![Anvil en Murcia: al mal tiempo buena cara](https://s3.ppllstatics.com/laverdad/www/multimedia/202211/22/media/cortadas/PXL_20221121_200709289-kuAG-U18080098459342H-1248x770@La%20Verdad.jpg)
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En el verano de 1984 la ciudad japonesa de Nagoya acogió el festival Super Rock. La cita reunió sobre el escenario a algunas de las mayores bandas del momento: Scorpions, Whitesnake, Bon Jovi, The Michael Schenker Group y Anvil. Todas ellas estaban a punto de alcanzar su momento de máximo apogeo comercial. ¿Todas? Bueno, no. Para Anvil sucedió lo contrario. Los canadienses, reconocida influencia de formaciones como Metallica, Slayer y Anthrax, vivieron en ese festival un último momento de gloria antes de iniciar una caída cuesta abajo y sin frenos.
Décadas después, su caso sigue siendo tema de conversación en los garitos 'heavies' del mundo. No se disolvieron ni cambiaron de estilo, simplemente les empezaron a tocar malas cartas y se quedaron fuera del radar. En circunstancias normales ahí se habría acabado la historia, pero el suyo es un caso especial. El grupo nació de la amistad y el amor compartido por la música de Steve 'Lips' Kudlow y Robb Reiner, dos amigos inseparables desde el instituto que nunca han renunciado a su sueño de ser estrellas del rock.
En el mundo de la música hay historias memorables de grandes triunfos y fracasos estrepitosos. La de Anvil, en cambio, es la historia de esa línea intermedia por la que caminan todas esas bandas que se dejan la vida en los locales de ensayo y a duras penas consiguen profesionalizarse. La mayoría acaban rindiéndose ante la evidencia de que no van a llegar a ninguna parte, pero no estos dos cabezotas canadienses, que durante décadas siguieron grabando discos de escasa repercusión y usando las vacaciones de sus trabajos mal pagados para poder salir de gira.
Paradójicamente, la historia de su fracaso fue lo que les brindó una nueva oportunidad de brillar. El lamentable estado de su carrera motivó un documental estrenado en 2009 que se convirtió en un éxito instantáneo. 'The Story of Anvil' es una obra maestra de la tragicomedia, que muestra a los músicos tocando en tugurios mugrientos, peleándose con promotores morosos, sufriendo la incompetencia de una mánager con un cuestionable nivel de inglés y durmiendo en una estación de tren tras quedarse tirados sin dinero. Sus rocambolescas desventuras contrastan con una historia muy tierna de amistad y síndrome de Peter Pan compartido.
Desde la publicación del documental, Anvil vive un momento de segunda juventud que ha permitido a sus protagonistas, más de treinta años después, dedicarse a la música a tiempo completo. En este contexto se enmarcaba la gira que debía de haberles traído a Murcia en el 2020, año en el que un nuevo giro del destino, esta vez en forma de pandemia, truncó sus planes. Por supuesto, si no han tirado la toalla hasta ahora tampoco iban a hacerlo por una emergencia sanitaria que ha puesto en jaque a las salas de conciertos de todo el mundo. Ha tardado otros dos años, pero la cita finalmente se materializó este lunes en la sala Garaje Beat Club.
No pude llegar a tiempo de ver la actuación de Harsh, una joven banda francesa de glam rock, y tampoco habría pasado nada si no hubiera visto a los italianos Gengis Khan, cuyo heavy metal de vieja escuela me pareció plano y poco memorable. No así sus vestimentas, unos espantosos disfraces de hunos que lucieron con una entereza realmente admirable. Los cuatro gatos que hasta esa hora se habían dejado caer por la sala parecían presagio de una entrada bastante pobre, algo que tampoco habría sido de extrañar un lunes, para colmo lluvioso, pero el aforo se fue animando conforme se aproximaba la hora programada para la actuación principal de la noche.
Fiel a su personalidad alocada y explosiva, 'Lips' sorprendió iniciando el concierto de Anvil dándose un baño de masas al son de 'Take a Lesson'. Desde que existen las guitarras con conexión inalámbrica no es una novedad que los artistas se bajen del escenario para tocar entre el respetable, pero nunca había visto a nadie empezar una actuación de esta manera, algo que contribuyó a meterse al público en el bolsillo desde el primer momento. Tampoco habría hecho falta, en cualquier caso. El cantante y guitarrista es un tipo que rebosa personalidad y durante todo el espectáculo, rozando la autoparodia en algunos momentos, se prodigó en cucamonas y relató con gran sentido del humor algunas anécdotas realmente hilarantes. Por chocante que pudiera resultar el contraste entre la agresividad de trallazos como 'Metal on Metal', 'Forged in Fire' o 'School Love' y una puesta en escena de personaje de 'Scooby-Doo', sorprendió y agradó su desvergüenza.
Comedia aparte, los componentes de Anvil cumplieron con nota desde un punto de vista estrictamente musical, beneficiándose de una nueva formación muy acertada. Lejos de suponer una pérdida, deshacerse de la segunda guitarra ha redundado en un sonido más compacto y definido, que permite apreciar mejor la labor de 'Lips', mucho mejor guitarrista que cantante. El nuevo bajista, Chris Robertson, por su parte, resultó estar muy bien compenetrado con la excelente batería de Robb Reiner. El percusionista, por cierto, estuvo brillante durante toda la noche y se ganó una merecida ovación con un vibrante solo de batería de varios minutos. Hasta el personal de la sala aplaudió.
'Lips' gozó como un enano en su doble faceta de capitán del barco y 'showman' de las seis cuerdas, sorprendiendo con algunas técnicas poco ortodoxas como usar las pastillas a modo de micrófono, algo que ni siquiera sabía que fuera posible, o armarse con un 'dildo' de metal para tocar la guitarra. Más allá de la payasada, la vibración del juguete sexual demostró ser una herramienta sorprendentemente efectiva para extraer algunos sonidos interesantes del instrumento, algo así como una versión macarra del arco de violín que usa Sigur Rós. Por supuesto, el público celebró el delirio y hasta se contagió por momentos, viviéndose algunos momentos surrealistas como cuando un asistente con movilidad reducida se coló en el escenario, muletas en ristre.
Por encima de sus méritos como iniciadores del speed metal y precursores del thrash, el principal valor de Anvil es que sus conciertos son condenadamente divertidos. El documental que protagonizan ha puesto en valor su fascinante historia humana de perseverancia ante los sinsabores, pero el verdadero final feliz de la trayectoria de 'Lips' y Reiner es verles disfrutar como críos sobre el escenario, viviendo cada noche de su tardía pero bien merecida estabilidad profesional como si fuera la última.
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