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La cuenta atrás terminó contra todo pronóstico, contra todas las medidas de seguridad y los aplazamientos. Por fin, después de tantos meses, este viernes, la Plaza de Toros recibía a Robe Iniesta con su proyecto en solitario y, por ende, a la banda sonora de ... varias generaciones de amantes del rock.
No cabía ni un alfiler, las medidas de seguridad prácticamente eran un pensamiento perteneciente al pasado. Sentados sí pero codo con codo, la gente bebiendo, fumando y la mascarilla adornando más codos que bocas. ¿Ha vuelto la normalidad? ¿Para cuándo de pie?
No importaba porque, a pesar del ruido ambiente, el público enmudeció para gritar segundos después de emoción al comprobar que el gran telón del escenario —y que tenía plasmado el logo de 'Mayéutica', sí, ese que recuerda al aparato reproductor femenino— se iba abriendo paulatinamente para darle la bienvenida a la fantástica banda de profesionales que componen el proyecto en solitario de Robe. Y, aunque todos recibieron sus dosis de aplausos, la mayor ovación fue para el maestro, una de las voces más características del rock en español.
Con todos y cada uno de los miembros ubicados, solo quedaba esperar un ingrediente: que comenzase el concierto. 'Hoy al mundo renuncio' (perteneciente a 'Destrozares. Canciones para el final de los tiempos') dio la nota de inicio para un concierto que no había hecho más que empezar y tenía varias sorpresas preparadas para los fans. Quizá, como reza el nombre de la gira, 'Ahora es el momento'.
Como poeta consumado, Robe no necesitaba de artificios para conquistar los corazones de un público porque ya lo había conseguido tiempo atrás. Un público que coreó 'Guerrero' independientemente de su edad: la diversidad generacional era una realidad. Adolescentes, jóvenes, adultos y niños habían quedado prendidos del talento franco del placentino. Y, entonces, sí, tocaba saludar. «Lalo, dame un pozo de luz que les vea. ¡Heeey! ¡Espero que lo gocéis a pesar de las sillas», exclamaba el cantante y guitarrista.
Llegó el turno del primer regalo inesperado. A pesar de los arreglos para encajar instrumentos como el violín de Carlitos Pérez, el público estalló de júbilo al identificar los acordes de 'Si te vas' del disco 'Material defectuoso' de Extremoduro. Las nuevas tonalidades añadidas por el saxofón, así como la coletilla final del piano sirvieron para endulzar un tema icónico.
Antes del siguiente presente para los fans más antiguos, se coló 'El cielo cambió de forma' pero daba igual porque allí los seguidores de Robe no hacían distinciones, todo era coreable y digno de ser cantado. Sin embargo, 'Golfa', del mítico 'Canciones prohibidas' de 1996 de Extremoduro, logró despegar de sus asientos a gran parte del público. Otros o no querían levantarse, o actuaban de manera considerada con la persona que tenían sentada detrás. Un himno con otros arreglos que restaban caña a la canción pero la hacían igualmente válida. No obstante, no fue hasta el final que Alber Fuentes experimentó algunos problemas con su pedal.
«Alber ha roto la batería. No sé qué coño ha hecho con el pedal pero dadnos un segundo que le van a poner unas bridas», informaba Robe mientras David Lerman y Woody Amores —nueva incorporación a la banda— amenizaban la espera con algunos solos de bajo y guitarra.
Dicho y hecho. A los minutos todo volvía a su cauce natural con versos introductorios incluidos para continuar con 'Contra todos,' 'Un suspiro acompasado', más versos y otros dos regalitos de Extremoduro, 'Locura transitoria' —del último disco 'Para todos los públicos' lanzado en 2013— y 'Dulce introducción al caos' que vaticinaba lo que estaba por llegar —tal y como adelantó Robe en una entrevista a este periódico— la segunda parte de 'La ley innata': 'Mayéutica'.
«Ahora vamos a hacer un descanso de 15, 20, 25 o 30 minutos para que os dé tiempo a mear, a beber o lo que queráis pero, recordad, que no os vean», se despidió momentáneamente.
Lo que sucedió tras el receso fue mágico, revitalizante, un viaje íntimo a la locura donde quedó patente el cambio de corte a nivel instrumental de las nuevas canciones compuestas por Robe. Un derroche de energía y talento musical que rayaba el virtuosismo gracias al elenco joven y de lujo que ha escogido el extremeño para este proyecto.
'Mayéutica' es un disco conceptual, la segunda parte de 'La ley innata'. Una canción dividida en seis de una duración aproximada de 47 minutos que sonó desde el principio hasta el final. Un desfile de intensidad y, sobre todo, de música.
'Interludio' sonaba con timidez hasta que poco a poco fue apoderándose de la Plaza de Toros. Minutos escuetos que desembocaban en 'Primer movimiento: después de la catarsis' que, tal y como su nombre indica, «será por culpa del amor que todo me sabe diferente». ¿Qué decir? ¿Qué sentir? El conjunto armónico de los instrumentos era una realidad imposible de negar por nadie. Guitarras, bajo, batería, teclado, violín; todos sonaban como un único instrumento compacto sin fisuras, sin grietas, sin dudas.
'Segundo movimiento: mierda de filosofía' aumentaba la intensidad de un sonido que ganaba dimensión en directo y gracias al teclado de Álvaro Rodríguez Barroso la dotaba de una melodía distinta e inusual que bien podría recordarte a un pasaje de rock progresivo. Y es que, a estas alturas de la película, donde los efectos psicodélicos de la guitarra de Woody Rogers saludaban al siguiente pasaje del disco... ¿Quién no podría considerar que el último trabajo de Robe Iniesta con prolongados momentos instrumentales y espirales musicales tiene ciertos tintes del rock progresivo de los años 60 y 70?
«Ni un millón de cataclismos», cantaba Robe en 'Tercer movimiento: Un instante de luz' sin abandonar su guitarra, ni su energía, ni su voluntad. Titán del rock no languidecía ante la juventud del resto de la banda sino que se erigía impertérrito, infranqueable, inamovible, imperecedero como el espectáculo musical del que fuimos partícipes. Mención especial a la voz de Lorenzo González colmada de registros y capaz de despertar todas las emociones habidas y por haber.
Después de 10 minutos de canción, 'Cuarto movimiento: yo no soy dueño de mis emociones' comenzaba con un diálogo entre el violín y la guitarra. Más declaraciones de intenciones, más cantos al amor, el desamor, el deseo y la pasión. Quince minutos para la posteridad que levantaron al público que todavía quedaba de su asiento para aplaudir fervorosos a semejante explosión de vitalidad. Pero, como todo en esta vida, había un final para 'Mayéutica': 'Coda flamenca'. Corta, desmelenada, adecuada.
«Me da vértigo el punto muerto, y la marcha atrás, vivir en los atascos, los frenos automáticos y el olor a gasoil», recitaba Robe Iniesta para dar paso a 'Stand by', otro guiño a Extremoduro, otro regalo por la gira de despedida cancelada. Otra canción consagrada para la posteridad que da igual cuantas veces la escuches: siempre te remueve las entrañas.
«Hasta siempre, siempre, siempre. Sos queremos. Gracias…¡pero todavía no se acaba!», exclamaba el fundador para, entonces sí, un público que estaba totalmente en pie. Imposible mantener el trasero en las incómodas sillas de las gradas y mucho menos ante el desenlace de un concierto que para algunos fue una declaración de intenciones, un viaje al pasado, a la juventud.
Impacta y arrolla la capacidad de la música para extenderse como una dulce plaga, para derribar fronteras y conseguir que independientemente de cada vida, todo el mundo olvide de sus inquietudes y coree al unísono con otras miles de personas una letra que les conmueve.
'La vereda de la puerta de atrás' y '...Y rozar contigo' fueron la antesala de una despedida sin parangón. ¿Quién se iba a imaginar que 'Ama, ama y ensancha el alma' fuese elegida para cerrar el concierto de Robe que no de Extremoduro? Aunque, bueno, ¿acaso no siempre fueron lo mismo?
Canción protesta, hippie, buen rollista, libertaria. Un canto que nunca pasa de moda contra el camino establecido, contra lo esperado. La constatación de que Robe sigue siendo Robe. Más maduro, más sabio, más mayor, más humano pero igual de tajante y sentido. Igual de libre como todos aquellos que anoche pudieron elevar sus voces al viento para reencontrarse con la música en directo, con el rock más catártico, con la esencia misma de la humanidad. Con un viejo amigo.
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