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«Podríamos llenar todas las páginas de este libro hablando solo de agua. El agua es vida. Y nuestra naturaleza y evolución biológica no pueden ... concebirse sin la presencia de agua. El setenta por ciento de la superficie de nuestro planeta es agua y un porcentaje muy similar es el que contiene nuestro cuerpo». Pero, además de agua, Daniel Torregrosa (Espinardo, Murcia, 1969), químico, bioquímico y divulgador científico, va más allá en 'Química asombrosa' (Pinolia, 2023) y pone al lector en los brazos de Morfeo, y llega a maravillarlo con jugosas y pasmosas curiosidades, desde la molécula que mató a Sócrates al alcohol y la coca en el Vaticano a la toxina letal que estira la piel.
Contar la historia del mundo a través de las agrupaciones de los átomos ha sido una tarea entretenida para el autor del libro 'Del mito al laboratorio' (Ed. Cálamo, 2018) y articulista de la sección dominical 'Mesa para cinco' de LA VERDAD. En el prólogo, José Manuel López Nicolás, catedrático de Bioquímica y Biología Molecular y vicerrector de Divulgación Científica de la UMU, valora el «lenguaje elegante y pausado» de Torregrosa, entendible por todos, y «al más puro estilo del mítico divulgador Carl Sagan, algo que también encontramos en sus conferencias y en otros proyectos divulgativos que protagoniza». Este jueves, por si fuera poco, Torregrosa será nombrado 'Alumno Inspirador' de la Facultad de Química de la Universidad de Murcia.
–¡Este libro no sale en dos días!
–Me ha llevado tiempo trabajar en esta línea. Lo último que publiqué fue '101 obras esenciales de divulgación científica', guía editada por la Biblioteca Regional de Murcia y Ediciones Tres Fronteras. En 'Química asombrosa' los lectores tienen una manera de aprender química con la historia de la humanidad. Comienzo con Lucrecio, «todos nacimos de una semilla celestial», y cuento el origen de los elementos químicos en las estrellas, que es algo muy lírico. De esa agrupación de los elementos químicos surgen las moléculas, los bienes moleculares y todas las estructuras de las que estamos hechos. Con más de 60 sustancias químicas pretendo contar la historia con la excusa de la química.
–¿Todo es química?
–Hay química en todo, todos somos química, en lo bueno y en lo malo. Hablo de envenenamientos, de sustancias que han sido muy tóxicas como contaminantes, de fármacos, incluso de la viagra, y acabo con sustancias químicas de nombres muy curiosos, como la cadaverina, el ácido bohémico, el ácido zaragócico, el ácido angélico, el draculín, las moléculas nanoputienses, la pikachurina (por el pokémon Pikachu)... Hay mucha literatura, incluso opinión, cosa que le debo a LA VERDAD y a la sección 'Mesa para cinco', porque me ha servido para meter opinión en artículos de divulgación científica. Yo hasta ahora había hecho ensayos más asépticos. Pero ahora puedo hablar de las bondades de la química y también de aspectos negativos, como, por ejemplo, el cloro. Hay un capítulo en el que hablo de que gracias al cloro y a la potabilización, a principios del siglo XX se acabó con muchas enfermedades infecciosas, pero al mismo tiempo también se empleó el cloro como arma química en la Primera Guerra Mundial para matar gente. Hay que poner en la balanza los beneficios frente a los prejuicios de muchas sustancias.
–Cuenta que gracias a Fritz Haber estamos todos vivos.
–Sí, sí, así es. Fritz Haber, químico alemán, fue quien consiguió la síntesis del amoniaco a partir del hidrógeno del aire y del nitrógeno del aire. Gracias al amoniaco los fertilizantes pudieron ser sintetizados artificialmente, se consiguió acceso a más alimentación, menos hambruna, y se multiplicó por cuatro la población en menos de un siglo, gracias al uso de los fertilizantes y a Fritz Haber, que era el que soltaba el cloro en las trincheras de la Primera Guerra Mundial y antes había dado origen a esa síntesis artificial del amoniaco. Entre el cloro y el amoniaco, seguramente, no hubiera nacido nuestra generación.
–¿Qué veía en la química de atractivo y quién fue su referente?
–La influencia mía era la divulgación, como Issac Asimov, que me inspiró por la ciencia y la cultura en general, porque hablaba de todo, era multitarea. Pero era un consumidor. Ya compraba revistas, tengo 'Muy Interesante' desde el principio, y todo lo que pillaba de divulgación me interesaba. Carl Sagan y la serie 'Cosmos', que empezó a emitirse en España en los 80, me fascinaba por su aportación a la ciencia desde el lirismo, desde la poesía. Era muy combatiente con la anticiencia, una batallita que comparto.
–Hablar con un químico es como salta al vacío. Uno siente que lo desconoce todo de la química.
–A la gente le atrae mucho el morbo de la química, los agentes químicos Novichok, los que intentaron matar a disidentes soviéticos. El mal uso de la química llama mucho la atención. Y, sobre todo, la espectacularidad. Yo no estoy de acuerdo con shows donde se venden explosiones y artificios y no se explican bien. Es preferible que la gente se fascine por la química de otra manera. Puede hacerse de otra forma. La cartomagia de Tamariz era más interesante que los grandes efectos artificiales y los decorados.
–En los laboratorios debe haber más poesía de lo que parece...
–Con la bioinformática y la inteligencia artificial se hace mucha química por ordenador, sobre todo desarrollo de fármacos y modelos antes de llevarlos a la fases clínicas. La gente que se dedica a eso dice que hay mucha poesía ahí porque es modificar la materia para conseguir una nueva sustancia que por ejemplo sale de una enfermedad rara o un cáncer.
–Cuando nos confinaron por la pandemia hubo una lucha contrarreloj para conseguir una vacuna que combatiera el coronavirus. ¿Confió ciegamente en que lo lograrían o tuvo sus dudas?
–Siempre creí que las mentes más brillantes del mundo estaban dándolo todo, con mucho presupuesto e intención, al servicio de la humanidad. Hubo competencia, sí, pero quienes trabajaban eran científicos muy serios e implicados, porque detrás de conseguir la gloria el objetivo era salvar vidas.
–¿Continúa repleto de dudas?
–¡Claro que sí! En realidad, la ciencia es dudar, y planteárselo y cuestionárselo todo. Y cuanto más se avanza más se duda, no ya en la química solo. Mira los avances sorprendentes que está dando la física de partículas o la astrofísica. De pronto tenemos un telescopio como el James Webb, que está viendo estructuras en el universo primitivo que no sabíamos, o en el CERN, la estructura más íntima de la materia. La medicina se ha quedado en otro nivel y está dando sorpresas por la nanociencia y la nanotecnología, la manera de manipular la materia y conseguir micromáquinas, motores moleculares o, como en la película 'Viaje alucinante' (1966), poder meterse dentro de una persona y curarla, pero sigue siendo ciencia ficción.
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