¿Para qué sirven las canciones ahora?
RAROS PEINADOS NUEVOS ·
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RAROS PEINADOS NUEVOS ·
Lo hemos sabido en algunas ocasiones. Ahora todo es post pandemia y dudas, así que para hablar de la vuelta de la música debemos empezar por la unidad básica. La canción. Y tal vez por ahí lleguemos a alguna certeza de lo que se nos ... viene. Que no es pequeño. Somos hijos de nuestro tiempo, y hacemos la música que nos toca, ya lo dijo David Byrne. Pero hay más cosas que decir. Nuestro modelo de consumo rápido de música se ha disparado en estos meses de encierro. Mientras la gente ha vuelto a los libros y ha usado su tiempo de una manera más lenta en la lectura, la música ha seguido cavando en su propio agujero de canciones muy cortas, muy rápidas y muy directas. Cuando un AR de una compañía le diga «directas», quiere decir simples. No sencillas, simples. He estado en esos despachos, créanme. La música está en el momento de su historia en el que más relevante es la simplicidad y la potencia rítmica.
No nos hemos vuelto más tontos. De hecho cada vez somos más listos. Pero nos han robado el tiempo. Y la pandemia ha agudizado los síntomas. Dice en una entrevista Catherine Snow, profesora de Educación en Harvard, que una persona necesita escuchar de 15 a 30 veces una palabra para aprenderla. Pasa lo mismo con las canciones y las melodías. Necesitas escucharlas para aprenderlas. Y una vez que las has aprendido cantarlas. Y una vez que las has cantado, descubrir la belleza de los giros, las lecturas de las palabras, la sorpresa de las frases, las ironías, las segundas lecturas, las emociones. Eso no cabe en una lista de Spotify. Por eso las canciones son más sencillas. No somos tontos, insisto, nos han robado el tiempo y lo siguen haciendo. Y si no tienes tiempo, necesitas escuchar algo que entiendas a la primera. Y a la primera hay pocas cosas que podamos entender si algo se pone complicado, o sofisticado.
Por lo tanto las canciones nos pasan muy rápido por delante. ¿Por qué les interesa a las compañías eso? ¿No es mejor que me aprenda una canción y ame a un artista? No. Eso era antes. Una compañía quiere lo que quiera Spotify y Youtube. Y esa gente dice muy claramente que es mejor la cantidad que la calidad. Que necesitamos que las canciones pasen muy rápido. Y pasen de moda también muy rápido. Que los artistas tengan menos peso, decisión y personalidad. Dadle una vuelta al motivo por el que una y otra vez las canciones son colaboraciones –'feat' se dice ahora—. Ya os lo digo yo. Es por eso. No es una suma de talentos y visiones, no es una increíble prueba de amistad y curiosidad musical. Es sumar nombres para que los agregadores digitales lleguen a más gente y las escuchas sean más. No mejores. Más. Me dirás que antes también era así, y tendré que decirte que no. Antes el valor de las canciones era convencer a la gente de la grandeza de un disco, un artista o una banda, y de ahí, por supuesto, arrastrarlos a los conciertos cuando una vez cada dos o tres años pasaran por la ciudad o los contrataran para las fiestas del pueblo.
El sistema en festivales también ha cambiado, y se ha convertido un poco más en un agregador, modelo Spotify y Youtube que en un espacio musical. Pero ahora vamos con eso. Primero terminemos con una teoría un poco extrema. Muchos artistas jóvenes no tienen en su ideario la música en directo. Son nativos digitales y han creado sus canciones desde una habitación para, a través de un ordenador, llegar al mundo. Y sus referentes no tocan. Cuenten los conciertos previstos para Rosalía o Tangana, no están en sus planes largas giras en directos por las fiestas de los pueblos, ni mastodónticas sumas de ciudades en un cartel bonito. Van a tocar poco. No les hace falta. La música actual genera dinero a través de Youtube y Spoti. Pero ahí existe una trampa. Sin exposición tú ganas cero. Cero. Antes podía no conocerte nadie pero el músculo del músico y las agencias era tocar, salir, baquetearse en directo en una sala a la que no iba nadie y poco a poco iba más gente, hasta que las cuentas salían. O no, y te dedicabas a otra cosa. Ahora, en plena vuelta a las salas, la duda es tan grande que muchos de los artistas que van a salir a tocar, no han hecho más de 10 conciertos en su vida.
Vamos a un modelo nuevo, con nuevos artistas, y nuevos ritmos, y raros peinados nuevos. La música es novedad y cambio, pero la gente joven va a saltar sin red a un sitio espeluznante. Los que ya estábamos aquí no lo tenemos más fácil, pero las mecánicas están algo más hechas. Así es la vida. Y si decía al principio que el sistema influye en cómo escribimos letras, cómo componemos, en cómo cantamos y en cómo producimos, también ha influido en el tipo de artista que emerge de estos dos pandémicos años.
Un artista, en el caso general español, muy íntimo, con muy pocos músicos, criado en su habitación, sin un local de ensayo en el que tomar cervezas y subir el volumen de los amplificadores. Y esa nueva hornada de gente sencilla, suave y chill, se encuentra con una estructura para la música en directo donde la emoción siempre ha sido más salvaje, los decibelios más altos, el indie más guitarrero, la rumba más gamberra y el dance ochenteno más bailable. Tampoco sabemos cómo se van a reformar los festivales para dar cabida a estos nuevos gustos, ni cuánto ha envejecido el público en dos años. Puede que mucho. Puede que nos enfrentemos a una renovación no solo industrial, también estilística y conceptual. Pero tengo la sensación, porque he estado muchas veces ahí afuera, que seguimos sin tiempo para sutilezas, para dobles lecturas o para armonías originales y preciosistas.
Creo que vamos al barro de nuevo, que las canciones sirven para que ganen dinero Spotify y Youtube, y que deberíamos escuchar buenas canciones más de quince veces, así, tal vez, volveríamos a tener un peso crítico y real como oyentes, y no como orejas que ven pasar la vida, cada vez más rápido, y no se aprenden las letras.
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