![Justin Hawkins y Frankie Poullain, este viernes, en Murcia.](https://s2.ppllstatics.com/laverdad/www/multimedia/202002/01/media/cortadas/IMG_20200131_222103-kQoD-U10014642060HEH-624x385@La%20Verdad.jpg)
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Me gustaría saber en qué estaban pensando los hermanos Hawkins cuando decidieron bautizar a su banda como The Darkness (la oscuridad), un nombre que representa lo diametralmente opuesto a su propuesta artística. No se me ocurre ningún grupo más luminoso en la escena rockera ... actual, así que supongo que fue puro sarcasmo, como casi todo lo que les rodea. Basta ver los extravagantes trajes de color blanco nuclear con los que tomaron la sala Gamma de Murcia este viernes o la ironía de abrir un concierto de rock con una sentencia de muerte al género.
The Darkness es una broma, pero no hay que subestimar el humor como una poderosa herramienta para remarcar verdades. Salir al escenario con unas vestimentas que harían sonrojarse a los Bee Gees es una manera de romper con el tópico resobado de los rockeros enfundados en cuero con cara de estreñimiento. Y 'Rock and Roll Deserves to Die' se ha convertido en todo un himno para los que reclaman un regreso al estilo desenfadado que se practicaba en los 70 y 80, cuando uno podía ver a los componentes de Queen disfrazados de amas de casa en un videoclip y los guitarristas se retorcían sobre las tablas intercambiando sonrisas con el público en lugar de quedarse plantados haciendo gestos de perdonavidas.
Las críticas al rock actual, tan estéril y aburrido que camina a pasos agigantados hacia la irrelevancia, son uno de los temas principales que trata el último disco de la formación, 'Easter is Cancelled', que acaparó el primer bloque de su concierto en Murcia. Los británicos interpretaron el álbum casi en su totalidad, una decisión arriesgada que se sostuvo gracias a su calidad. Cañonazos como la ya citada canción de apertura, 'How Can I Lose Your Love', 'Heart Explodes' o la propia 'Easter is Cancelled' lo confirman como su trabajo más logrado desde el sensacional 'Permission to Land', que en 2003 los catapultó a un estrellato tan fugaz y desproporcionado como autodestructivo.
Menos centrada en los estribillos pegadizos y más madura, esta primera mitad fue de mayor nivel musical, permitiendo a un Justin Hawkins sorprendentemente contenido demostrar sus habilidades vocales, a medio camino entre el histrionismo de Freddie Mercury, la intensidad de Bon Scott y el amaneramiento de Steven Tyler. Las exigencias interpretativas de esta sección del repertorio requirieron que un técnico de sonido se uniera al cuarteto para ejercer como tercer guitarrista y también que Rufus Tiger Taylor se apeara de la batería para ponerse tras el teclado en una de las canciones, demostrando que ha heredado el carácter polivalente y proactivo de su padre, Roger Taylor, batería y corista de Queen. No es lo único que le viene de casta al galgo. El joven hizo gala de un estilo muy deudor de la vieja escuela británica, con más actitud que virtuosismo, algo que le sienta como anillo al dedo al sonido de The Darkness.
Tras esta primera parte, cambio de vestuario mediante, la banda abrió el baúl de los recuerdos y comenzó a recuperar éxitos del pasado, como 'Growing on Me', 'Love is Only a Feeling' o 'One Way Ticket', además de una inesperada versión de 'Street Spirit (Fade Out)' de Radiohead. Para este segundo bloque Justin Hawkins reapareció vestido con un inenarrable mono con transparencias que no dejaba nada a la imaginación y con el foco puesto en el puro espectáculo. El cantante y guitarrista no paró de regalar cucamonas y posturitas, que fueron escalando en intensidad hasta que se desató por completo al final de 'Get Your Hands Off my Woman', canción que coronó haciendo el pino sobre la plataforma de la batería y agitando las piernas en el aire. Hay tablas de cortar queso menos firmes que las abdominales de un tipo capaz de hacer eso con tal naturalidad después de hora y media de concierto.
El colofón al generoso 'set list' no podía ser otro que 'I Believe in a Thing Called Love', principal responsable de que 'Permission to Land' vendiera más de un millón y medio de copias solo en el Reino Unido. Para la ocasión, Justin Hawkins se enfundó en un reluciente traje dorado de una pieza que habría vuelto loco a Elvis Presley. Al acabar, volvió a subirse a la plataforma de la batería, esta vez acompañado por su hermano Dan y el bajista Frankie Poullain, para poner punto y final al delirio con un último acorde rasgado en el aire, en medio de un enérgico salto. Más que un simple salto, esa última imagen fue un perfecto cierre y resumen del concierto: una payasada sensacional.
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