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Como apuntaba recientemente el maestro Francisco J. Moya en las páginas de LA VERDAD, Manolo García ha tardado casi treinta años en regresar a la ciudad de Cartagena para sacar a relucir lo más granado de su pasado y presente musical. Una cita que, aunque ... solamente fuera por las titánicas dimensiones del citado paréntesis temporal, y por la expectación arrolladora de un público que agotó todas y cada una de las entradas hace meses, llegaba con el aura de acontecimiento grande, la ilusión de los reencuentros ineludibles y esa energía única que tienen las demostraciones colectivas de cariño, respeto, agradecimiento y admiración hacia una artista cuya obra tanto solista como en Los Rápidos, Los Burros y El Último de la Fila, tridente fundamental, ha acariciado los recuerdos vitales y melódicos de varias generaciones. En cualquier caso, basta de hablar bajo los términos impuestos por el ayer y sobre las manos desnudas de la morriña porque, si de algo sirvió el concierto celebrado en el último sábado de octubre en un auditorio El Batel lleno hasta la bandera, fue para subrayar el tremendo estado de forma en el que se encuentra el artista, el poderío que mantienen sus clásicos y el brío con el que cuentan las piezas más recientes de su repertorio.
Canciones que sobrevuelan el tiempo y el espacio, que navegan en barcos de papel, que corretean traviesas por las estancias de la memoria, que conforman un mapa capaz de ser profundamente íntimo y rabiosamente colectivo, que danzan entre melodías de brazos abiertos, que se cantan con la garganta a ras de huellas en la arena, que se escriben con la poesía inaudita de la tradición y el pasado mañana, que se engalanan y desvisten con la misma elegancia, que convierten a la butaca en el asiento de un avión que aterriza sobre paisajes coloridos, imaginativos y sensibles, que deslumbran con la inigualable fuerza de la sencillez. Estas sensaciones fueron las que transmitieron los más de treinta temas que García entregó a lo largo de un espectáculo que, ya desde su detallista puesta en escena, generó una atmósfera tan hermosa como embriagadora. Un terreno de éxtasis permanente que surgió desde los tranquilos compases de la inaugural 'Los cítricos amantes' y fue aumentando de manera abrasadora hasta el cierre con las coreadas versiones de 'La bamba' y 'El Rey' de José Alfredo Jiménez.
Artistas Manolo García.
Dónde Auditorio El Batel. Cartagena.
Calificación Muy bueno
Entre el prólogo y el epílogo, y apoyado en la sensacional banda que le acompañaba sobre el escenario, sobre todo en lo que respecta a una impresionante Olvido Lanza en coros y violín, el barcelonés se mostró pletórico en la interpretación de piezas imprescindibles de su catálogo como 'Somos levedad', 'En una playa calma' o 'Con los hombres azules', siendo especialmente emocionantes los momentos protagonizados por unas 'Pájaros de barro' e 'Insurrección' cuyos hechizos se mantienen infalibles, la radiante 'A San Fernando, un ratito a pie y otro caminando', 'Un giro teatral', 'Nunca es tarde' o el arrebatador trío formado por 'Lejos de las leyes de los hombres', 'Aviones plateados' y 'Mar antiguo'. No menos vibrantes resultaron, en absoluto, las apariciones de 'Un poco de amor', 'Reguero de mentiras' o 'Quisiera escapar', canciones que, pese a su condición de recién llegadas, destacaron con la potencia de quienes se saben serias candidatas a permanecer más allá de las exigencias de guion de los dichosos calendarios.
Es lo que tiene haber surgido de la mente y corazón de un artista que ofrece su arte sin máscaras, trampa ni cartón, que va de frente, canta desde la verdad, se pasea felizmente entre las butacas, brinda y recibe flores con la mano en el pecho y comparte su legado deshaciéndolo de cualquier atisbo de solemnidad. Bajo estos parámetros, y demostrando que le queda gasolina de sobra para sumar varios capítulos a su historia, Manolo García justificó con creces el tiempo, nunca perdido, que hemos tenido que esperar para recibirle de nuevo en la ciudad portuaria con un espléndido concierto que funcionó al compás de la complicidad, la apabullante generosidad y un talento sin fecha de caducidad.
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