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Si Yann Tiersen no es reconocido como uno de los compositores más importantes de nuestro tiempo se debe, sobre todo, al propio Yann Tiersen. El multiinstrumentista francés lleva toda su carrera persiguiendo sus inquietudes musicales a espaldas de las expectativas del público, que con frecuencia no sabe muy bien qué esperar de él, cuando no sale de sus conciertos directamente indignado porque en ningún momento se ha colgado la acordeón para interpretar algún vals de 'Amélie', la película que le puso en el mapa internacional y de la que lleva veinte años renegando.
Quizá por eso en toda la información relativa a la actuación que ofreció este martes en la sala Mamba de Murcia se recalcaba claramente que sería un concierto de piano y electrónica, como intentando decir «luego no quiero quejas». Con las cartas encima de la mesa, la presente gira de Yann Tiersen se caracteriza también por su peculiaridad logística. Con el objetivo de convertir los desplazamientos en una experiencia más enriquecedora y sostenible, decidió evitar los medios de transporte tradicionales y lanzarse a la carretera a lo 'hippie'.
Junto a la sala se pudo ver aparcada la cámper en la que el músico llegó a Murcia desde Valencia, un vehículo en el que vivirá y se desplazará durante toda su gira por la península, evitando además las autopistas y recorriendo un máximo de 320 km al día. Un curioso experimento que no sé si le permitirá demostrarle algo a la industria musical, pero que desde luego sí le servirá para volver a casa con algunas anécdotas en la maleta.
Esta última visita de Yann Tiersen a la Región de Murcia, la cuarta ya, fue una continuación de su concierto de la edición de 2022 de La Mar de Músicas. Si en Cartagena ofreció una interpretación más o menos literal de su proyecto electrónico titulado 'Kerber', este martes en Murcia recuperó su pasión por el piano aprovechando la salida de una nueva versión de las canciones de ese disco bajo la óptica de ese instrumento. La primera mitad del concierto permitió al público reencontrarse con el Yann Tiersen pianista, que hechizó al público con la delicadeza de unas composiciones minimalistas de notable elegancia.
El francés ofreció un adelanto de su próximo disco de piano que, según anunció, verá la luz el próximo abril y que estilísticamente no parece que vaya a diferir demasiado de lo ofrecido en la nueva versión acústica de 'Kerber'. Tres cuartos de hora para dejarse llevar por unas serenas progresiones de arpegios bastante alejadas de la expresividad de las bandas sonoras por las que es conocido pero no escasas de emotividad.
Esta primera mitad fue la parte más lograda y disfrutable de la noche, aunque la experiencia quedó ligeramente empañada por el contexto. Y es que, aunque el sonido de la sala Mamba fue muy bueno, este segmento más delicado se habría disfrutado más en la comodidad de unas butacas de auditorio y sin los ocasionales ruidos de copas provenientes de la barra. Un mal menor, en cualquier caso.
Tras el segmento dedicado al piano, Yann Tiersen retomó su idilio con su sintetizador modular de tamaño maleta para ofrecer un 'set' basado en la versión electrónica de 'Kerber', que por momentos pareció una versión 'remix' de su concierto de hace dos años en Cartagena. En esta ocasión la interpretación fue algo más cruda, con algunos arreglos diferentes, pero en general bastante similar. Se echó en falta la colaboración de su esposa, Emilie Quinquis, para aportar algo de calidez vocal y, sobre todo, la espectacular producción visual que en Murcia brilló por su ausencia, lo que restó fuerza a la interpretación. Y es que ver a un tipo detrás de una mesa toqueteando cables y pulsando teclas resulta mucho menos interesante que las proyecciones tridimensionales que convirtieron su concierto en La Mar de Músicas en toda una experiencia audiovisual.
En cuanto a lo meramente musical, la divisiva etapa electrónica de Yann Tiersen es un hueso duro de roer. A pesar del encanto de los sonidos 'vintage' de su sintetizador, dio la sensación de que el bretón está más interesado en la experimentación que en perseguir unos hallazgos melódicos tan estimulantes como poco frecuentes. Quizá, en lugar de dividir la actuación en dos mitades tan diferenciadas, habría funcionado mejor alternar el piano y el sintetizador.
Conforme Yann Tiersen fue adentrándose en delirios ruidistas cada vez más indescifrables, con momentos propios de una rave, la desconexión con la audiencia fue haciéndose cada vez más patente en forma de cuchicheos y gestos ausentes, hasta el punto de que un asistente probablemente ebrio se puso a vociferar «¡Amélie!» con impertinente insistencia. Lejos de ver su exigencia satisfecha, la única recompensa que obtuvo el pobre diablo fue una mirada fulminante por parte del intérprete.
Una irreconocible versión de 'Palestine' acaparó una recta final que se hizo eterna y que no consiguió redondear un repertorio electrónico que, aunque irregular, estuvo trufado de momentos interesantes. Tras hora y media de música, Yann Tiersen se volvió a su casa sobre ruedas desoyendo las peticiones de algún bis con el que recuperar las buenas sensaciones iniciales.
Aunque escucharle rescatar algo de 'Amélie' habría sido un milagro inconcebible -e innecesario, si me preguntan a mí-, nadie se habría enfadado si el francés hubiera regresado al piano una última vez para regalarle al público algún guiño a 'Good Bye, Lenin!' o una pieza de la excelente banda sonora del documental 'Tabarly'. No creo que se vaya a transformar Yann Tiersen en un Richard Clayderman por otorgarle alguna concesión al populacho de vez en cuando.
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