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ALBERTO FRUTOS
Domingo, 14 de octubre 2018, 09:36
En uno de los momentos mas inesperados de la noche, Ismael Serrano agarró un taburete cercano, se sentó sobre él y comenzó a frotar sus manos hasta que brotaron copos de nieve de ellas, cayendo lentamente sobre su rostro e inundando un paisaje vital y profesional vestido de escenario. No deja de ser un truco de prestidigitación para aficionados, un elemento visual que complementa la estupenda escenografía propuesta por el madrileño para esta gira de celebración de sus veinte años de carrera, pero funciona como definición de un objetivo primordial: extraer magia de la rutina, encontrar el hechizo en lo cotidiano, mantener intacta la ilusión en medio del ruido. La melancolía como motor para levantar las alas del suelo, tratar de identificar lo que pasó para que no terminara pasando nada y, tranquilidad, no todo rima con lágrimas, también distribuir carcajadas a lo largo del aquí y ahora. Afortunadamente, la belleza siempre encuentra una excusa para habitar en los otoños recién inaugurados, especialmente si el contexto es el de una celebración. Y así se presentó Ismael Serrano en el siempre acogedor Nuevo Teatro Circo de Cartagena, dispuesto a festejar sus dos décadas en el camino. Una ceremonia de recuerdos vivientes, futuros aplazados y presentes candentes en la que el madrileño, armado únicamente con su guitarra, dibujó un acertado mapa por algunos de sus momentos más inspirados.
De esta forma, se fueron sucediendo travesías por aquellos primeros discos que asentaron las bases de su figura artística, definiendo el perfil musical y literario de una obra iluminada bajo la luz de la tradición, del romanticismo desatado y taciturno, de las citas a las que no se terminaba presentando nadie, de los puños en alto, de la reivindicación, de la furia y la calma y, sobre todo, del amor. Porque, como volvió a quedar demostrado a lo largo de la velada, Serrano es un cantautor enamorado incluso de la decepción, inseguro por naturaleza, sí, pero incansable en la búsqueda del verso redentor que justifique la travesía por el desierto. Una filosofía de vida artística que, acrecentada por el peso que ha otorgado la experiencia a una voz más cruda que nunca, resuena con especial lucidez en canciones como 'Si se callase el ruido', 'Sucede que a veces', 'Tantas cosas' o ese cuarteto formado por 'Últimamente', 'Pequeña criatura', 'Sin ti a mi lado' y la maravillosa 'Recuerdo', que volvió a situar a 'La memoria de los peces' como el disco más memorable de los firmados hasta la fecha por el madrileño.
Junto a ellas, destacaron también los viajes de ida y vuelta a su celebrado debut, 'Atrapados en azul', con una 'Ana' de lágrima arrancada y la ya clásica batalla entre 'Papá, cuéntame otra vez' y 'Vértigo' por ver cual consigue desmarcarse como la mejor canción de su autor. Empate técnico. Todas ellas sonaron como un día soñamos que sonaban, emocionantes sin subrayados, delicadas sin aspavientos, honestas sin artificios y, en cierto modo, silenciosas sin dejar de hablar.
Menos inspirados resultaron los momentos protagonizados por 'La llamada', cuyo espíritu bailable y festivo no terminaba de encajar demasiado con el concepto sonoro del concierto, o aquellos en los que Serrano acudía al guion para potenciar la esencia teatral del espectáculo, perdiendo esa espontaneidad y sentido del humor que sí que estuvieron presentes cuando el libreto hacía acto de invisibilidad. Sin ataduras ni frases autoimpuestas, el madrileño se convertía en un tipo capaz de despertar las carcajadas interactuando con el público, compartiendo referencias que iban desde Pedro Sánchez hasta la etiqueta de cantautor triste que le acompaña de un tiempo a esta parte. En esos instantes, todo se desarrollaba con tanta naturalidad como fluidez, potenciando la calidez que transmitía un escenario convertido en un desván donde la nieve y el fuego que habitan en la memoria tratan de aprender a hacerse mayores.
Un lugar en el que, además, también quedó lugar para la referencia y el agradecimiento. Así fueron llegando versiones de Aute ('Las cuatro y diez'), Silvio Rodríguez ('Ojalá') y Mercedes Sosa ('Todo cambia'), con las que Serrano rindió homenaje a quienes despertaron las primeras palabras, los primeros versos, las primeras melodías. En definitiva, aquellas primeras canciones que se fueron multiplicando con los años y las vivencias, las victorias y las derrotas, los miedos y las certezas, las estaciones y los calendarios, las huidas y las recompensas, los sacrificios y los vagones vacíos, lo caduco y lo perenne, los talones peligrosos del futuro. Eso vino a celebrar Ismael Serrano a Cartagena, los balances sin resultados exactos. La certeza de que lo mejor está por llegar y, de nuevo, nos pillará por sorpresa. Como la nieve entre las manos.
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