La Casa Azul conquista de nuevo el Hermosa Fest

Efectivamente, aunque uno no haya podido estar en todas y cada una de las visitas que ha ofrecido la banda en este tiempo, la conexión que se produjo en aquella noche otoñal donde el calor parecía un espejismo, ¡qué tiempos!, fue de un poder tan cautivador que no requiere esfuerzo alguno creer en la palabra Milkyway. Así que, con semejante precedentes, el regreso de La Casa Azul al festival se esperaba como agua de octubre que inunda de expectativas, impaciencia e ilusión a quienes acudimos cruzando dedos para duplicar el hallazgo. Y vaya si lo conseguimos.

La reconquista perfecta, así se podría definir y titular el fabuloso espectáculo que brindó una banda que es un lugar feliz, un territorio conocido y amado, una infalible tabla de salvación frente a la prosa aburrida de la rutina, un festival en sí misma, un maremoto inagotable de melodías doradas por el sol de la fiebre primaveral, los calores veraniegos y la nostalgia invernal y una excusa perfecta para olvidar y recordar desde la cima de un estribillo. Partiendo de múltiples influencias, las cuales, si quisiéramos citar todas una por una, necesitaríamos cerca de medio periódico para hacerlo, Milkyway ha creado con el paso de los años a una galaxia de personalidad propia donde cada planeta gira alrededor del pop, género principal sobre el que se vertebra una colección de canciones que fascinan desde el detalle mínimo hasta la grandilocuencia de confeti y globos de colores.

Si un disco de La Casa Azul tiene la capacidad demostrada para arreglarte incluso el día más sombrío, uno de sus conciertos adapta directamente la forma de hogar por cuyas ventanas se filtra la brisa de la libertad, las voces que pueblan la banda sonora de toda una vida, las postales que recibimos cuando dejamos de esperar y las fotografías en blanco y negro que aprendimos a dibujar con nuestras propias manos. Incluso cuando las letras se sumergen en una melancolía que pellizca el corazón, la luminosidad imbatible de 'Los chicos hoy saltarán a la pista', 'La fiesta universal', 'El momento', 'No más Myolastan', 'La revolución sexual' o 'Nunca nadie pudo volar', canciones de una perfección, imaginación y energía que abruma, terminan llevándote hasta algo realmente parecido a la felicidad. Es efímero, eso ya lo sabíamos de antes, pero resulta sanador, reconfortante y, en cierto modo, necesario. Por eso, pase el tiempo que pase, uno nunca se cansa de volver a llamar a las puertas de La Casa Azul, grupo responsable, por segundo año consecutivo, de un concierto memorable del Hermosa Fest.

Antes del sensacional espectáculo de Milkyway y los suyos, el escenario Estrella ya había regalado dos actuaciones que habían alcanzado notables resultados. Empezando por el equipo local, lo cierto es que había muchas ganas de comprobar la manera en la que sonaba en directo 'Nunatak y la isla invisible', un último trabajo con el que la banda cartagenera ha alcanzado la cima más destacada de su carrera. Riesgo, delicadeza, sinceridad y una dosis contundente de talento son los pilares sobre los que se sustenta una colección de canciones que atrapan desde el primer encuentro, pero cuyos múltiples secretos y recompensas se van descubriendo con las sucesivas y atentas escuchas.

En resumen, un sobresaliente trabajo que, ya llegan las buenas noticias, mantiene intacto su potencial sobre el escenario. Así, además de estupendos temas de sus anteriores discos como 'El grito' o 'Aún respira', Nunatak subrayó su formidable presente con ejemplos de la talla de 'Cierra al salir' y 'Acepto el reto'. Un grupo que combina la sabiduría y equilibrio que da la experiencia con el ímpetu de quien vive cada nueva oportunidad como si fuera la última. O la primera.

Posteriormente, llegó el turno de Miss Caffeina, quienes parecen dispuestos a quemar todas las naves antes de tomarse un descanso después de un buen puñado de años sin parar. Ya llegarán los paréntesis y el oxígeno, más que merecidos, pero, hasta entonces, todavía queda gasolina en el motor de una banda a la que las píldoras de pop festivo y gozoso se le caen de los bolsillos. De 'Para toda la vida', 'Cola de pez (Fuego)', 'Por si' o 'Venimos', pasando por la preciosa 'Reina', lo de los madrileños es un no parar de grandes estribillos que desembocan en 'Mira cómo vuelo' y 'Dancetería', fantástica dupla de cierre.

Y, por último, ¿qué decir de Ojete Calor? El dúo formado por esos genios del humor que son Carlos Areces y Aníbal Gómez no admite demasiada diplomacia, llevando al extremismo (mal) la filosofía de lo tomas o lo dejas. Quienes nunca hayan entrado en su particularísimo mundo de subnopop no encontraron en el recinto Trips Summer Club ninguna razón para cambiar de opinión, pero, sin embargo, aquellas personas que comulgamos con esta verbena de estética imposible, gags de precisión milimétrica, surrealismo en vena y, lo siento por los negacionistas, espléndidos temas, con 'Morreo', 'Tonta Gilipó', 'Mocatriz' y 'Opino de que' a la cabeza, tuvimos la oportunidad de volver a pasar un rato divertidísimo con una propuesta única en su especie.

Y así, secando los restos de lágrimas motivadas por las carcajadas y aceptando la afonía, qué remedio, nos despedimos de un Hermosa Fest que ha crecido de manera considerable en todos los sentidos, empezando por la afluencia de público, en esta segunda edición. Por muchas más.