Un concierto de Sokolov es una experiencia única que convierte la cotidianeidad de un rito en un hecho mágicamente memorable. Tras el gesto imperturbable y ... aparentemente ajeno a lo que le rodea, y la educada reverencia al público, el austero escenario se transmuta, tan pronto toma asiento, en un viaje iniciático por matices sonoros desconocidos que facilitan un disfrute raramente posibilitado por ningún otro intérprete.
Lejos de aspavientos y gestualidades superfluas, con una luz cenital como única concesión, Sokolov desgrana las piezas, sus movimientos, sin solución de continuidad hasta que los aplausos, sinceros y más calurosos conforme el concierto avanza, completan el clímax. La repetición del rito, con el andar decidido y la siempre respetuosa reverencia, regresa en cada obra y con ella el agradecimiento al artista y la seguridad de estar asistiendo a algo extraordinario.
El programa, sostenido sobre tres mundos no excesivamente alejados entre ellos, permite desgranar las múltiples virtudes que Sokolov atesora. En el inicio, las Variaciones y fuga, op 35 de Beethoven, subtituladas como 'Variaciones heroica' por ser su tema el mismo al utilizado al final de su 3ª Sinfonía, que son un muestrario de la capacidad de su autor para desarrollar, a partir de un material ínfimo, toda suerte de recursos creativos que en los dedos del pianista ruso alcanzan límites inimaginables. Lejos de un mecanicismo rítmico, con un tiempo ajustado y riguroso pero flexible a la vez, y una sonoridad redonda y expresiva ajena a la dureza fría a la que a veces se asocia este tipo de discurso. Y en medio, sonoridades secretas que se asoman y que dan una nueva luz a obras que creíamos conocer pero que en sus manos, resultan nuevas.
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Programa:
L. V. Beethoven - 15 Variaciones y fuga, op. 35; J. Brahms - 3 Intermezzi op. 117; R. Schumann - Kreisleriana op. 16.
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Dónde y cuándo:
Auditorio Víctor Villegas. 20/02/22
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Calificación:
Extraordinario.
La Kreisleriana, op 16 de Schumann, ofrecida como segunda parte del recital, es una obra peculiar por cuanto esconde significados ocultos en un viaje de ida y vuelta entre literatura y música que ya el título permite intuir. Kreisler es un personaje de E. T. A. Hoffman: un músico que se presenta como una desequilibrada combinación de diferentes caracteres y que se ajusta como anillo al dedo a la concepción personal y musical Schumanntiana repleta de contrastes en lo grande y en lo pequeño (armonías riquísimas y rápidas con flexiones que mueven el discurso de manera a veces frenética). En las manos de Sokolov, todo este mundo adquiere un nuevo matiz por cuanto, al interpretarlas además sin practicamente pausa, consigue otorgarles de una unidad que no parecen tener en otras escuchas. Hilvanadas con una elocuencia sublime, el pedal juega un papel de nítidos claroscuros alejados de alharacas y exageraciones rubatísticas y la música adquiere fraseos desconocidos y contrastes sonoros perfectamente limpios y compensados.
Pero si Schumann y Beethoven resultan sublimes, qué decir de los Intermezzi, Op 117 de Brahms. En manos de Sokolov, sobre todo el primero, adquiere una profundidad y una belleza sobrecogedora. Construidos a partir de tres notas que van generando otros discursos, permiten atisbar una nueva construcción musical sirviendo de resumen de un mundo a punto de transformarse. Su aparente melancolía queda expuesta con una detallada articulación en breves arcos melódicos que dialogan entre sí y que salen a la luz, esplendorosos, otorgando un nuevo sentido aún más profundo porque permiten una lectura mucho más rica. Una maravilla.
Y al fín se termina el rito después de 6 bises tras más de una docena de peticiones, y el imperturbable Sokolov se retira habiendo hecho el milagro de haber hecho disfrutar, a un Auditorio lleno, de una experiencia musical irrepetible.
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