de cicerone, al tiempo que nos explicaba el argumento y los personajes de su próxima novela.

El dichoso Vía Crucis no era otra cosa que un recorrido, estación por estación, por todos los bares, ventorrillos, aguaduchos y tabernas ubicadas entre la plaza de las Flores y la calle de las Mulas. Un vino por aquí, unas cañas por allá, hasta completar el rosario, un yo pecador, y, luego, vuelta a casa –cada uno a la suya–, con la lección bien aprendida de que el mejor vino no es el más caro, sino el que se comparte. Y más aún si se trata de gente tan sabia y distinguida.

Después, cuando nos veíamos más frecuentemente, cuando visitaba a menudo su estudio y viajaba con él a exposiciones, conocí a fondo la recia personalidad de Falgas, su manera tan particular y concluyente de entender el mundo, su espíritu indomable, su pasión y su amor por los perros, su entrega absoluta al arte, como un viejo maestro del Renacimiento que había convertido su oficio en una especie de misa diaria que le ponía en contacto con el más allá.

Fue uno de los grandes retratistas españoles del siglo XX. Me propuso viajar a Libia donde le esperaba Gadafi. Pero no fui valiente para echarme la manta al hombro

Escribí un par de libros sobre su vida y su dilatada trayectoria artística, dejando bien patente en esas páginas que fue uno de los grandes retratistas españoles del siglo XX, sin que por ello rehuyera jamás del paisaje ni de los cuadros bélicos, de un realismo cercano no a la fotografía, sino de la misma materia de los sueños. Me propuso viajar a Libia donde le esperaba Muamar el Gadafi. Pero no fui valiente para echarme la manta al hombro y seguir sus pasos. Después retrató al actual rey cuando aún era príncipe, demorándose todo lo posible para poder dejar plasmado en el cuadro el alma del personaje, con el que tuvo largas y muy provechosas conversaciones.

Calló el maestro para siempre, lo que, hasta ayer mismo, parecía imposible porque Falgas no solo pintaba bien y escribía –lo poco que llegó a escribir a lo largo de su vida– excelentemente, sino que, además, disfrutaba con el arte de la palabra –sus muchos amigos pueden dar fe de ello–, sin necesidad de recurrir a la retórica clásica ni a arteros mecanismos de seducción. Pero, como dejó escrito otro gran maestro, el novelista Juan Marsé, desaparecido recientemente, «no hay palabras, pero se oyen voces».

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