![Pablo Sáinz Villegas: «Cada vez que subo al escenario es un ejercicio de vulnerabilidad»](https://s2.ppllstatics.com/laverdad/www/multimedia/202301/19/media/cortadas/176842420-knlE-U190318478536BMD-1248x770@La%20Verdad.jpg)
![Pablo Sáinz Villegas: «Cada vez que subo al escenario es un ejercicio de vulnerabilidad»](https://s2.ppllstatics.com/laverdad/www/multimedia/202301/19/media/cortadas/176842420-knlE-U190318478536BMD-1248x770@La%20Verdad.jpg)
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Empecemos por unos datos que, lejos de resultar tan fríos como de costumbre, reflejan la pasión, los logros y el camino que lleva recorrido el riojano Pablo Sáinz Villegas desde que acariciara una guitarra por primera vez sobre el escenario de la infancia. Conciertos en ... más de cuarenta países con las agrupaciones musicales más importantes y admiradas del mundo; primer guitarrista solista en tocar en el ilustre Carnegie Hall de Nueva York desde que lo hiciera Andrés Segovia, el espejo con el que siempre relacionan su reflejo; más de treinta premios internacionales y protagonista de diversos estrenos mundiales entre los que destaca la primera obra escrita para guitarra por el legendario John Williams. Y dejamos el tintero repleto de logros por citar por una cuestión de espacio. En definitiva, hablar de Pablo Sáinz Villegas es hacerlo de uno de los músicos más importantes de nuestro país, una figura de alcance internacional que habla de su oficio con el amor y la delicadeza de quien vive permanentemente enamorado por primera vez de las cuerdas de su guitarra. Charlamos con él horas antes de que se suba al escenario del Auditorio Víctor Villegas en compañía de la directoria Virginia Martínez y la Orquesta Sinfónica de la Región de Murcia, esta tarde a las 20.00 horas –entradas: 20 euros (16€ con descuento en Oferplan)–. Mañana, a la misma hora, la cita es en el Auditorio El Batel de Cartagena –entradas: 12 euros–.
Dónde: Auditorio Regional (Murcia).
Cuándo: Hoy. 20.00 horas.
Cuánto: 16€ (20% de descuento en oferplan.laverdad.es
–Su primera toma de contacto con la guitarra llegó cuando tenía seis años. ¿Cómo recuerda aquel momento?
–Sí, fue a esa edad cuando mis padres me llevaron a clases de guitarra con un profesor local, Julián Allende. Sentí que mi relación con el instrumento era muy natural desde el principio, como si fuera un juego. Sin embargo, lo que finalmente decidió mi futuro con la guitarra fue la primera vez que salí a un escenario, algo que sucedió un año más tarde. Ese elemento nuevo en la ecuación llamado público me hizo sentir algo que no había sentido antes. Ahí empecé a encontrar un propósito a mi música a través de las personas.
–En una profesión tan exigente como la suya, ¿se tiene en algún momento la certeza de haber llegado al punto al que uno siempre quiso llegar?
–No en mi caso (risas). No puedo hablar por otros artistas, pero el músico está constantemente acariciando lo intangible, aquello que no podemos tocar ni ver. Tenemos una idealización del espacio creativo al que queremos dar forma con nuestra música y siempre hay un estadio más allá por explorar. Y cuando te adentras en ese límite te das cuenta de que se abre ante ti otro mundo inmenso por descubrir. Es algo que hace que la vida de un artista se base en la búsqueda, el reencuentro y el tratar de acariciar en cierta manera la divinidad. Es como la paradoja de ver el arcoíris, querer pasar por debajo de él y nunca poder hacerlo. La motivación está también en esa aspiración. La experiencia musical es más profunda cada vez que te acercas a ese ideal de belleza.
–¿Qué es lo más complejo a la hora de vivir en un estado de aprendizaje constante?
–Es como la vida misma. Consiste en tener siempre la frescura de estar interesado por la vida, la experimentación y la evolución. En mi caso, la guitarra y la música son unos espejos muy transparentes en los que me he visto y me sigo viendo reflejado. En ellos observo mis certezas y mis dudas. Creo que es en esa humildad de sentirse vulnerable como ser humano donde reside el poder. Como artista, cada vez que subo al escenario es un ejercicio de vulnerabilidad. Abro mi corazón e invito al público a que haga lo mismo para poder ir juntos hacia ese lugar mágico de lo intangible que solamente el arte puede mostrar.
–¿Qué es lo que más le sigue imponiendo a la hora de ofrecer un concierto?
–Mi relación con el escenario y el público ha sido uno de los principales aprendizajes que he tenido como ser humano y guitarrista. Cuando eres niño, recuerdo mi etapa en el conservatorio, tienes una frescura particular en los conciertos que, cuando empiezas a tener conciencia y responsabilidad, se va convirtiendo en autoexigencia. En mi caso, ha sido un ejercicio maravilloso el ir transformando esa presión con el paso de los años hasta terminar viendo el escenario como un lugar de encuentro. El convertir ese lugar en mi hogar, de manera natural, ha sido un proceso que me ha servido para darme cuenta de que el elemento clave es aceptarte en el error, ser consciente de tus luces y sombras y saber que quienes te van a ver también las tienen.
–Antes de terminar, me gustaría subrayar también la labor social que desarrolla con la Fundación 'El legado de la música sin fronteras'. ¿Cómo nace este proyecto?
–Si soy sincero, la semilla de este proyecto nació cuando tenía siete años, aprovechando que hemos empezado la entrevista recordando mi primer concierto (risas). En ese momento de mi infancia empecé a ir a residencias de ancianos los domingos por la mañana con mi madre para tocar. Todavía recuerdo sus sonrisas. Años después, en 2006, empecé a crear este proyecto que me ha permitido tocar para más de 45.000 niños por todo el mundo. Actualmente, seguimos haciendo muchas actividades con las que celebramos la condición humana como algo luminoso.
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